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October 30, 2017 | Author: Anonymous | Category: N/A
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, característico de la vegetación del norte chico. rumpiata ......

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ISBN 978-956-7524-05-1

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Impresión Menssage Abril, 2008

Dedico este libro al sesquicentenario de Taltal (1858-2008), II Región, comuna desde donde se exportó por primera vez salitre -“cereal de la pampa calcinada”del Desierto de Atacama para fertilizar los campos del mundo.

Las opiniones vertidas en este libro son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, CONICYT. Santiago, Abril de 2008

La Comunicación de la

Ciencia en Chile

Sergio Prenafeta Jenkin

La Comunicación de la Ciencia en Chile

PRESENTACIÓN Un viejo aforismo gana cada vez más propiedad en el quehacer académico y científico. Señala que la ciencia que no se hace pública no existe. Pública no ya en la comunicación inter pares sino en el sentido de apropiación de ella por parte de la comunidad que, a la postre, es la que financia con sus impuestos la creación de conocimientos nuevos y útiles para el desarrollo humano y del país. En la presente monografía, el profesor y periodista científico Sergio Prenafeta Jenkin analiza cuál ha sido la suerte corrida en Chile con el conocimiento acumulado por naturalistas y científicos, y su traducción al público a través de los distintos medios de comunicación social. En tal sentido, lo que le interesa al autor es constatar si hubo desde temprano interés por decodificar el mensaje de los hallazgos hechos en la flora y fauna, en la geografía, en las riquezas mineras, etc., para la comprensión de la gente, o si, por el contrario, el conocimiento quedó acumulado para la posteridad en archivos, gabinetes, museos y bibliotecas. La interesante investigación que presenta el autor comprueba su tesis original: el periodismo como tal se interesó tardía y débilmente -incluso hasta hoy- por incorporar los resultados de la ciencia en sus páginas y en las audiencias en general. Dentro de la revisión que nos entrega, destaca la tarea divulgadora y pionera asumida por Andrés Bello, la obra monumental hecha por Claudio Gay y el aporte posterior que a ella hizo Rodulfo A. Philippi, que situaron a Chile como el primer país de América en tener el inventario más detallado de sus recursos y potencialidades naturales. Aquello, sin

embargo, no bastó porque internamente no hubo profesionales interesados por traducir tales conocimientos en los medios de comunicación, restándose así a la tarea fundamental dentro de la educación permanente.

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Sin proponérselo expresamente, Prenafeta comienza aquí a escribir la historia de la comunicación de la ciencia en Chile, e insta a sus colegas y alumnos para que tal línea se profundice. Usa la crónica documentada y abre su propio cuaderno de bitácora como testigo y actor del periodismo científico en los últimos cuarenta años dentro y fuera del país, tanto en los distintos medios como en la cátedra universitaria. Como Director del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile, desde su creación y por más de veinte años, pude corroborar la vocación de servicio de Sergio Prenafeta frente al problema de prevención de la desnutrición infantil en la que todos estábamos empeñados. Su contribución fue muy valiosa, tanto para lograr formar conciencia de la existencia del problema, como también para elaborar la estrategia a largo plazo e inducir la implementación en acciones por los niveles superiores de decisión. En una etapa posterior, participó en la creación del proyecto de “ciencia y tecnología para el desarrollo”, en que ha estado empeñada tanto la Universidad como la Corporación para la Nutrición Infantil, CONIN. Se trataba de una iniciativa cuyo objetivo es y ha sido incentivar el interés por la ciencia hasta llegar a despertar conciencia de la necesidad imprescindible de contar con una eficiente infraestructura científico-tecnológica, como único camino para alcanzar el desarrollo y bienestar. Para desempeñar esta función, CONIN creó -entre otras actividades- la revista “Creces” de divulgación científica. Prenafeta fue su director durante los primeros ocho años de su existencia, llevándola a un alto nivel. No es fácil divulgar la ciencia desde el ámbito científico a la heterogénea comunidad social. Para ello es necesario contar con alguien que haya alcanzado una cultura científica capaz de entender los cam-

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bios que se están continuamente generando en las más diversas áreas del conocimiento, y al mismo tiempo, sin faltar a la verdad, saber transmitirlos en términos entendibles y atractivos, tanto al hombre medio como a los niveles de decisión. Esta capacidad, a mi modo de entender, ha sido el principal mérito de Sergio Prenafeta, y es el que le ha permitido ser eficiente y entretenido en la divulgación de la ciencia. Su experiencia ya está impresa en varios textos, entre los que destacan “Teoría y Práctica del Periodismo Científico” y “Diccionario de Ciencia y Biología al alcance de todos”. La tarea emprendida ha generado un nexo activo entre investigadores y el público en general. La nueva obra que hoy nos entrega representa un reclamo oportuno, objetivo y crítico por abrir más espacios a la divulgación del conocimiento; para formar a los profesionales capacitados para emprender esa tarea; para que los organismos del estado encargados de administrar la actividad científica acojan y estimulen estos propósitos, y para que los medios de comunicación multipliquen su interés por la ciencia y la tecnología, fortaleciendo una sinergia tal que ayude a despertar vocaciones entre los más jóvenes, y para que entre los más adultos reporte una explicación que les clarifique y ayude a entender los cambios trascendentales de esta hora.

Dr. Fernando Mönckeberg B. Premio Nacional de Ciencias Aplicadas, 1998 Decano Facultad de Ciencias de la Salud Universidad Diego Portales

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COMUNICACIÓN DE LA CIENCIA EN CHILE Una propuesta de acercamiento al tema



El científico que ama su oficio debe estar dispuesto a dedicar su vida a la muerte, a poner el saber al servicio de la ignorancia, y la cultura a los pies de quienes la destruyen o prostituyen.



Mario Bunge “Etica, Ciencia y Técnica”

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Para hablar de divulgación de la ciencia en nuestro país es preciso

fijar algunas premisas básicas: cuál es la ciencia que se va a comunicar y qué génesis local o externa tiene, y luego por qué medio se va a realizar. Nuestra vida republicana casi bicentenaria da respuesta en pocas palabras a estas interrogantes: partimos sin tener nada propio y fuimos malos consumidores de lo que nos dejaron ilustres visitantes. El reconocimiento de los recursos naturales del país se inicia en los albores del siglo XVIII y pasarán más de 150 años hasta que la tarea comience a ser tomada en manos de naturalistas chilenos, con la sola excepción de la obra del Abate Juan Ignacio Molina González, cuya maduración como naturalista se produjo lejos de Chile. En todo ese período y hasta pasada la fundación de la Universidad de Chile (1842), los herbarios y gabinetes de zoología, geología y paleontología europeos, así como sus jardines botánicos se llenan de material colectado en América. Comienzan de esta forma a tener vida para la ciencia cientos de especies y, de paso, a ser conocido nuestro territorio gracias a esas colecciones. En la época de la Colonia, España consideró que Chile era un país muy pobre y esa fue la razón por la que los audaces buscadores de fortuna prefirieron quedarse en las ricas tierras de México y Perú. Eso contribuyó también para que, luego de la Independencia, Chile permaneciera casi en el anonimato del mundo. Pero si bien no llegaron los amantes del oro, vinieron, en cambio, aquellos llamados a rescatar la naturaleza para su conocimiento científico. El sacerdote francés Louis Feuillé recala dos veces en las costas del país (1703 y 1708), y publica en 1725 el primer atlas de las plantas medicinales de Chile en el que aparecen ilustraciones de algunos árboles de la flora autóctona. Otro tanto hace su paisano Francois Amedée Frezier (1712-1714). Son ellos los que ponen su rúbrica a

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las primeras descripciones, las que luego ampliarán nuevos visitantes como los de la expedición de Carlos María de La Condamine (1735), John Byron (1766), Samuel Wallis y Felipe Carteret (1766), Louis Antoine de Bouganville, Philibert Commerson y Dom Pernetty (1767), todos nombres que aparecen hasta hoy vinculados al de especies autóctonas. Mientras, en Leyden, Holanda, el botánico y médico sueco Carlos Linneo presentaba en 1735 la primera versión de su Sistema Naturae para clasificar las especies, luego que el botánico alemán Rudolph Camerarius (1665 - 1721) estableciera firmemente la sexualidad vegetal. Pernetty (1716-1801) acompañó a Bouganville en su viaje alrededor del mundo (1763) y a su regreso a Francia escribió el “Diario histórico del viaje hecho a las Malvinas y al estrecho de Magallanes”. Entre las aves marinas, el guanay de nuestras costas recuerda, por ejemplo, el apellido de Bouganville (Phalacrocorax bouganvillii), y el hermoso árbol de Santa Rita o Flor de la Pasión de Cristo, cambió su nombre por el de “buganvilia”. Los arbustos sureños conocidos como hued-hued o chaura, fueron bautizados para la ciencia en homenaje al sacerdote y escritor Don Pernetty (Pernettya poepiggii, incluyendo aquí a Poeppig; Pernettya furiens y P. pumila, de la Familia Ericáceas). Carlos III, Rey de España, se propuso inventariar la flora y fauna del nuevo mundo y ordenó organizar tres expediciones con tal propósito. Una de ellas exploró las costas del Perú y Chile en busca de plantas, tarea que realizaron los botánicos Hipólito Ruiz y José Pavón, y el médico francés José Dombey (1782). La visita del médico galo duró más de la cuenta: permaneció 20 meses recorriendo Santiago, Concepción, Valparaíso, Coquimbo y Copiapó, ciudad esta última donde conoció el mineral de cobre que más tarde fue designado como atacamita.

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Así fue como llegó a España el copihue, recolectado en Rere, en las cercanías de Concepción, y que fuera descrito como Lapageria rosea R. et P. (Ruiz y Pavón), en homenaje a una dama de Martinica que llegó a ser la esposa de Napoleón Bonaparte: Josefina Beauharnais de La Pagerie (1795). Dombey, por su parte, entregó muchas de las plantas colectadas al botánico Agustín Pirame de Candolle, quien las incorporó en su famoso “Prodromus”. Allí quedaron descritos, por ejemplo, nuestros arrayanes. El monarca financió también la expedición hidrográfica de Alessandro Malaspina (1789-1794), en la que viajaron los naturalistas Tadeo P. Haenke, Luis Neé y Antonio de Pineda. Por esa vía, ejemplares de la flora de Chiloé, Concepción y de los andes de la zona central viajaron a Europa donde Antonio José Cavanilles describió especies autóctonas como el ulmo, la tiaca, huella, fuinque, huingén y el tineo en sus “Icones et descripciones plantarum…”. Fue Haenke quien escribió que “en un país como Chile, es difícil resistir la tentación de hacerse botánico”. Malaspina detallaba sus impresiones de algunos de los lugares que visitaba. Una vez completadas sus observaciones en Coquimbo, y estando listo para seguir al Perú, anotó: “Ya hubiéramos podido emprender de nuevo la continuación del viaje, si la sola hidrografía hubiese sido el objeto de nuestras tareas. Pero el país en el cual nos hallamos, además de contener en sí una cantidad indecible de minas de oro, plata y cobre, había sido también en estos últimos años un objeto de nuevas especulaciones importantes para la monarquía, con descubrir en las minas no distantes de Punitaqui la esperanza de una nueva suministración abundante de azogue, la cual, o alcanzase a reemplazar los beneficios desmayados de Huancavelica, o tal vez en lo venidero las crecidas cantidades que la nación solía recibir de los minerales de Alemania”. (Sagredo,

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2004). El azogue hacía referencia al mercurio y Huancavelica a un enclave minero peruano. Otro de los exploradores británicos que llegó a nuestras costas fue George Vancouver (1757-1798), quien departió con el presidente de la Capitanía General, Ambrosio O’Higgins, hombre de la Ilustración, de mentalidad abierta y curiosidad científica, además en su propio idioma (1790). Compañero del capitán Cook en dos de sus viajes, recorrió extensamente el Pacífico y describió costumbres, trajes, caminos, paisajes y tipos humanos de nuestro país con gran acierto. En 1767, cuando Chile era colonia de España, la expedición de Commerson y Bouganville hizo las primeras colecciones de plantas de nuestra geografía. Fueron llevadas al Museo de Historia Natural de París, donde aún se conservan. Años más tarde y luego de la segunda vuelta alrededor del mundo dada por el capitán James Cook en el Resolution y el Adventure (1772-1775), los botánicos alemanes Johann y Georg Forster (padre e hijo), que formaron parte de la expedición, publicaron la obra “Caracteres generum plantarum quas in itinere ad insulas maris australis collegerunt”, donde dieron cuenta de los hallazgos de plantas hechos durante el viaje que incluyó nuestras costas (Hoffmann, 1978). ¿De qué se hablaba en los fueros de la ciencia en Europa? En lo que luego se dio en llamar la Edad de la Razón (1700-1800), la Enciclopedia Francesa de Denis Diderot y Jean Le Rond D’Alambert y otros 160 colaboradores, ordenaba el conocimiento acumulado. Allí el suizo Albecht Von Haller (1708-1777), eminente como fisiólogo, anatomista y botánico e ilustre como novelista y poeta, sentenciaba: “Nadie cree ya en la generación espontánea: abundantes observaciones han demostrado que todos los gusanos, todas las moscas, todos los insectos nacen del apareamiento de un macho con una hembra”. Mientras, el biólogo italiano Lazaro Spallanzani lograba en 1777 controlar la primera inseminación artificial en ranas, y el químico

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galo Laurent Lavoisier concluía en 1777 su célebre memoria “Experiencias sobre la respiración animal”. La ciencia newtoniana y los recursos matemáticos que habían permitido establecerla ayudaban a configurar la llamada ilustración o iluminación. Todas esas luces tardarían muchos años en echar sus fulgores en las tierras de Hispanoamérica. La tarea aquí era otra: continuar descubriendo y describiendo la naturaleza feraz y sus recursos. El teniente José de Sotomayor y el piloto Hipólito Machado, a bordo de la goleta “Nuestra Señora de Montserrat”, realizaron prolijas investigaciones en la región austral, las que se extendieron hasta la península de Tres Montes, tarea que fue completada más tarde por José de la Moraleda y Montero, que entre 1787 y 1790 levantó las cartas de las costas de la isla de Chiloé y del continente entre los ríos Maullín y Palena. Se trató del trabajo más completo realizado durante la Colonia, dada la intrincada geografía cubierta, para conocer con certeza el curioso diseño de nuestras costas australes. Así se comenzó a trazar la fisonomía de un nuevo país, cuando aún no había atisbos por cortar el cordón umbilical con la corona.

La silenciosa obra del Abate La obra de Juan Ignacio Molina González debe ser debidamente destacada. Vivió en el siglo de la Ilustración, el “siglo de las luces”. Debió abandonar para siempre su terruño a los 27 años de edad y a los 33 se incorporó a la Universidad de Bolonia, Italia, donde inició la preparación de la totalidad de su obra, especialmente la dedicada a la flora y fauna de Chile. Se publicó en 1782, pero dos años antes su hermano jesuita Felipe Gómez de Vidaurre, también en el destierro, había editado la “Historia Geográfica, Natural y Civil de Chile”, en donde dedicó cinco de sus tomos a la geografía, minerales, vegetales y animales de nuestro país.

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Cronológicamente, con la publicación de su Historia Natural, Molina precede a la de los miembros de las grandes expediciones del siglo XVIII y su obra pasa a ser guía de viajeros y naturalistas. No obstante, tomó también abundante información de lo hasta entonces publicado en Europa sobre Chile, y así lo reconoce en su Saggio sulla Storia Naturale del Cile, obra dividida en cuatro libros. En 1786 aparece la segunda parte dedicada solo a la historia civil de nuestro país. Su aporte, modesto en apariencia, no exento de algunos errores u omisiones pero grande en su fondo, fue recibido con elogios y se lo tradujo al alemán, francés, español e inglés. De esta forma, por ejemplo, Charles Darwin se informó sobre Chile leyendo a Molina al abordar el “Beagle” en su histórico viaje. Existe consenso respecto a que Molina debe ser considerado el primer científico chileno (más bien el primer naturalista), pero también el primero en su género en conocer los sinsabores del exilio y de haber sido acusado ante la Inquisición (1815) por haber sostenido –como erróneamente lo argumentó su inquisidor y ex alumno en Bolonia, Camilo Ranzani- que la materia tenía principios de vida y que algunos metales eran sensibles (Fontecilla, 1945). La información recogida por Molina, como por sus antecesores durante el siglo XVIII quedó guardada en las grandes bibliotecas europeas. En Santiago, la Real Universidad de San Felipe no mostró mayor interés para recuperar y aprovechar los cuadernos de bitácora de los naturalistas, no obstante contribuir con la importante suma de $ 4.160 para la publicación de las monografías de Ruiz y Pavón. En el siglo XIX, en cambio, aparecen descritos los primeros frutos de nuestras riquezas naturales. Llegan a Chile numerosos naturalistas y cartógrafos ingleses, italianos, franceses y alemanes, los que sin ser miembros de grandes expediciones de reconocimiento permanecen a veces por largo tiempo en el territorio.

Abate Juan Ignacio Molina González

Primer científico chileno.

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Llega la imprenta En noviembre de 1811 fondeó en Valparaíso la fragata “Galloway” procedente de Nueva York. Traía en sus bodegas, entre otras mercaderías, una modesta imprenta que luego utilizó Fray Camilo Henríquez para editar el primer número de La Aurora de Chile, “Periódico ministerial y político”, aparecido el 13 de febrero de 1812. Se editaba una vez a la semana (todos los jueves), tenía cuatro páginas tipo oficio y una tirada de 200 ejemplares. En el Prospecto (editorial) del número uno, anota con la grafía textual: “Está ya en nuestro poder, el grande, el presioso instrumento de la ilustración universal, la Imprenta. Los sanos principios, el conosimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas y utiles van a difundirse entre todas las clases del Estado… La voz de la razón, y de la verdad, se oyrán entre nosotros después del triste, é insufrible silencio de tres siglos… “Venid pues, o sabios de Chile, venid, ayudad, sostened con vuestras luces, meditaciones, libros y papeles, nuestros debiles esfuersos y trabajos. La Patria os invoca…. “El monopolio destructor ha cesado; nuestros puertos se abren a todas las naciones. Los libros, la máquina, los instrumentos de ciencias y artes se internan sin las antiguas trabas… “Creed, compatriotas, que no distan los días en que se abran las fuentes de la abundancia, de la riqueza y prosperidad pública. Se establecerán fábricas, se hará con arte el trabajo de las minas, florecerá la agricultura. Nil desperandum. ¡Qué valioso llamado a los naturalistas y “sabios” de esa hora para fundar la patria sobre sólidas bases! Desde sus primeros números La Aurora incorpora noticias sacadas del periódico inglés The Times, así como de publicaciones de los Estados Unidos. La primera de esas “noticias” había sido publicada… 162 días antes, el 3 de

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septiembre de 1811. En el Nº 3 (27/2/1812) aparece el primer texto vinculado a las ciencias sociales: “Observaciones sobre la Población del Reino de Chile”. En el número 14 (14/5) se inicia el registro de las “Observaciones Meteorológicas” de los días precedentes, con temperaturas expresadas en grados Fahrenheit y Reamur. Así es como parte en nuestro país esta útil información sobre el estado del tiempo, nota con innegable contenido científico. En mayo de 1812 (Nº 14) se informa sobre el “Estado actual del nuevo mineral de plata descubierto en al Partido de Guasco, en el cerro nombrado de la Agua Amarga”, y tres semanas después se da a conocer lo que ocurre en el “Mineral de Rungue, que dista 14 leguas de Santiago y tiene varias masas de plata masiza cubiertas de una película negra, y donde trabajan en él más de cien personas”. En el número 18 el periódico incorpora por primera vez un logotipo alusivo a su nombre, con una exhortación en primera página al estudio de las ciencias. Su vida concluyó luego de 58 números el 1 de abril de 1813. Mayor suerte tuvo quien lo sucedió bajo la misma dirección del fraile de la Buena Muerte: El Monitor Araucano. Se publicó hasta el 1 de diciembre de 1814 completando 183 números. Lo cierto es que la imprenta antes mencionada no fue la primera en llegar a Chile. En 1747 fue desembarcada en Valparaíso una imprenta pequeña y rudimentaria, traída por el jesuita Carlos Haimhauser, con el fin de imprimir estampas y material religioso en las afueras de la capital (Calera de Tango). Cuando se aplicó la Pragmática del rey Carlos III (25 de agosto de 1767), los jesuitas debieron abandonar Chile, lo que determinó que la imprenta fuera transferida a la Universidad de San Felipe (Valdebenito, 1956).

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La llegada de la imprenta no gatilló el surgimiento inmediato de una democratización del conocimiento acumulado, algo parecido de lo que sucedió con la aparición del invento de Johannes Gensfleish, más conocido como Gutenberg, en el siglo XV. Los historiadores de la ciencia consideran el advenimiento de la imprenta como un hecho sin trascendencia (Sarton, 1938; Price, 1975) porque no basta que la máquina, el papel y la tinta estén a punto de iniciar el trabajo, sin que el mensaje esté lo suficientemente decantado (decodificado diríamos hoy) para que lo internalicen los lectores. Y además, que esos lectores existan. Pero cuando falta el mensaje, cuando escasean los redactores y el público no es capaz de asumirlo, de nada sirve el ingenio puesto en la técnica de imprimir. No obstante, el esfuerzo editorial de Fray Camilo para incorporar notas vinculadas con el atisbo de ciencia y tecnología resulta del mayor interés. Merece destacarse, por ejemplo, el empeño del editor por darle vigencia nacional a La Aurora de Chile. A propósito del relato de Malaspina sobre la mina de mercurio de Punitaqui, Henríquez plantea y exige en su periódico (11/6/1812) que “La minería debe ser explotada por los chilenos”: -Es claro que bien trabajada esta mina hubiera traído a la patria las riquezas del Perú, pero necesitaba, lo mismo que las otras, de luces y fomento. Es necesario proteger la industria y es indispensable domiciliar entre nosotros los conocimientos útiles. Su propuesta se proyecta al futuro. Apunta a la necesidad de crear el Instituto Nacional y formar allí a quienes puedan llegar a explotar nuestros recursos naturales. Agrega: -…Para tener hombres que posean los conocimientos de que pende el adelantamiento de las minas, y demás producciones del reyno, y que éstos sean en minería suficiente a cubrir todos los puntos que

La Aurora de Chile Camilo Henríquez clama por incorporar la ciencia al país.

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exigen sus atenciones, y con unos costos tolerables, y sin el riesgo de ser el juguete de los charlatanes, es forzoso que se formen aquí, es forzoso que este género de estudios se establezca entre nosotros: ellos están comprendidos en el plan del Instituto Nacional. Son una aplicación de las matemáticas y de la química de la cual se necesitan maestros, y es preciso que vengan de afuera. En otro momento (Nª 11), el periódico da cuenta que “446 personas ya han sido vacunadas”, con un completo detalle de la inoculación antivariólica entregado por Judas Tadeo de Reyes: - La inoculación de la vacuna practicada en las casas del cabildo en todo el mes de Mayo, ha producido saludable efecto en 446 personas de ambos sexos: las 231 de edad de uno hasta cinco años; 84 de cinco á diez; 63 de diez á veinte; 56 de veinte á treinta; 8 de treinta á cuarenta, y quatro desde cuarenta hasta el término de vida. El aumento de progresión del numero de vacunados que se observa cada dia, principalmente de los que estaban este remedio, siendo nacidos antes de los quatro años que se dio á conocer, y se subministra caritativamente por el gobierno, manifiesta que el zelo, y diligencia de la nueva comision diputada para su propagacion por la superioridad ha correspondido á sus designios. El practicante sale á operar a los suburbios, y barrios donde el registro personal de los diputados por casas y quartos encuentran miserables que por desnudez ú otras dificultades rehusan concurrir al vacunatorio público. Otro vacunador circula por las campañas, bajo la inspección, y auxilio de los Señores Párrocos, y de dos diputados nombrados en cada uno de los curatos exteriores de esta capital. Con tan oportunas proporciones á vuelta de pocos meses solo restará que socorrer con este preservativo a los que nacieron en la sucesion del tiempo. Santiago 2 de junio de 1812.

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La variedad informativa de la prensa chilena en los primeros años de su existencia era muy pobre. Se reducía a dar a conocer el escaso movimiento de barcos en Valparaíso, algún incendio o temblor, y los documentos oficiales que el gobierno ordenaba publicar. Por lo demás, la prensa como tal aparece muy tarde en Chile en relación con la de las demás colonias españolas de América. Lo que sucedía en el mundo se sabía entonces en Valparaíso y Santiago por medio del “Mercurio Peruano” y luego por la “Gaceta de Lima”, cuando llegaban con el atraso correspondiente desde la sede del Virreinato.

Chile atrae a nuevos naturalistas En 1816 arriba a Talcahuano en el bergantín “Rurik” Adalbert Von Chamisso, naturalista y escritor francés de nacimiento pero prusiano de corazón. Recorre el sur –se enamora de él, en sus palabras- y describe la flora de Concepción y Talcahuano. Le acompaña el joven zoólogo Iván Ivanovich Eschscholtz, con quien confeccionó intereseantes catálogos de fauna y flora de la región. Su apellido quedó incorporado al de una especie nativa de la familia de las Compuestas: el Haploppapus chamissonis. Era el tiempo de Fernando VII y su régimen absolutista. En la pencópolis conoció y probó el molusco “loco” y luego comentó en Europa –como el mejor diplomático de Chile- las maravillas de nuestro país. Allí conoció al anciano Padre (obispo) Alday, “que me habló con mucho cariño de los elocuentes araucanos y me preparó para el gran goce que me produjo la lectura de la ‘Historia Civil de Chile’, de Molina”. De los mapuches anotó luego en sus memorias tituladas Bemerkungen und Ansichten (Observaciones y opiniones) que “son excesivamente bebedores de vino de manzanas”. La estimación de Chamizo por su ayudante la demostró al dedicarle un género de plantas californianas por él descritas: las Eschscholtzias, de las cuales una de ellas, la Eschscholtzia californica, conocida en

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Chile como “dedal de oro”, tapiza con hermosas tonalidades color amarillo y naranja los caminos de Chile central durante la primavera. Edouard Poeppig, médico alemán de 28 años, a bordo del velero “Gulnare” recaló también con un pequeño grupo de colaboradores en Valparaíso el 15 de marzo de 1827. Allí se encontró con sus paisanos, los naturalistas von Kittlitz y Mertens. Visitó Concón y Quintero, destacando cómo en las lagunas saladas de ese litoral se veían por miles los hermosos cisnes de cuello negro (hoy retirados al sur del Maule y en algunas partes con trágico destino). Poeppig recorrió los aledaños de Santiago, el valle de Aconcagua y luego se dispuso a herborizar los suelos del sur: Talcahuano, Concepción y el volcán Antuco, donde hizo también observaciones geológicas y geográficas. Permaneció dos años en el país y fue la primera vez que un naturalista dotado de sólida preparación hacía una escala tan larga en Chile. En 1832 volvió a Alemania llevando el resultado de su extenso viaje: 17.000 plantas secas (900 de Chile), centenares de animales embalsamados, 300 descripciones de plantas hechas en el mismo lugar del hallazgo, 30 láminas panorámicas, además de semillas, y en la Universidad de Leipzig publicó su libro “Reisen in Chile” (Viajando por Chile), donde dio cuenta de unas 50 especies de plantas chilenas nuevas. A su primera obra se agregan, en 1845, otros tres volúmenes preparados con Stephen Endlicher sobre nuevas especies de la flora chilena, peruana y del Amazonas. Entre los ilustres visitantes sobresale el médico y naturalista piamontés Carlos Giusepe Bertero (1828) que estudia la flora del archipiélago de Juan Fernández y publica cinco artículos de información botánica sobre el particular en “El Mercurio Chileno”. ¿Quién estaba capacitado para asimilar ese cúmulo de información nueva?

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Una mínima porción de la aristocracia que sabía leer y entender lo que leía, además de intelectuales -muchos de ellos extranjeros- avecindados en la capital y en Valparaíso. Cuando Andrés Bello conoció este periódico le pareció excelente, pero lamentó que no tuviera “más de 60 lectores en todo el territorio de la República”. El Mercurio Chileno fue fundado en 1828 como revista mensual gracias a la iniciativa del español José Joaquín de Mora, impulsor de la labor constitucional como periodística en horas de profundas transformaciones republicanas. Intelectual destacado, fundó también el Liceo de Chile (1829) donde se introdujo por primera vez la enseñanza de álgebra, geometría, cálculo diferencial, física y química. La revolución de 1829 determinó el término de las ayudas económicas al plantel, el que debió integrarse al Instituto Nacional. La revista duró solo 16 números y de Mora fue expulsado del país en 1831 debido a sus ideas liberales. A los viajeros citados hay que agregar al inglés Beechey (18251828), a su compatriota Thomas Bridges y a Julio Fernando Meyen (1831). Bridges colectó plantas en Quillota, la cordillera de Santiago, Valdivia, Corral, Niebla, lago Ranco, Osorno, Maullín y Chiloé, y por el norte alcanzó hasta el Desierto de Atacama. Ya en Londres, en 1843, publicó las primeras observaciones sobre hábitos de los roedores chilenos. Su nombre se quedó entre nosotros cuando Bertero creó en su homenaje el género Bridgesia, el arbusto siempre verde conocido como rumpiata, característico de la vegetación del norte chico. Pero a Bertero sus colegas le dedicaron nuevas especies, especialmente de la zona central, las que hoy aparecen en la nomenclatura botánica como Astragalus berterianus, Erigeron berterianus, Gerianum berterianus (core-core) y el conocido chagual o cardón, la Puya berteroana.

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Las riquezas naturales del país se conocían más en Europa que en Chile gracias a estos naturalistas, hasta que ocurren dos hechos de gran importancia: el gobierno de la época, a través del ministro Diego Portales, contrata al francés Claudio Gay, un profesor de 28 años, para que haga “el inventario de la naturaleza chilena” y deje su producto en el país. Su contrato pasó a ser un documento histórico. El otro hecho significativo es la visita que durante 17 meses hizo a Chile el joven naturalista inglés Charles Darwin en el H.M.S. Beagle (1832-1835). Darwin no solo estudió la flora y fauna del territorio. Le interesó también la etnografía, geología, volcanología, paleontología y, a fin de cuentas, “todo lo que le va saliendo al paso” al naturalista.

Claudio Gay hace el inventario de Chile El contrato suscrito entre el gobierno de Chile y don Claudio Gay Mouret (1800-1873) tenía requisitos precisos: “Se le obliga a hacer un viaje científico por todo el territorio de la República, en el término de tres años i medio, con el objeto de investigar la historia natural de Chile, su geografía, jeología, estadística i cuanto contribuya a hacer conocer las producciones naturales del país, su industria, comercio i administración, i a presentarlo al Gobierno en el término de cuatro años, por medio de una comisión que inspeccione sus trabajos”. La obra encomendada tenía fines concretos: “Dar a conocer la riqueza del territorio para estimular la industria de sus habitantes i atraer la de los extranjeros”. Como contraparte, el gobierno se obligó a dar al naturalista la suma de ciento veinticinco pesos mensuales por semestres adelantados y a proporcionarle los instrumentos necesarios para sus observaciones, “i a darle un premio de tres mil pesos, al menos, si cumple con lo que promete”. El contrato llevaba la firma del ministro Diego Portales, al que más tarde un naturalista le dedicó un nuevo género de plantas con el nombre latino de Portalesia. El

Claudio Gay Mouret Inicia la gran tarea de hacer el inventario de Chile.

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estudioso dio su razones: “A Portales Chile debe su tranquilidad i la mayor parte de sus grandes adelantamientos”. Gay da cuenta del avance de sus trabajos a través de El Araucano, lo que le permite poner en conocimiento del gobierno pero también del público los alcances de su obra. Parte de estas publicaciones se pueden encontrar en el registro siguiente: 1. 1831a. Viaje científico. A los señores don José Alejo Bezanilla, don Francisco Huidobro y don Vicente Bustillos, miembros de la comisión científica. El Araucano 26 (12-3-1831). 2. 1831b. Viaje científico. SS de la comunidad científica Dr. Don Alejo Bezanilla, don Francisco García-Huidobro y don Vicente Bustillos. El Araucano 35 (14-5-1831). 3. 1831c.Viaje científico. Sobre la verdadera patria de las papas ó patatas. El Araucano 41 (25-6-1831). 4. 1832. Viaje científico. A los señores de la comisión… El Araucano 77 (3-3-1832). 5. 1835a. Viaje científico. Carta del Sr. Profesor Gay, a los Sres. de la Comisión Científica. El Araucano 240 (10-4-1835); 242 (24-4-1835). 6. 1835b. Viaje científico. Carta del Sr. Profesor Gay. A los Sres. de la comisión científica. El Araucano 267 (16-10-1835); 268 (23-10-1835). 7. 1836. Viaje científico. Al señor Ministro del Interior. El Araucano 305 (8-7-1836). 8. 1841. Viaje científico. Historia física y política de Chile, por una sociedad de sabios y bajo la dirección de Claudio Gay, caballero de la Lejión de Honor, naturalista pensionado del Gobierno Francés, y comisionado por el de Chile para un viaje científico en toda la República. Prospecto. El Araucano 544 (29-1-1841).

Pero no solo los naturalistas describieron lo que veían a su paso por Chile. Las costumbres, la tipología social, las creencias, la religiosidad, el paisaje, las comidas, el uso de las yerbas medicinales y de las

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tinturas vegetales, etc., aparecen también como vivos retratos de esa hora en los escritos de Maria Graham (1822); de la estadounidense G.B. Merwin; de la vienesa Ida Pfeiffer y del francés Pierre Marie Lafond de Lurcy. Maria Dundas Graham (1785-1842), de 37 años, viajaba a bordo de la fragata de la armada inglesa “Doris”, cuyo comandante era Thomas Graham, su esposo, cuando éste falleció a la altura del Cabo de Hornos. Luego de dar sepultura a su marido, permaneció nueve meses en Chile dando cuenta de su condición natural de cronista, pintora, dibujante e historiadora, recorriendo caseríos, pueblos y ciudades de la zona central, acosada ya por una incipiente tuberculosis. En su “Diario de mi residencia en Chile en 1822” presentó la mejor radiografía de un país que salía con demasiada lentitud del dominio hispano e iniciaba su vida independiente.

Bello se ocupa de la ciencia Un ilustre venezolano que vivió algunos años en Londres sirviendo a la diplomacia de su país, fue contratado para que viniera a radicarse a Chile. Era don Andrés Bello López (1781-1865). Tenía estudios de medicina en su país, los que continuó en Londres. Había sido secretario del Comité de la Vacuna en Caracas, y al llegar a Chile se vinculó y animó rápidamente la actividad cultural y pública. Fue jefe de noticias extranjeras y de letras y ciencias de “El Araucano” (1830 a 1853), periódico semanal fundado el 19 de septiembre de 1830. En su primer número, Bello advirtió: “Las ciencias y las artes avanzan todos los días en la carrera de sus progresos. Frecuentemente se publican obras que ensanchan los conocimientos del sabio y que ofrecen reglas a los aplicados para instruirse con provecho, se dan a la luz las invenciones que ahorrando brazos y multiplicando fuerzas, promueven y facilitan los trabajos de la industria, y cuando estas noticias no pueden aprovecharse en el todo, servirán al menos

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Andrés Bello López Primer comunicador de la ciencia en diarios y revistas.

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de un pasatiempo agradable y de adorno a la educación”. En los primeros números daba cuenta del contrato del ministro Portales con Claudio Gay, con insistencia en editoriales, y cada seis meses publica los completos informes del naturalista galo al gobierno. Se incluyen, además, traducciones de artículos sobre temas de salud pública, astronomía, botánica, geología, historia, etc., aparecidos en diarios y revistas londinenses, los que llegaban a Valparaíso en los barcos de pasaje. En el mismo diario escribía, entre otros, José Vicente Bustillos y Maseira (1800-1873), creador de la carrera de Farmacia, dando a conocer sus hallazgos naturalísticos. Bustillos colaboró con Gay, fue primer profesor de química del Instituto Nacional e ideó la creación de un Museo de Historia Natural, el que comenzó a organizar en una de las salas del Palacio de La Moneda. En las ediciones de “El Araucano” números 493, 494 y 495, de febrero de 1840 (precio por ejemplar: un real), Bello tradujo de la publicación británica Edinburgh Review la “Narrativa de los viajes de los buques de guerra Adventure y Beagle por los capitanes King y Fitzroy de la marina real británica, y por Carlos Darwin, Escudero, naturalista de la Beagle, Londes 1837”. (El término “escudero” aludía a la calidad de asistente civil). Allí aparecen, por primera vez en la prensa nacional, las comunicaciones sostenidas por Fitzroy y Darwin con los habitantes de la pequeña tribu de Patagones, “que en un número de 200, vagaban por las costas desde el cabo de la Virjen hasta Puerto del Hambre. Los patagones, representados por algunos viajeros como jigantes, son ciertamente de más alta estatura que los europeos. Su altura media es de más de 6 pies (ingleses); tienen mui anchas espaldas i una gran cabeza, cuyas dimensiones parecen mayores por la cantidad de largo i trenzado pelo que cuelga sobre su cara en desaliñado i salvaje desorden”.

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En el número siguiente de “El Araucano” (494), se daba cuenta cómo fueron llevados a Inglaterra la niña de nueve años Fuegia Basket, el joven de 19 años Boat Memory; York Minster, de 25, y el niño de 14 años Jemmy Button, y el posterior y penoso regreso al hábitat patagónico de solo tres de ellos ya que el cuarto murió en Inglaterra… a causa de la vacuna antivariólica que le fue aplicada. ¿Qué reacción produjo este relato entre los lectores de la capital? ¿Hubo alguna voz que asumiera la defensa de aquella ignorada etnia? La respuesta de Benjamín Subercaseaux Zañartu (“Jemmy Button”) cobró vida recién en 1950: versión notable en cuanto realista y certera interpretación caracteriológica, si bien parcialmente inexacta en lo que atañe a su fidelidad biográfica. A falta de una revista dedicada solo a temas generales de ciencia y técnica, Gay se vale, como se señaló, de las páginas de El Araucano para contar el avance de sus investigaciones. Por ejemplo, luego de dar una conferencia ante la Sociedad de Geografía de París en su sesión del 30 de diciembre de 1842, publica dicho texto en el periódico de Santiago (674 y 675, julio de 1843) referido a “Fragmento de un viaje a Chile y al Cuzco, patria de los antiguos incas”. En octubre de 1838 la Sociedad Chilena de Agricultura crea el periódico bimestral “El Agricultor”, del que se publicaron 78 números (siete tomos) hasta 1849. En el Nº 2, de diciembre de 1839, Gay da a conocer el resultado de algunos de sus viajes científicos y presenta un novedoso cuadro de la vegetación chilena. La revista incluye informes de nuevas maquinarias y herramientas extranjeras para el moderno cultivo del agro, y temas de interés como la crianza de gusanos de seda y el cultivo de la morera Uno de los proyectos impulsados por la revista fue la creación de un jardín de aclimatación, base de lo que sería más adelante la Quinta Normal (de Agricultura), idea que también fue impulsada por Gay.

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En noviembre de 1842, días antes de la instalación de la Universidad de Chile, Santiago vio nacer su primer diario: “El Progreso”. Hasta entonces “El Mercurio” de Valparaíso, fundado 15 años antes, lucía el nombre de diario pero aparecía solo dos veces por semana. Con “El Progreso” comienza a crearse el hábito de leer todos los días temas distintos, algunos salidos de la pluma del maestro argentino Domingo F. Sarmiento. José Victorino Lastarria, político joven e impetuoso, criticó la postura de Bello frente al momento político tildándola de pasiva, e incluso le pareció falto de vigor el discurso que éste pronunciara en la ceremonia de instalación de la Universidad de Chile (Jaksic, 2001). No obstante, recurre una y otra vez a él solicitándole la colaboración en las tres revistas que crea en la década de 1840. En efecto, Bello colabora en la redacción del “Semanario de Santiago” (1842); en “El Crepúsculo” (1843), consagrado a las ciencias y a las letras, y en “La Revista de Santiago” (1848). El primer rector de la Universidad de Chile no deja de lado su interés por comunicar las novedades que llegan de ultramar en todas las vertientes de la cultura, y en la edición del 1 de agosto de 1843, “El Crepúsculo” incluye por primera vez en un medio informativo del país un retrato a línea del abate Molina. Pocos eran los que sabían algo de él. Entretanto, la revista ganaba cada mes nuevos lectores, hasta el día en que publicó un encendido ensayo de Francisco Bilbao sobre la sociabilidad chilena. Aquello determinó que la revista llegase abruptamente a su fin. La labor periodística de don Andrés ha sido sistematizada por el periodista Federico Alvarez O., en su memoria de título realizada en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile en 1961. Bello es considerado el primer comunicador de la ciencia que hubo en Chile, a pesar que declinó siempre estampar su firma en lo que

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escribió en periódicos y revistas. Un naturalista inglés, como tantos otros de paso por Chile, creó un nuevo género de plantas en la familia de las Compuestas, al que denominó Belloa, y lo dedicó “al sabio lejista i poeta don Andrés Bello, muy conocido por la variedad de sus conocimientos i adicto igualmente a las ciencias naturales”. Darwin, entretanto, observó y anotó en su Diario de Viaje todo lo que llamó su atención en las costas y poblados del interior de Chile. Llegó a Tierra del Fuego (lado Atlántico) el 16 de diciembre de 1832 y permaneció 72 días en la zona. Ocupó luego 20 días en cruzar y recorrer palmo a palmo ambas orillas del Estrecho de Magallanes, y el 10 de junio de 1834 alcanzó las aguas del Pacífico. El 28 de junio recaló en Chiloé y se tomó 15 días para dar una primera mirada a la isla grande. Los pobladores, sus usos y costumbres, llamaron profundamente su atención, por lo que prometió volver. El 13 de julio ya navegaba rumbo a Valparaíso, donde recaló diez días más tarde. -“El Beagle echa ancla durante la noche en la bahía de Valparaíso, principal puerto de Chile. Al amanecer nos hallamos en cubierta. Acabamos de abandonar (sic) Tierra del Fuego; ¡Qué cambio!, cuán delicioso nos parece todo aquí; tan transparente es la atmósfera, tan puro y azul es el cielo, tanto brilla el Sol, tanta vida parece rebosar la Naturaleza. Desde el lugar en que hemos anclado, la vista es preciosa”, anota en su Diario. Luego recorre Quintero, Quillota, San Felipe, Jahuel y el cerro (parque) La Campana, donde queda sorprendido por la flora del lugar. El 28 de agosto llega a Santiago y recorre luego sus alrededores. Entre el 5 y el 26 de septiembre visitó Rancagua, San Vicente de Tagua-Tagua, Navidad, Casablanca y luego en Valparaíso reposó un mes debido a una dolencia. El 19 de noviembre zarpó en la Beagle nuevamente al sur –cumplió con su palabra- y recaló en San Carlos de Chiloé para iniciar excursiones a Quinchao, Castro, Lemuy y

Charles Darwin: 17 meses en Chile. Su encuentro con etnias australes llamaron su atención.

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San Pedro. El 13 de diciembre navegó por los archipélagos de Los Chonos y Guaitecas. La llegada de 1835 lo sorprendió en visitas por Ancud. Observó la erupción del volcán Osorno y volvió a Castro, Chonchi y Cucao. En febrero sintió en Valdivia los rigores del terremoto del 20 de ese mes, y a comienzos de marzo vio la devastación causada por el mismo sismo en Concepción y Talcahuano. El 11 de marzo estaba de vuelta en Valparaíso y la semana siguiente recorría nuevamente Santiago, aprontándose para el cruce de la cordillera hacia Mendoza “por el Paso del Portillo”, lo que le tomó otros 22 días a lomo de mula. El 17 de abril volvió a Valparaíso para luego emprender viaje a Coquimbo y Copiapó. Con ocasión del sesquicentenario de su visita, la Universidad de Chile y el British Council montaron una exposición alusiva a tan magna fecha en la Casa Central de la Casa de Bello. Con mis alumnos del curso de periodismo científico de la Escuela de Periodismo del plantel, preparamos un número único de un periódico que se editó en sepia y donde cada reportero siguió imaginariamente a Darwin desde la Patagonia hasta Caldera, haciendo despachos “en directo” de entrevistas y observaciones. Lo llamamos “La Evolución” y resultó un ejercicio interesante para los jóvenes y una forma atractiva para resumirle al público la importancia de la obra de Darwin. Numerosas especies recuerdan a Darwin en su nombre científico, entre ellas la ranita trompuda de los bosques del sur (Rhinoderma darwinii), el arbusto ornamental conocido como michay o calafate (Berberis darwinii), y un hongo rojizo no comestible de los bosques de la Patagonia (Cortinarius darwinii). La “ranita de Darwin” llenó de curiosidad a los naturalistas de su época porque su desarrollo larvario único se realiza en los sacos vocales de los machos adultos, hasta alcanzar la metamorfosis. Ello llevó al equívoco de considerar a esta especie como capaz de devorar a sus crías, en vez de reconocerle una paternidad ejemplar.

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¿Quién estaba capacitado para decodificar la obra monumental de Gay y entregarla debidamente “traducida” en los diarios de esa hora? No muchos, a no ser el mismo Gay y los ayudantes franceses que contrató para llevarla adelante. No aparecía aún la figura moderna del “periodista científico”, del “reportero de salud” o del ambientalista, toda vez que lo que llamamos hoy “científico” correspondía entonces al oficio del naturalista, del estudioso de la naturaleza, en tiempos de esplendor de las ciencias descriptivas. No obstante, se aprecia un marcado interés en algunos grupos capitalinos y porteños por “ir más allá” de la contingencia política imperante en los medios. Comienza a soplar un vientecillo cultural que anima a muchos a abrir las ventanas a los arcanos de la ciencia. En efecto, durante la década de los años veinte del siglo XIX, nacen algunas sociedades con el fin de fomentar la educación. Se funda la Academia Chilena destinada a “perfeccionar las ciencias y las artes mediante la investigación”, lo que se concretaba al publicar los descubrimientos y al intercambiar información calificada con sociedades extranjeras. Es el período en que se crea la Biblioteca Nacional y se reestructura el Instituto Nacional dando vida a su Sociedad de Alumnos (1825). Cuatro años más tarde se funda la Sociedad de Lectura, llamada a “extender el gusto por la lectura y dar a conocer las más recientes publicaciones del país y del extranjero”, excelente vía para incorporar la información científica y técnica entre sus abonados. Los escasos avances que se percibían en el plano cultural contrastaban drásticamente con la calidad de vida de la población. En 1823, el doctor Bartolomé Coronillas hacía presente que el aborto y el infanticidio cundían sin freno. Lo atribuía a “la asombrosa fecundidad de la gente del país”. Anotaba que “Apenas hay mujer que no dé a luz ocho, doce y dieciséis hijos, pero en la clase infeliz pocas son las que conservan dos o tres”. Por ello proponía como remedio a tal

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situación el establecimiento de una casa de huérfanos. Es un decenio en que aumenta el número de los periódicos y revistas (algunos de vida efímera, llenos de ironías y sarcasmos), además de la edición de textos de estudio originales y traducciones de obras científicas. El “Redactor de Educación” circula desde 1825 bajo la dirección del ingeniero francés Ambrosio Lozier, quien llegó al país contratado por Bernardo O’Higgins en 1823 para encargarse de la enseñanza y formación de jóvenes en ciencias exactas, y para abrir una escuela industrial en donde aplicar los conocimientos de química, mecánica, geometría y matemática “a todas las ramas de la industria agrícola, manufacturera i mercantil”. En 1830 irrumpe “El Criticón Médico”, de sugestivo nombre para una especialidad que entonces gozaba de mala reputación. Era redactado por los médicos españoles José Passamán y Juan Miquel y se lo conoció como un periódico de guerrilla y polémico contra la institución del Protomedicato, presidida por el médico inglés Guillermo Cummingham Blest, radicado en Santiago.

Los relatos ignorados La larga lista de exploradores y naturalistas -que no incluye por cierto el registro de todos cuantos pasaron por Chile-, la completan Alcides D’Orbigny y Dumont D’Urville. El primero llegó al país desde Buenos Aires por la ruta de los andes, lo que le permitió describir con detalle ese trayecto hecho en carruaje y a lomo de mula hasta entrar en Santiago en 1842. No más de 45 mil habitantes vivían entonces en la capital, “incluyendo los arrabales”, según su relato. Escribió entonces: - La ciudad me ha gustado. El pan que se fabrica es excelente, merced a la buena calidad del trigo y a pesar del mal método que se usa para prepararlo. La agricultura está muy poco adelantada. Los

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únicos instrumentos que en ella se emplean para preparar la tierra se reducen a un arado sencillísimo arrastrado por bueyes, el legón y un azadón. Hace poco tiempo que se ha introducido el uso de la azada... Lo demás, a excepción del riego, está abandonado a la dirección de la naturaleza. No se conocen los abonos y es costumbre recibida dejar descansar las tierras cultivadas cada cuatro o cinco años. El trigo y la cebada son los únicos cereales cultivados. D’Orbigny visitó Valparaíso, pasando previamente por Polpaico, “donde hay una canteras de yeso muy abundante i en Tiltil se muele i amalgama todo el mineral de oro que se saca de las minas vecinas”. Viaja tanto al sur como al norte y cual “enviado especial” de algún medio informativo, va describiendo no solo la flora y fauna sino también la vida y costumbres de los pueblos. Cuando llegó a Copiapó, le pareció “un lugar muy pobre i triste, como que me falta el ánimo para seguir más al norte”. Todo el rico relato del naturalista queda ignorado por la población. J. Dumont D’Urville es el último de los navegantes. Viajó desde islas Galápagos vía el archipiélago de Juan Fernández, y en su libro Voyage autour du Monde (París, 1848) describe la caza de la ballena y la abundancia de cetáceos en las costas de Chile. No recala en ningún puerto sino que a bordo de “L’Oceanic” enfila al Cabo de Hornos. Con él venía el naturalista galo P. Lesson, que ya había estado en 1823 en Talcahuano y otros puertos, en la expedición del teniente naval Duperney. Lesson es el autor de la narración oficial del viaje de “La Coquille” donde da cuenta de la flora y fauna, pero también de la historia política y social de Chile bajo la administración de Ramón Freire. En 1824, el botánico Bory de Saint Vicent crea el género Lessonia como homenaje a Lesson, y hoy se conoce a lo largo de todo el litoral chileno el alga que recuerda su nombre, Lessonia nigrescens, denominada vulgarmente como chascón o cola de mono.

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Entretanto, obras como Botanical Miscellany y The Botany of Captain Beechey`s Voyage, de Joseph Dalton Hooker y George A. Arnott, describen entre 1830 y 1833 decenas de plantas, material del que se vale David Don para ampliar la lista de especies nuevas para Chile. Entretanto, J. Reid publica en Londres en 1837 el hallazgo de un marsupial nuevo para la ciencia, recolectado en Valparaíso, y Poeppig hace crecer el número de los murciélagos del país al agregar nuevas especies colectadas por él, entre las que figura el “orejón”. G.R. Waterhouse aprovecha parte del material recogido por Darwin y describe lauchas y ratones hasta entonces desconocidos en Chile (1839). ¿Qué dejaron para la ciencia todas estas expediciones, que se extendieron por casi 150 años? Desde luego, un cúmulo de informaciones, registros, referencias, constataciones, testimonios, hallazgos, etc., diseminados en informes cuya circulación nunca fue lo suficientemente amplia. Es difícil probar que hayan dejado en el país conocimientos transferidos a círculos eruditos, por la independencia con que los visitantes actuaban y la falta de un estamento científico capaz de aprovechar el conocimiento nuevo que cada viajero llevaba consigo. A pesar de lo señalado, ya existían atisbos de comunicación científica (datos aislados) desde el primer número de El Mercurio de Valparaíso (1827). Si se revisa el informe mensual que el periódico publica sobre enfermos y fallecidos en el hospital (nosocomio) del puerto, se aprecia cuáles eran las dolencias de mayor cuidado y las causas de decesos de hombres y mujeres. Desde los primeros números se incluyen, además, datos de la temperatura atmosférica y nociones de astronomía, proporcionadas por el relojero escocés Juan Mouat, radicado desde hacía algunos años en el puerto. Tenía pasión por los estudios astronómicos e instaló, de su peculio, el modesto primer observatorio astronómico que hubo en Chile en uno de los

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cerros porteños. La comunicación de algunos hechos de la ciencia y tecnología alcanza también a los lectores del sector rural, lo que amplía el radio de circulación de los periódicos. En el puerto principal se funda en 1842 la “Revista de Valparaíso”, dirigida por el intelectual argentino Vicente Fidel López. En ella escriben interesantes artículos de cuidada prosa un grupo de inmigrantes, entre ellos el educador Domingo F. Sarmiento.

Las ciencias a las aulas Hasta 1842 el conocimiento de los recursos naturales renovables y no renovables del país tenía tres posibles vertientes: (1) la obra asistemática acumulada por decenas de viajeros que publicaron sus hallazgos en Europa, donde quedaron sus guías de campo y el material que se tuvo en vista para hacer las descripciones; (2) el valioso aporte del Abate Molina y (3) parte de la obra monumental de Gay (su “Historia Física y Política de Chile” apareció recién en 1867). Gracias a Gay, Chile fue el primer país de América en poseer un estudio exhaustivo de sus recursos renovables. Su obra completa excede las 15.000 páginas Diversos signos y síntomas denunciaban hacia fines de la tercera década del siglo XIX una madurez en la creación intelectual de ciertas elites. Los gobiernos, por su parte, habían mostrado el mayor interés por acoger la experiencia de Europa al contratar a muchos profesores, especialmente franceses. El 17 de abril de 1839, el presidente José Joaquín Prieto y su ministro de instrucción Mariano Egaña, sucesor de Portales, promulgaron un decreto que estableció: “Queda extinguido desde hoy el establecimiento literario conocido con el nombre de Universidad de San Felipe. Se establece en su lugar una casa de estudios que se denominará Universidad de Chile”.

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A mayor abundamiento, la ley promulgada el 19 de noviembre de 1842 puso fin a la ardorosa lucha empeñada entre la rutina y los prejuicios y la moderna orientación científica, al declarar: “Habrá un cuerpo encargado de la enseñanza y el cultivo de las letras y ciencias en Chile. Tendrá el título de Universidad de Chile”. La corporación nacía con una doble misión: ocuparse del cultivo, enseñanza y difusión de las ciencias, las artes y las letras, pero también era responsable de la superintendencia de la educación en todos sus niveles (programas de estudio, aprobación de textos, control de exámenes, extensión de títulos y grados, etc.). En su discurso de instalación de la Universidad, Andrés Bello precisó claramente: “El programa de la Universidad es enteramente chileno. Si toma prestadas a la Europa las deducciones de la ciencia es para aplicarla a Chile. Todas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus alumnos, convergen a un centro: la patria”. Luego de encomendarle a Gay su trabajo, el gobierno hizo lo mismo con el profesor de astronomía y geología de la naciente Universidad, don Amado Pissis. En el plazo de tres años, debería hacer la descripción geológica y mineralógica del territorio junto con la edición de textos y mapas. Su misión tenía carácter estratégico: debía “dedicar una particular atención a la Cordillera de los Andes, que examinará del modo más prolijo que sea posible, a fin de señalar con precisión el punto o línea culminante que separa las vertientes que van a las provincias argentinas de las que se dirigen al territorio chileno, y la situación geográfica de los diversos boquetes que permiten el paso de dicha cordillera a las varias provincias de la República”. La obra de Pissis amplió el trabajo realizado por el polaco Ignacio Domeyko como explorador del Desierto desde 1839, cuando se radicó en La Serena y dio respaldo científico a la naciente explotación minera del

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norte. Al mediar el siglo XIX (1849), el gobierno de Manuel Bulnes decide fundar la Escuela de Artes y Oficios, como “un plantel de industria, civilización y moralidad”, pilar fundamental en la formación técnica de las generaciones que echarían las bases al naciente desarrollo industrial del país. Un siglo más tarde, heredó esta tradición la Universidad Técnica del Estado, luego Universidad de Santiago de Chile.

Philippi incrementa el saber acumulado Aparecen dos primeras figuras a la altura del trabajo de Gay. Son extranjeros: el francés Filibert Germain, experto en coleópteros, y el médico y naturalista alemán Rodulfo Amando Philippi. Germain, por unos meses director del Museo Nacional (1853), fue el primer entomólogo auténtico que tuvo el país. Sus observaciones y hallazgos los publicó en los “Anales de la Universidad de Chile”, el gran correo de la ciencia, las artes y las humanidades abierto pocos años antes. Philippi llegó en 1850 y amplió y complementó la obra de Gay. No había periodismo capacitado para aprovechar sus conocimientos. El Museo Nacional de Historia Natural a su cargo iba acumulando un tesoro de informaciones que solo aprovechaban los naturalistas. Don Rodulfo Amando primero y luego su hijo Federico, infundieron método, ritmo, vitalidad, rigor y sistematicidad a las observaciones e intentaron establecer un trabajo multidisciplinario, a pesar que los expertos en ese momento eran escasos. Philippi padre trabajaba incansablemente, dibujaba y publicaba notas de botánica, zoología, paleontología, medicina, mineralogía, etc. Organizó expediciones para estudiar la flora y fauna de Chiloé, de la región de Magallanes, de la Cordillera de los Andes, del archipiélago de Juan Fernández, pero también hacia lugares desconocidos y hasta de polémica per-

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tenencia territorial, como los del Desierto de Atacama, el que cruzó en dos oportunidades. Su informe al Ministro de Hacienda sobre los resultados de su viaje a los parajes del norte fue publicado en El Araucano Nº 1492 (18-31854), en tanto en el Nº 1506 (6-5-1854) dio a conocer la “Memoria sobre la exploración del Desierto de Atacama”. El naturalista había vuelto cargado de materiales que pretendió elaborar, pero se encontró con que carecía de recursos humanos calificados para hacerlo. Pidió entonces al Gobierno que contratara en Europa a científicos que pudieran ampliar el naciente campo de las ciencias naturales. Así fue como llegaron, atraídos por el prestigio de Philippi, Ludwig Landbeck; el entomólogo agrícola Fernando Lataste, el ictiólogo Edwin Charles Reed, Federico Albert, Roberto Pohlmanm, Bernardo Gotschlich, el botánico Carlos Reiche (escribe más tarde seis tomos de sus “Estudios críticos sobre la Flora de Chile” ) y Juan Soehrens. En 1968, Guillermo Feliú Cruz publicó un interesante estudio sobre “Carlos Reiche (1860-1929) y la bibliografía botánica de Chile. Historia de las fuentes de la bibliografía chilena. Ensayo crítico”. Reiche (1860-1929) permaneció 22 años en Chile. Fue contratado por el Gobierno para que se hiciera cargo de las clases de dibujo, matemáticas y ciencias físicas y naturales en el recién fundado Liceo de Hombres de Constitución, pero desde el primer momento, al pisar suelo chileno, le atrajo poderosamente la flora del país, a la que dedicó pronto todo su tiempo cuando fue llamado a Santiago como jefe de la sección botánica del Museo Nacional de Historia Natural. Allí comenzó a ordenar el material disperso en instituciones científicas y museos, iniciando, de acuerdo con ideas modernas de la fitotaxonomía, la clasificación del material florístico de Chile.

Doctor Rodulfo Amando Phillipi

Pide traer al país a científicos de nuevas disciplinas.

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Algunos de los naturalistas contratados no solo hicieron investigación sino que se incorporaron a las cátedras respectivas en las carreras de agronomía, veterinaria, química y farmacia y medicina en la Universidad de Chile. Albert fue el que trajo al Museo Nacional, desde Valparaíso, el esqueleto de la enorme ballena que empotró en el salón central (1889). El director se libró de esta manera de seguir facilitando ese espacio para bailes y reuniones sociales. La ciencia comenzaba a desplazar de sus fueros y templos a la superficialidad.

Los diarios: renuentes a la ciencia Nadie puede negar que ya existía un buen equipo de informantes, pero faltaban reporteros inquietos para recibir sus mensajes y editores capaces de saltarse de vez en cuando la polémica política cotidiana para ordenar una mirada hacia la potencialidad del país y sus recursos: la minería, la agricultura, los bosques, el océano. El 22 de diciembre de 1855 se funda en Santiago “El Ferrocarril”, primer órgano de prensa autodeclarado “absolutamente independiente en materia política”, y que circuló hasta el 20 de septiembre de 1911. En sus páginas la actividad naturalística comenzó a tener un eco tenue. Hacia los años sesenta del siglo diecinueve, no había en Chile más que dos diarios en condiciones estables y sólidas: El Ferrocarril, en Santiago, y El Mercurio en Valparaíso. Los citados, más “El Comercio” capitalino, tenían una parte considerable de sus columnas ocupadas con corresponsalías extranjeras que traían informaciones de la prensa francesa, inglesa, española y de los Estados Unidos. Un destacado periodista y político de la época, Justo Arteaga Alemparte, escribió en “La Semana” del 7 de abril de 1860: “Esto comunica a los diarios chilenos más variedad, más interés y utilidad que a cualesquiera de los otros de América del

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Sur: Son americanos, son europeos, son cosmopolitas, sin dejar por eso de ser chilenos”. Para entonces, El Mercurio de Valparaíso tenía corresponsales en París, Nueva York, California, Panamá y Lima, así como en todas las provincias del país. El periodismo de ese momento era motivo de críticas por su olvido sistemático de las ciencias, con algunas excepciones, como la de Benjamín Vicuña Mackenna, que en las páginas de El Ferrocarril dedicó una serie de artículos y reportajes a las industrias de California, al clima de esa región, a su producción vinícola y triguera, etc., bajo la interrogante de ¿por qué ellos pueden tener ese grado de desarrollo y nosotros no? La periodista (Universidad de Chile) Eliana Cavieres Espinoza preparó en 1979 una interesante monografía titulada “El periodista Benjamín Vicuña Mackenna”, donde da cuenta de la extensa actividad como comunicador social del entonces redactor de El Mercurio de Valparaíso, intendente capitalino, parlamentario e historiador. El problema de la carencia de especialistas nativos preocupaba seriamente a la Universidad de Chile. El rector Ignacio Domeyko consiguió las primeras tres becas para sus mejores alumnos de minería, y luego el doctor José Joaquín Aguirre logró convencer al gobierno de Aníbal Pinto de la necesidad de crear becas para que médicos jóvenes viajaran a especializarse en Europa. Uno de los que formó parte del primer grupo fue Vicente Izquierdo Sanfuentes, ex alumno del doctor Philippi en el Instituto Nacional y luego en la Escuela de Medicina. Izquierdo fue básicamente un neurohistólogo y sus minuciosas investigaciones experimentales realizadas junto a su maestro Wilhelm Waldeyer, versaron sobre la estructura histológica de la córnea. Las finas observaciones del joven chileno permitieron clarificar un hecho que hasta entonces permanecía en la penumbra: que la extraordina-

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ria sensibilidad corneal reside en su epitelio, verdad científica hoy ya clásica pero que en su hora dio a Izquierdo un prestigio y rango de hábil investigador en el plano internacional. ¿A qué público podía interesarle tal hallazgo, a no ser a algunos de sus colegas? Al fin aparecía el moderno modelo del investigador científico. Pero el estudioso de los tejidos también incursionó con gran éxito en las ciencias naturales. Editó en Alemania una monografía sobre los protozoos, de gran importancia en el campo de la zoología. Más tarde fue él quien aconsejó a la autoridad universitaria para que llamase, en la segunda década del siglo pasado, al médico y naturalista italiano Juan Noé para atender la docencia básica en Medicina. El valioso efecto multiplicador de la obra de Noé en Chile amerita una referencia mayor y excede el propósito de esta monografía.

El interés de los jóvenes por la ciencia Como país que conquistaba recientemente su independencia, Chile no se encontró suficientemente preparado para estructurar un sistema económico, político y educacional dotado de originalidad y autenticidad, y adaptado a sus verdaderas necesidades. Nunca cortó sus lazos intelectuales con Europa, puesto que las normas y leyes españolas no fueron reemplazadas por las normas jurídicas calcadas de otros países europeos, especialmente de Francia. (Salamé, 1986). En 1813, año de fundación del Instituto Nacional, el estado de la educación y el nivel de la cultura era considerado calamitoso. Un año antes funcionaban en Santiago siete escuelas que impartían educación a 664 niños, y a comienzos de los años treinta se registraban once colegios o liceos con 772 estudiantes. Para entonces ya funcionaban liceos en Copiapó, La Serena, Valparaíso, Talca y Concepción.

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Los esfuerzos por introducir los ramos científicos en los planes de estudio y por reivindicar el valor de las ciencias frente a una sociedad indiferente, por no decir hostil a ellas, provinieron de un reducido grupo de intelectuales (incluidos algunos extranjeros), que directa o indirectamente había tomado contacto con sociedades económicamente más avanzadas, y que se percataban de la importancia de alcanzar un desarrollo interno de las ciencias, al mismo tiempo que promover sus aplicaciones prácticas. Gay sostuvo, en 1848, que “los infinitos seres naturales no podrán perfectamente conocerse sino luego que los sabios del país hagan un especial estudio de ellos”. ¿De qué sabios chilenos se trataba si hasta los inicios de los años cuarenta no había aún un alero moderno donde formarlos y si el peso de las carreras liberales hacía imposible imaginar a jóvenes estudiando algo diferente a teología, leyes o medicina? Entre dos intelectuales extranjeros –Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento- se planteó entonces una interesante discusión acerca de los objetivos que debía tener la enseñanza, preludio de la génesis de dos grandes tendencias ideológico-educativas que se mantendrían vigentes hasta entrado el siglo XX. Para Bello, influido por la escuela utilitarista de Jeremy Bentham en Londres, la educación era considerada como un fin en sí misma, con el propósito fundamental de desarrollar las facultades del intelecto, la elevación del espíritu y la formación del educando en los valores de la moral. Defendía el estudio de la naturaleza y la enseñanza de las ciencias sin mermar un milímetro su interés por los estudios humanísticos. Sarmiento, en cambio, era el portavoz del “realismo científico y económico en la educación”, proponiendo que se entregase a la población conocimientos susceptibles de aplicación práctica a fin de preparar a los alumnos para su buen desempeño en las actividades

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productivas. La enseñanza impartida por el principal plantel del país, el Instituto Nacional, tenía una ausencia de asignaturas científicas en sus planes. En 1843, por decreto del Ministerio de Instrucción Pública, se introdujo una reforma en los estudios secundarios donde aparecían asignaturas como matemáticas, ciencias físicas y naturales. El rector del Instituto, Antonio Varas, anunció que por falta de profesores y textos, la apertura de las cátedras de historia natural, de física y química, debían ser postergadas. Solo veinte años más tarde, cuando la dirección del establecimiento quedó en manos de Diego Barros Arana, se pudo aplicar cabalmente la reforma con carácter obligatorio. Posteriormente se extendió su vigencia a los liceos de Copiapó. La Serena, Valparaíso, Talca y Concepción. Barros Arana modificó los horarios de los alumnos en el Instituto Nacional: disminuyó las horas de latín y el número de misas y rezos obligatorios cada dia, cambiándolos por más atención a asignaturas como matemáticas, física y ciencias naturales. Se debe a él la introducción del péndulo de Foucault en dicho liceo, con el fin de demostrar matemáticamente la rotación diaria de la Tierra. Chile, entretanto, comenzaba a cambiar de rostro. Guillermo Whellright consiguió que el gobierno inglés se interesara por establecer en 1840 la Pacific Steam Navegation Company, inaugurando una línea de barcos a vapor que dio luego auge a la industria del carbón. En Copiapó instaló el primer servicio de alumbrado a gas del país y en 1849 inició la construcción del primer ferrocarril chileno que corrió entre Caldera y Copiapó. Su nombre también estuvo ligado a la construcción del ferrocarril que uniría Santiago y Valparaíso, obra que terminó Enrique Meiggs, un estadounidense que se mimetizó con los ferrocarriles de Chile. Wheelright y Meiggs le pusieron ruedas al comercio, a la industria, al transporte y a la vida de ciudades y pueblos del país.

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Es importante apreciar el grado de sensibilidad pública por el progreso que reinaba en ese tiempo. Cuando el Senado debatió en 1847 el proyecto de ferrocarril entre Valparaíso y Santiago, hubo voces para defender las diligencias, el libre paso de los rebaños y la lenta seguridad de las carretas; en cambio, se desaprobaba el nuevo medio de comunicación por su alto costo, ruido y excesiva velocidad (Vergara, 1983). En abril de 1857 aparece la Revista de Ciencias y Letras, la que fue apoyada por el ministro Antonio Varas cuando sostuvo que “un periódico literario y científico es ya una necesidad para Chile…”. El apoyo no es solo para la naciente publicación. En 1852 el gobierno había adquirido los equipos de la Misión Naval Norteamericana y del Instituto Smithsoniano de Washington para el desarrollo de la astronomía, y los entregó a la tuición de la Universidad de Chile financiando su funcionamiento. Los estudios astronómicos avanzaban y se realizaban también en Valdivia por Rodulfo A. Philippi, y en Punta Arenas por Jorge Schyte. La década de los años setenta partió pródiga en publicaciones pero terminó sacando las cuentas del conflicto con Perú y Bolivia. En 1871 se publica en La Serena la “Revista Científica y Literaria”, y al año siguiente aparece mensualmente en la capital la “Revista Médica de Chile”, correo directo entre galenos y luego para un repertorio mayor de profesionales hasta hoy. Ese mismo año reaparecía “La Revista de Santiago”, publicación quincenal que logró gran prestigio por su vasta labor de difusión cultural. La bonanza que asomaba en diversas actividades del país contrastaba con la mala salud de los chilenos. En 1872 la viruela reaparecía como una epidemia que llenaba los lazaretos de cadáveres de todas las edades. Los reglamentos sanitarios que se dictaban carecían de fuerza para su aplicación y recién en 1883 se ordenó la vacunación

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obligatoria de la población, medida que tuvo serios detractores por considerarla inútil. En 1905 los registros de fallecidos por esta causa sumaban 10.615 personas. Los que lograban vencer la enfermedad fueron llamados “borrados”, en atención a las pequeñas cicatrices que desfiguraban sus rostros. En 1876 se creó el Instituto Agrícola en la Quinta Normal de Agricultura y en 1878 el profesor Eduardo de la Barra fundó en Valparaíso el Museo de Historia Natural en una de las salas del Liceo de la ciudad puerto, e invitó a trabajar en él al naturalista inglés y entomólogo Edwin Reed, al parasitólogo doctor Federico Puga Borne, al doctor Julio Pérez Canto y al joven autodidacta y profesor de ciencias Carlos Emilio Porter, quienes desarrollaron una dinámica actividad local e intercambio de material científico con el extranjero, labor que se vio interrumpida años más tarde con el terremoto de 1906. Pero la importante iniciativa del maestro porteño fue una isla en la actividad cultural del país. Durante los años que duró la guerra del Pacífico se registró un estancamiento de las iniciativas culturales y educacionales, aunque a posteriori el conflicto repercutió de manera positiva en el desarrollo de la educación. Los nuevos territorios ganados en el norte produjeron mayores ingresos al erario y permitió la realización de obras de utilidad pública, especialmente colegios a lo largo del país. La administración de Balmaceda, de tan trágico fin, se recuerda hasta hoy como la que sembró de escuelas el territorio. En el aspecto bibliográfico, los “Anales de la Universidad de Chile” constituían, hasta ese momento, prácticamente el único recurso periódico con que contaban los naturalistas para presentar sus contribuciones. En 1891 apareció los “Anales del Museo Nacional de Santiago” y se fundó la Societé Scientifique du Chili, filial de su similar francesa, la que contribuyó al dominio de estas ciencias con

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un grueso componente de miembros.

Los maestros alemanes A partir de la década de los ochenta, la atención de los intelectuales y gobernantes chilenos comenzó a dirigirse hacia Alemania. En 1883 el presidente Santa María autorizó la contratación de profesores germanos para que se hicieran cargo de las escuelas normales y primarias superiores. Al Instituto Pedagógico (1888) llegaron los primeros seis destacados maestros: Federico Johow, que describió en 1893 la flora de las islas Juan Fernández y preparó la de Zapallar, su obra póstuma (1945); Jorge Enrique Schneider (que introdujo la psicología y modernizó la pedagogía), Alfredo Beutell (dio fuerte impulso a las ciencias físicas), Juan Steffen (estudioso de la historia y geografía), Federico Hansen (dedicado a los estudios filológicos) y Reinaldo von Libenthal (matemáticas). Luego se incorporan nuevos matemáticos: Wilhelm Ziegler, Luis Gostling, Ricardo Poenish y Francisco Proschle, que prepararon los textos de física, álgebra y trigonometría para la educación media, en vigencia hasta mediados del siglo XX. En 1888 abrió sus puertas a la docencia superior la Pontificia Universidad Católica de Chile. A partir de entonces, Chile ya contaba con una producción interesante de material científico y con algunas revistas especializadas donde publicar, especialmente médicas y de ciencias naturales. La importancia que cobraba el salitre mantuvo en pie algunas publicaciones de divulgación agrícola e industrial. La revista Zig-Zag, fundada por Agustín Edwars Mac Clure el 19 de febrero de 1905, de gran influencia en los ámbitos políticos y en la llamada “clase alta”, abrió sus páginas a nuevos temas y publicó interesantes artículos de divulgación. Tomamos al azar los ejemplares correspondientes a 1909 y encontramos valiosos aportes hechos

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por dos colaboradores: el agrónomo Guillermo Medina y el biólogo Luis Castillo. En el Nº 203 (9/1/1909), Castillo escribe sobre Simbiosis y luego de abordar la generalidad del fenómeno conocido entre el paguro y la actinia, se refiere a ejemplos en Chile: “El maqui depende del zorzal que come sus frutos, incitantes por su sabrosa pulpa; las semillas que el ave traga son espelidas (sic) por los residuos de su economía, en condiciones apropiadas para germinar. Por esta curiosa relación, el maqui llega adonde llega el zorzal, su agente directo de diseminación”. Castillo había publicado en 1906 un ensayo sobre “La pesca de la ballena en la Isla Santa María”, aportando valiosa información sobre esta actividad comercial en las costas el país. El mismo redactor presenta un interesante artículo ilustrado (Nº 205), sobre la novedad del momento: la producción en Estados Unidos de leche en polvo. Luego de dedicar una página para describir el proceso industrial en un lenguaje de fácil entendimiento, concluyó señalando: “Qué hermoso sería poder disponer en Chile algún día de tan importante adelanto”. En su número 206 la revista anuncia que “La Colonia Alemana en Santiago acordó fundar un hospital alemán, para lo cual se contaba con un terreno espacioso cedido graciosamente por la Señora Sara del Campo de Montt”. En los números siguientes se publican reportajes hechos por Guillermo Medina a las salitreras de la pampa iquiqueña. Al concluir sus despachos anota: “Refuerzo la idea que el Gobierno adquiera o instale una oficina salitrera destinada a la experimentación, donde los técnicos e inventores pudieran ensayar nuevos métodos de elaboración que permitan una producción a menor costo y el aprovechamiento de las costras pobres (del caliche) en la ley del salitre”. El

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mismo redactor se refiere en números siguientes a la pasteurización de los vinos y de los mostos, tema afín con su profesión original. La revista se ocupa, sin identificar autores, por los temas de interés de la prensa internacional: “El cometa Morehouse que actualmente traspasa los cielos australes”; “La lluvia artificial”; “Los anuncios de G. Marconi”, en relación a que “ya vienen las comunicaciones sin hilos” y sentencia que “hay que terminar con la dependencia del carbón y buscar como explotar la energía del sol”. En la misma línea de la energía, otro artículo aborda “la posibilidad de utilizar en el futuro el hidrógeno como combustible”. Interesante anticipo que hasta hoy no pasa de la vía experimental. Con la autoría de Mario de Bagaloaño, Zigzag destaca “Un triunfo de la Ciencia”, a propósito del choque del barco “Republic” y su salvataje “debido a la acción de la Marconigrafía”, aludiendo a las señales de auxilio lanzadas utilizando la telegrafía y que al ser captadas permitió salvar vidas. El año 1909 se celebró el centenario del nacimiento de Charles Darwin, ocasión que la revista aprovechó para destacar un artículo de Luis Castillo sobre el significado de la obra del naturalista. El mismo redactor se refiere luego a “La reciente expedición inglesa al Polo Sur” al mando del teniente M. Shackleton, y a “La esterilización del agua por la electricidad”. Allí señala: “Hoy, que tan mortíferas epidemias diezman la población de Chile, ha llegado la ocasión de pensar en la profilaxis del agua potable que en la capital, como en todos los centros de población de la República, es uno de los más seguros y descuidados medios de propagación que tienen los gérmenes epidémicos”. En su número 216, Luis Castillo examina “Las últimas investigaciones sobre el radium” donde incluye detalles de los hallazgos he-

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chos por los esposos Curie, incluyendo dos reproducciones a línea de Pierre Curie y Maria Slodowska. Diez años antes (noviembre de 1895), Konrad Roentgen había producido en Alemania rayos X, aportando a la medicina una ayuda de proporciones para el diagnóstico. En Santiago, semanas más tarde, el profesor de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile Ladislao Zegers Recasens, junto a su ayudante Arturo Salazar, logró producir rayos X usando una técnica mejorada, lo que le permitió observar los huesos de su mano con gran nitidez ante la expectación de sus alumnos que iniciaban las clases. Era el 22 de marzo de 1896. El hecho fue noticia y llegó a los diarios. El tono folletinesco con que apareció Zig-Zag, donde se mezclaban asuntos políticos con poesías, funerales de personajes públicos, incendios, procesiones, deportes y notas regionales, escrito para lectores de estilo de vida conservador, generó de inmediato un anticuerpo periodístico llamado a ridiculizarlo: la publicación de la revista “Sin-Sal”, a cargo del periodista Armando Hinojosa. Duró tres años. Olga Dragnic F., periodista egresada de la Universidad de Chile, preparó en 1960 un interesante trabajo de memoria sobre las “Primeras revistas informativas ilustradas en Chile”, donde se puede apreciar el lento avance para incorporar temas de divulgación científica y técnica en sus páginas. Hacia fines de 1899, no obstante, las asignaturas científicas seguían teniendo posición desmedrada en los planes de estudio de los colegios. Los planes eran aplicados en forma completa solo en los liceos más importantes del país. Décadas más tarde, en los inicios del proceso de industrialización, a partir de 1930, la enseñanza de las ciencias comienza a cobrar importancia, como lo tenían hasta entonces las humanidades.

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La información científica incorporada al diarismo y a las revistas fue, en un comienzo, de provecho para acercar al lector a la naturaleza. El relato de los efectos del terremoto del 6 de agosto de 1906 en Valparaíso, por ejemplo, dimensionó más bien el ámbito humano y material de la tragedia pero no indagó en la génesis e intensidad del fenómeno y sus réplicas. Mucha gente buscó explicaciones a lo ocurrido recurriendo a sus creencias religiosas y a las premoniciones del libro del Génesis. El terremoto de Chillán, 33 años más tarde, tuvo en cambio una cobertura periodística que dejó un espacio para la nota explicativa del fenómeno y a los conocimientos que se tenían hasta entonces sobre la sismicidad del territorio. Hubo, en este último caso, informantes y “traductores” en sintonía con la población, tanto en periodismo escrito, radial como en cine, y se contó con un público ávido por saber más, e incluso buscar una proyección frente a futuros acontecimientos similares. En 1908 la Universidad de Chile encabezó la organización del Primer Congreso Científico Panamericano, celebrado en la capital desde el 25 de diciembre de ese año hasta el 5 de enero de 1909, oportunidad en la que se dieron cita delegados de 184 corporaciones, la casi totalidad de universidades extranjeras. Era la primera oportunidad en que médicos, ingenieros y naturalistas chilenos podían contrastar sus observaciones y métodos de trabajo con los de sus colegas llegados de toda América, lo que hizo posible el establecimiento de contactos que darían pronto sus frutos. La prensa de la época dio amplia acogida a los aspectos sociales de la cita. El semanario “Sucesos”, en 1913, ya incluía abundante publicidad sobre temas vinculados a la salud. Recomendaba el uso de Globeol porque “reconstituye la substancia nerviosa y vence la anemia, tuberculosis y neurastenia”. En otro momento se ponderaban las bondades del “606 ” en comprimidos “para curar radicalmente la sífilis”, así como del “Sigmarsol” del Profesor A. Bachelet (sic),

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productos distribuidos por un agente solo desde Valparaíso. Es frecuente encontrar largas descripciones sobre “un hombre que con su poder fenomenal opera milagros: los ciegos ven y los paralíticos andan. Los enfermos desahuciados por los médicos son curados por él. No existe enfermedad que no pueda ser curada”, o el anuncio al estilo crónica (a página) donde se prescribe “Pilules Orientales para el desarrollo y el endurecimiento de los pechos”. Bajo el título “Para Todos”, la misma revista comentaba hechos vinculados con la actividad científica, como magnetismo, longevidad, el telégrafo sin hilos, el funcionamiento de un aparato que permitía respirar bajo el agua; los proyectiles contra dirigibles, la navegación, el sexto sentido del murciélago, etc. Mostraba, además, fotografías de los nuevos Premios Nobel de 1912, pero sin detallar la importancia de sus hallazgos. Ese año las distinciones fueron para el sueco Nils Gustav Dalen, por las mejoras que introdujo en la iluminación casera mediante gas; el francés Paul Sabatier por lograr hidrogenar compuestos orgánicos en presencia de metales finamente desintegrados, en tanto el estadounidense Alexis Carrel recibía el reconocimiento por sus trabajos sobre suturas vasculares y trasplantes de vasos sanguíneos y órganos, todo un desafío para la medicina del futuro. Los diarios de la época solían incorporar algunos “sueltos de crónica” con temas misceláneos vinculados a las ciencias, especialmente en Santiago, Valparaíso y Concepción. Tiempos de luchas políticas y enconados debates entre la autoridad eclesiástica y la masonería, no era raro encontrar en el diario El Sur de Concepción de 1905, “órgano oficial del Partido Radical”, notas curiosas como aquella referida al análisis químico realizado al agua bendita de la pila en la iglesia catedral, “en donde se encontraron peligrosos microbios y sabandijas”.

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En 1917 se echan las bases de la Universidad de Concepción, idea a la que la prensa regional entregó todo su apoyo y que se cristaliza en 1919 con la partida oficial del tercer plantel de enseñanza superior del país. En 1926 se funda en Santiago la Academia Chilena de Ciencias Naturales, y el 30 de abril de 1927 inicia sus tareas la Sociedad de Biología de Concepción, año en que aparece su Boletín en cuya comisión redactora figuraba el doctor Alejandro Lipschutz Friedmann, prestigioso investigador letón contratado por la Universidad para desarrollar docencia e investigación en fisiología. Fue el presidente de la nueva entidad, a la que impulsó para “fomentar la investigación de los diferentes ramos de la ciencia biológica y de la medicina experimental, como asimismo la divulgación de los conocimientos biológicos”. Su primer aporte versó sobre “Nuevas observaciones con respecto al transplante de ovarios conservados en hielo”. ¿Cuál era el estado de salud de la población en la década de los años veinte, cuando hacían su aparición las primeras “leyes sociales”? (8 de septiembre de 1924, primer gobierno de Arturo Alessandri Palma). La edad media de vida de los chilenos era de 27 años y la tasa de mortalidad infantil bordeaba 247 por mil. Los registros de 1930 indican que de 169.395 niños nacidos, 51.248 eran ilegítimos: uno de cada tres. A comienzos de esta última década el nivel de salud de la población infantil podía calificarse de pavoroso (Vargas Catalán, 2002). Chile tenía una de las mortalidades infantiles más altas del mundo y una morbilidad muy severa, en una población pobre, mal alimentada y con hambre. La prensa, en general, no reflejó tal condición en sus páginas como un problema de investigación propia.

Carlos Porter, misionero de la ciencia En 1929 nace la Sociedad de Biología de Chile. Parte de sus miembros eran médicos y otros, la mayoría, estudiantes de medicina. Con

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el tiempo, estaba llamada a ser la más importante agrupación de científicos del país, contando con la participación de profesionales de diversas disciplinas ajenas al campo médico, como farmacólogos, genetistas, bioquímicos, botánicos, ecólogos y otros. Estos hechos, en rápido avance, vinieron a fortalecer la difusión de la investigación científica y la observación naturalística, realizada dentro y fuera del ámbito universitario. La Academia Chilena de Ciencias Naturales tuvo como su primer presidente a Carlos Porter Mosso, entomólogo porteño, autodidacta y director del Museo de Historia Natural de Valparaíso (destruido por el terremoto del 16 de agosto de 1906). Con su dedicación y laboriosidad infatigable abrió tempranamente las puertas al trabajo de los naturalistas extramurales, a través de la publicación que creó y mantuvo: la Revista Chilena de Historia Natural (1897). Algunos de ellos ya habían dado pasos importantes en el conocimiento de los recursos del país. Edwin P. Reed, por ejemplo, preparó en 1897 el “Catálogo de los Peces de Chile” (Anales de la Universidad de Chile), importante catastro de la ictiofauna de importancia científica como económica e industrial. Por esa fecha, muchos colegios (religiosos y de colonias) comenzaron a mantener pequeños gabinetes y museos de la flora y fauna nacional, y sus profesores oficiaron de expertos en zoología y botánica. Es el caso del jesuita Longinos Navas (insectos, botánica); de Félix Jaffuel y Anastasio Pirion, religiosos de los Padres Franceses (Fanerógamas, insectos y aves); de Flaminio Ruiz Pereira, mercedario (insectos), o de Atanasio Hollermayer (Botánica). En palabras del Profesor Nibaldo Bahamonde, Premio Nacional de Ciencias, “La Revista Chilena de Historia Natural fue un órgano publicitario científico, honra de Chile y de América. Solicitada por investigadores e instituciones científicas de casi todos los continen-

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tes, fue premiada fuera y dentro del país. Porter representaba a la ciencia chilena y fue, sin duda, su mejor exponente”. De este modo, y como lo expresó a su muerte El Mercurio (24/12/1942), “resonaba en los más importantes centros culturales del planeta, hasta el punto que nuestros compatriotas llegaban a un país lejano, y al informar a cualquier miembro de una corporación científica de dónde iba, se le dijera: ¡Ah, usted es de la tierra de Porter!”. Los años treinta fueron los de la gran crisis, falta de trabajo, miseria y hambre. La gran masa campesina poco sabía de leche, huevos, quesos, mantequilla, pescado, etc. Su alimentación habitual era la consabida “galleta” de harina integral, porotos con mote, papas, cebollas, fideos, chuchoca, cochayuyo. Problemas como desnutrición, tifus exantemático, sífilis, pediculosis, tuberculosis, alcoholismo, parasitosis (sarna, oxiuros) vinculados a la pobreza, anotaban muy alta incidencia. Las sulfas, primera gran arma antibacteriana, recién aparecieron en 1935, cuando Chile tenía 4.400.000 habitantes, y el 15.9 por ciento de ellos vivía en Santiago.

1945: dos grandes temas en el silencio El año 1939 explota en Europa la segunda conflagración mundial y la prensa abre sus páginas para llenarlas de cables con malas noticias. El conflicto tuvo amplias repercusiones en todo el mundo y por cierto en Chile, hasta que en los primeros días de agosto de 1945 Estados Unidos puso fin al diferendo al lanzar sus bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y sembrar con miles de muertos y heridos graves el suelo nipón. ¿Cómo reaccionó la prensa chilena frente al genocidio que puso punto final a la guerra? Los diarios más influyentes y de mayor circulación aplaudieron el hecho y levantaron las banderas de la victoria de los aliados. Resulta increíble que días después de cono-

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cidos los alcances de la decisión asumida por el presidente Truman, nadie ocupó las secciones editoriales de los rotativos para analizar el inmenso daño producido a las generaciones presentes y futuras con la radiación atómica recibida. Los analistas del área de la salud también guardaron silencio y debió pasar mucho tiempo hasta que asomara una débil reacción crítica frente a lo acaecido. Chile estaba más atento a celebrar el Premio Nobel de Literatura de Gabriela Mistral que a meterse a analizar la situación de los derechos humanos conculcados por la guerra. El segundo tema que cursó inadvertido fue también otra guerra, pero a la cual todos debieran haber adherido. Fue la llegada a Chile de la Penicilina y con ello el ingreso del país a la antibioterapia para atacar males hasta entonces incurables, aparte del arribo de más vitaminas al arsenal farmacológico. ¿Cómo reaccionó la prensa ante la gran noticia? Otra vez enmudeció, en circunstancias que las revistas y boletines médicos nacionales hablaban del tema cada vez con mayor interés. Hasta cierto punto Chile fue pionero en América Latina en el empleo de la penicilina. En agosto de 1942 el doctor Eduardo Keymer Fresno había administrado el antibiótico a una pacienta primigesta de 23 años en la Clínica Santa María. Keymer, a la sazón médico del Hospital San Vicente de Paul, calificó el resultado del tratamiento -narrado día a día en un artículo posterior- como espectacular. Aquél resultó ser un trabajo esclarecedor -no el único por cierto- que divulgó las bondades del antibiótico en Chile. Keymer escribía para sus colegas, no para los diarios, y faltó el olfato reporteril para interceptar, evaluar y traducir ese mensaje. Las revistas médicas comenzaron a acumular trabajos sobre el tema. En 1943 el doctor Oscar Correa B. dio a conocer en la Revista Chilena de Pediatría (15-A: 59) las propiedades y usos del primer antibió-

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tico conocido, en tanto al año siguiente aparecieron observaciones clínicas de por lo menos quince meses antes, en donde los tratamientos con penicilina resultaban exitosos frente a casos de endocarditis bacteriana (Hernán Alessandri), en oftalmología (Bitrán), en meningitis neumocócica, en neurocirugía ( Walter), en infección puerperal (J.A. Puga), en infiltración en casos de carbunclo (Marcos Weinstein y C. Barría), en lúes congénita (Julio Meneghello, Jorge Rosselot y Oscar Undurraga), etc. El periodismo capitalino, que al parecer no visitaba a los directores de los hospitales, ni tenían estos oficinas encargadas de entregar informaciones, reaccionó tardíamente frente a la llegada de la penicilina, y tiempo después de la estreptomicina. Se vio, incluso, desbordado por el uso dado al tema como chiste callejero, como el publicitado diálogo de una pareja ocasional: - Si te queda algún recuerdo de nuestra cita, ponle Eduardo. - Y si a ti te queda algún recuerdo, ponle Penicilina… Las infecciones graves con causa de muerte comenzaban a ceder estadísticamente, pero aquello no era material noticioso. Hubo también descuido de las autoridades sanitarias y de las dos universidades que en la capital atendían hospitales clínicos, para establecer una sinergia con el periodismo, a no ser la publicación de algún comentario del público en las cartas al Director dando cuenta de mejorías individuales gracias a los nuevos fármacos. El periodismo realizado en provincias, en cambio, inició campañas para que el uso de los antibióticos también llegase a los hospitales alejados de la capital. Hacia fines de los años treinta se había introducido en Santiago (no en el país) la vacuna anti tuberculosa BCG (bacilo Calmette y Guerin), en medio de sospechas y polémicas entre pediatras sobre su eficacia. “Nada hay hasta el momento que permita hacer recomen-

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dable esta vacunación en masa como un medio definitivo de evitar la tuberculosis en el lactante”, informaba la Sociedad Chilena de Pediatría al Ministro de Salud en abril de 1939. A través de la prensa, en cambio, diversos profesionales abogaban para que la nueva vacuna se pusiera al servicio de la salud infantil. Ya en 1940 la tasa de mortalidad infantil había bajada a 196,6. (En 1950 sería de 140,8 y en 2000 llegó a solo 10 por mil, con una tendencia aún a la baja, encabezando Chile -junto a Cuba- a los países de América Latina con los más bajos índices en el rubro, con la salvedad que en nuestro país el aborto no es legal, lo que determina distinta forma de medir el tema frente a otros países donde está permitido). El diarismo capitalino de los años treinta tenía una fuerte carga política (La Nación, Los Tiempos, La Opinión, El Imparcial), mercantil (El Mercurio, Las Últimas Noticias y La Segunda de Las Últimas Noticias) y también clerical (El Diario Ilustrado), con poco interés para la información científica. El 24 de mayo de 1935 se funda en Santiago el diario La Hora con fuertes simpatías hacia el Partido Radical, siendo su principal accionista don Pedro Aguirre Cerda. Fue un diario político pensado para cumplir objetivos en ese campo durante los 16 años de su existencia. A partir de 1937 incorporó en sus ediciones dominicales una sección titulada “Semana científica”, donde podían leerse temas como “El instinto sexual y el instinto de la muerte fundamentan el inconsciente humano”. Los viernes aparecía un “Noticiario agrícola” destinado a los pequeños productores preparado por un ingeniero agrónomo. La Hora fue la cuna del diario La Tercera de la Hora, que circuló por primera vez el 7 de julio de 1950. Una cuna doliente dada la quiebra que generó la gestión de La Hora tan estrechamente identificada con una fracción política del país. Hoy el Consorcio Periodístico de Chile, Copesa S.A., dueño de La Tercera, es propietario además de los diarios La Cuarta y La Hora (entrega gratuita), La Tercera Open, revista Qué Pasa y las radios Zero, Duna y Carolina, además de las revistas que circu-

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lan como encartes en las ediciones de La Tercera (Icarito, Deportes, Glamorama, Agenda Urbana, Mouse y Virus). Copesa es el segundo duopolio del periodismo chileno luego de la empresa El Mercurio.

Diseminación de la ciencia Silenciosa pero destacada fue la labor emprendida por el doctor Lautaro Ponce, divulgador de temas de higiene y medicina en general en El Mercurio de Valparaíso, así como la del sacerdote Emilio Vaïse (Omer Emeth) en El Mercurio de Santiago, “gran humanista, ave rarísima, por no decir especie extinguida en Chile”, según un comentario aparecido en el mismo matutino. Sus crónicas sembraron cultura para el gran público y dejaban enseñanzas para el logro de salud y estabilidad en el seno de las familias. En 1934 el director del Colegio Alemán de Osorno, Otto Urban, publicó el libro “Botánica de las plantas endémicas de Chile”, obra de gran valor que incluía numerosas especies arbóreas, permitiendo reconocerlas con facilidad mediante sus claras descripciones y abundantes láminas. En 1945 el P. Rafael House entrega su estudio etológico sobre “Las Aves de Chile” y en 1953 agrega una nueva obra, “Animales Salvajes de Chile” (Ediciones de la Universidad de Chile). Otra obra de gran interés es el libro “Las Aves de Chile”, editado en Buenos Aires en 1957 por J.D. Goodal, A.W. Johnson y por el nieto del doctor Rodulfo Amando Philippi, médico pediatra del mismo nombre (Philippi Bañados) Representa el primer intento para relacionar taxonomía con geografía y ecología de las aves del territorio. Otros diseminadores de distintos aspectos de la ciencia fueron Gualterio Looser Schallemberg (1898-1982) y Hugo Günckel L. Hijo de padres suizos, Looser usó durante 45 años distintos medios para comentar las actividades de naturalistas chilenos y extranjeros, y logró

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la descripción de por lo menos 30 especies nuevas de plantas. Llegó a formar un herbario con cerca de cuarenta mil ejemplares, que donó a la Fundación Aellen de Suiza (1976-1977), decisión que generó molestias en la comunidad botánica nacional. Por su parte Günckel, químico farmacéutico valdiviano, trabajó en las universidades de Concepción y de Chile, donde alternó la cátedra con la información pública sobre la vida y obra de quienes hicieron posible el desarrollo de las ciencias naturales en el país. En 1959, el académico de la Universidad de Chile Carlos Muñoz Pizarro entregó su “Sinopsis de la Flora Chilena”, obra que permite al botánico y al público en general obtener un conocimiento global de los géneros de plantas vasculares. Siete años más tarde, publicó “Flores Silvestres de Chile”, obra de excelente presentación. Su amplia tarea siguió desarrollándose, a su muerte, gracias al estudio acucioso de su hija Melica, curadora del herbario del Museo Nacional de Historia Natural. A ella se debe la preparación de una obra de importancia científica como turística: “Flores del Norte Chico” (1985), con directa vinculación al fenómeno periódico del desierto florido que ocurre en la tercera y cuarta regiones del país. Si se abunda en esta información sobre aspectos editoriales es para subrayar el hecho que existe, desde hace tiempo, abundante material de calidad para que el periodista fundamente su trabajo divulgador. La actividad universitaria comenzó a cobrar sentido como diseminadora del conocimiento acumulado más allá de sus aulas. El químico español Juan Alberto Morales Malva, que llegó al país a los 20 años de edad junto a cientos de sus connacionales en busca de espacios de libertad, inició desde la Escuela de Química y Farmacia de la Universidad de Chile sus colaboraciones en el diario El Mercurio, a través de la sección de consultas múltiples “El Averiguador Universal”, fundada en 1922 y que dirigió con especial acierto el médico Octavio Monasterio Díaz. Allí instaba al público a escribir al matu-

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tino consultando los temas más variados, entre ellos sobre ciencia y tecnología, los que recibían respuesta en las ediciones siguientes. Titulado como químico farmacéutico en la Universidad de Chile, privilegió la docencia en bioquímica y en la Escuela de Periodismo de dicho plantel dictó las primeras clases sobre “ciencia contemporánea”. Participó con igual interés como miembro del programa “Enciclopedia del Aire” de Radio Minería, y como conferencista en las misiones culturales de extensión de la Casa de Bello a través del país. Colaboró, además, con artículos de divulgación en el cuerpo dominical de El Mercurio, en temas de tanto interés como química nuclear, bioquímica y genética. Un excelente artículo del doctor Morales sobre “Periodismo científico y conocimiento contemporáneo” quedó registrado en Creces 11, 1980. Una exégesis de las tareas que debe asumir nuestra especialidad están expuestas allí con claridad meridiana. Por su parte, el médico Fernando Casasbellas Fernández inició en 1948 ciclos de conferencias sobre temas médicos, químicos, botánicos, astronómicos y espaciales, los que con el correr del tiempo sobrepasaron las cuatro mil tanto en auditorios como a través de radio Universidad Técnica del Estado y en las páginas del diario La Nación. Casasbellas estaba conciente que hacia 1950 las carencias en materia de salud pública eran apremiantes: solo el 51 por ciento de la población de Santiago tenía servicio de alcantarillado, en tanto la mortalidad por diarrea era muy alta, especialmente en primavera y verano. Mención especial debe hacerse del ingeniero civil y escritor Arturo Aldunate Phillips, académico de la Universidad de Chile y crítico de arte. De su basta obra destacan: “Matemática y Poesía” (1940); “Al Encuentro del Hombre” (1953); “Una Flecha en el Aire” (1966); “Alberto Einstein, el hombre y el filósofo” (1957, producto de sus

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conversaciones con el Premio Nobel); “Quinta Dimensión” (1958); “A horcajadas en la luz” (1969); “Los robots no tienen a Dios en su corazón”, Premio Atenea 1964; “Hombres, máquinas y estrellas” (1976); “Los caballos azules” (1978) y “Luz, sombra de Dios” (1981), ensayo de Humanismo Científico. Escribió permanentemente en revistas de Chile y del extranjero, y aún cuando al fin de sus días estaba afectado por una ceguera, se hacía acompañar por su hija María Elena a quien dictaba nuevos textos de divulgación. En Valparaíso, el académico de la Universidad Católica y formador de matemáticos y físicos, Wadim Praus Petroff, incursionó en la comunicación de la ciencia en la radio y luego en el naciente canal de televisión de dicho plantel. A través de UCV Televisión asumió la tarea pionera de llevar la ciencia a los hogares en un lenguaje asequible y entretenido, por medio de su programa “El Hombre ante el Universo”, venciendo el prejuicio que señala a los matemáticos como personas que solo saben expresarse a través de números y abstracciones. En el diario El Mercurio de Santiago, el ingeniero y periodista Eduardo Latorre Gaete (1931-2007) alcanzaba la secretaría de la redacción del matutino luego de 15 años como reportero de temas vinculados a la ciencia y tecnología (1966), año que coincidió con el Premio Nacional de Periodismo en redacción que le fue otorgado. Sus despachos sobre los efectos del gran terremoto del sur (1960) y su relación con el abrupto cambio de la geografía en la región de los lagos le valió el Premio SIP Mergenthaler, en tanto que las crónicas y reportajes sobre ciencia y tecnología le hicieron merecedor del Premio John Reitmeyer (EE.UU.) otorgado por la Sociedad Interamericana de Prensa y la OEA (1964-1965). Producido el golpe de estado en Chile, asumió la dirección de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.

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En su desempeño en El Mercurio se propuso tratar –entre otrosasuntos espaciales en el cuerpo dominical, aprovechando en parte el material aportado por la NASA y la Embajada de los Estados Unidos y que ningún otro diario chileno podía, por razones técnicas de impresión, dar a color. A partir de octubre de 1957, cuando los soviéticos iniciaron la aventura espacial, Latorre “matriculó” al diario con los avances que se iban produciendo. Fue él quien introdujo la cátedra de Periodismo Científico en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile –primera asignatura en su género en el país- y quien cultivó la amistad y recibió el apoyo del maestro indiscutido de esta disciplina, el español Manuel Calvo Hernando. En 1966 asistió como delegado de El Mercurio a la mesa redonda sobre Periodismo Científico realizada en Buenos Aires, siendo la primera vez que un medio informativo chileno destacaba a uno de los suyos en una cita de tal especialización. En 1979 la Fundación Claudio Gay, auspiciada por la Empresa El Mercurio S.A.P. inició la publicación de la serie de libros preparados por la botánica Adriana Hoffmann J., referidos a la flora silvestre de Chile. Cada texto, a modo de una guía de campo, invita al lector a identificar los componentes de la flora según se trate de árboles, arbustos, enredaderas, etc., utilizando láminas a color y descripciones breves para cada especie. Su trabajo, eminentemente didáctico, es un camino para el encuentro con la naturaleza. Cada uno de sus libros debe formar parte de la biblioteca de consulta del periodista que trabaja en Chile.

La visita de Calder Entre el 16 y el 18 de octubre de 1962 se realizó en Santiago el Primer Seminario Interamericano de Periodismo Científico, convocado por la Organización de los Estados Americanos, OEA. Concurrieron expertos de Europa y Norteamérica, entre ellos Manuel Calvo Her-

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nando y el inglés Richtie Calder, Premio Kalinga de la UNESCO a la comunicación de la ciencia. ¿Por qué se eligió a Chile para tan importante coloquio? Sin duda que por el ascendiente de sus entonces ocho universidades; por la autoridad respetada y respetable de sus cuadros académicos; por la vieja tradición de libertad de prensa; por el espíritu de superación de sus periodistas y por los largos años de vida democrática. (Periodismo científico = Science journalism. Unión Panamericana, Secretaría General, 1963). En la sesión final, Calder resumió el espíritu que debe animar al periodista científico: “Sin pretender que el redactor científico tenga la sabiduría del mundo, no se puede negar que él es quien tiene la mejor oportunidad para lograr una mejor comprensión de la ciencia. Es realmente un “científico condensado”. Su función consiste en recorrer los puestos de avanzada de todas las ramas de la ciencia y captar, de primera mano y de forma global, todo aquello que los científicos no pueden ver por sí mismos y lo que el público no puede ver en forma completa. Su misión es comunicar ese conocimiento, ya sea a otras ramas de la ciencia o al público en general. Por gajes del oficio, es como recolector y divulgador, el prototipo de lo que debería existir en la vida tanto pública como académica, el comunicador de informaciones sobre las cuales el público puede formularse juicios. En el desempeño de sus funciones, su misión es la de comunicar al público en general los hechos científicos, y yo agregaría también las implicancias sociales de los nuevos acontecimientos”. Con esto último, Calder agitó las aguas y abrió una vertiente nueva para el quehacer de los periodistas especializados: situar el hecho científico dentro de un contexto histórico y social. Para nosotros en Chile, dentro de la emergencia del subdesarrollo. Desde Santiago y con la anuencia de la OEA, surgió un movimiento renovador que

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echó las bases de los cursos de periodismo científico en CIESPAL, Quito, y luego creó con apoyo del gobierno de Colombia, el centro para la preparación de material científico para la prensa, Cimpec, con sede en Bogotá. La primera periodista chilena que asistió al curso inicial en Quito fue Carmen Mena Muñoz, formada en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción y con dilatada experiencia en prensa escrita, radio y televisión. En El Mercurio capitalino, entretanto, Lucía Gevert Parada, joven periodista y más tarde Premio Lenka Franulic, se ocupó de atender en la sección crónica algunos temas vinculados con la actividad científica nacional. Luego derivó a la literatura infantil y en 1986 publicó, junto a su esposo, el físico doctor Igor Saavedra, el libro “Los cometas y la gravitación”. En la primera parte del libro, Lucía realizó entrevistas al doctor Desiderio Papp, a los astrónomos Claudio Anguita y Carlos Torres y a los profesores Juan de Dios Vial L. y María del Solar. En la segunda parte, el Premio Nacional de Ciencias presentó un ensayo sobre la teoría de la gravitación. Destacada fue también la participación de Guillermo Trejo Maturana (1926-2005), egresado de Derecho de la Universidad Católica de Chile, poeta de refinada lira y reportero del área de la salud de El Mercurio, con gran interés por los avances de la medicina, y con cuyos profesionales logró establecer lazos de mutua colaboración, lo que le valió recibir la Medalla Andrés Bello en 1976 por su desempeño en el periodismo científico. Guillermo dejó un día esta tarea y se dedicó en cuerpo y alma a la poesía, donde brilló con igual talento hasta el día de su muerte. La herencia que dejó en su poemario es amplia. En sus libros (por ejemplo, “Piel Adentro”, Ediciones del Grupo Fuego de la Poesía, Santiago, 1980), advertimos la misma sensibilidad y chispa de sus crónicas junto a un depurado manejo

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del idioma. Al finalizar el mandato del Presidente Jorge Alessandri Rodríguez, mediante la Ley Nº 15.718 de 30 de septiembre de 1964, se creó el Instituto de Chile, “para la promoción, en un nivel superior, del cultivo, el progreso y la difusión de las letras, las ciencias y las bellas artes”. Integró bajo su alero a seis academias: de la Lengua (creada en 1885); de Historia (1935); de Ciencias Sociales, Políticas y Morales; de Ciencias, de Medicina y de Bellas Artes. La Academia de Ciencias, entre otros propósitos, patrocina, apoya y estimula la investigación científica pura y aplicada; difunde los conocimientos científicos mediante conferencias, simposios, foros, publicaciones de libros, folletos o revistas; patrocina congresos científicos y financia becas de magíster y doctorado. Achipec recibió el apoyo de la Academia en uno de sus congresos y desde 2007 realiza las sesiones ordinarias en su sede.

Aventura espacial y trasplantes Dos hechos importantes en el plano internacional fueron los llamados a acrecentar el interés por divulgar temas científicos en los medios de comunicación social. El primero fue la citada carrera espacial que asombró al mundo. El segundo lo constituyó el inicio de los trasplantes de corazón en Sudáfrica (diciembre de 1967), a lo que siguió muy pronto una hazaña similar por parte de un equipo médico chileno encabezado por el doctor Jorge Kaplán Meyer en el Hospital Naval de Valparaíso (28 de junio de 1968). Si bien el primer tema tenía gran caudal informativo en prensa, radio y televisión, proporcionado por las agencias y en forma gratuita por la embajada de los Estados Unidos, en el fondo era un asunto en apariencia distante y falto de compromiso con lo local, salvo por la instalación de una estación rastreadora de satélites en Peldehue,

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con ayuda de los Estados Unidos e ingerencia de la Universidad de Chile. Fue entonces el segundo tema el que movilizó internamente a editores, periodistas y reporteros gráficos. La noticia médica que salía al mundo se había generado en el puerto de Valparaíso. No era, en todo caso, el primer trasplante hecho en Chile. Todo había comenzado con aquellos de córneas realizados con bastante éxito en el Hospital del Salvador (Santiago), varias décadas antes, hasta que el 22 de noviembre de 1966 se trasplantó el primer riñón de un donante cadáver de 42 años en el Hospital Clínico José Joaquín Aguirre de la Universidad de Chile. El receptor falleció 42 días después de la intervención por rechazo al injerto y carencia de inmunodepresores efectivos. El 4 de enero de 1968 se realizó en el mismo hospital el primer trasplante de riñón con donante vivo. Nueve años más tarde se estableció en Chile el Programa Nacional de Trasplantes. El anuncio del primer trasplante de corazón en una mujer (María Elena Peñaloza), sorprendió al periodismo criollo. Ese día el Hospital Naval porteño estaba atestado de reporteros, corresponsales extranjeros, camarógrafos, reporteros gráficos, editores y curiosos. Las emisoras interrumpían su programación habitual para dar a conocer los despachos que hacían sus enviados “desde cerca del quirófano”. Los diarios y revistas llenaron sus páginas con el rostro humano de la noticia: María Elena era una joven modista que ahora sentía latir en su pecho un corazón ajeno. ¿Qué pasaría con sus sentimientos más íntimos, aquellos que la costumbre suele depositarlos al interior de aurículas y ventrículos? María Elena duró ciento treinta y tres días con su nuevo corazón. La falta de inmunosupresión terminó por extinguir la respuesta fisiológica al cuerpo extraño que había recibido. Mejor suerte corrió un segundo paciente, Nelson Orellana Sánchez, 21, que luego de recibir

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otro corazón el 1 de octubre de 1968, sobrevivió a la intervención casi tres años. Kaplán y su equipo hicieron luego otros dos intentos, los que resultaron fallidos. Radio Portales de Valparaíso realizó en julio de 1968 un interesante nexo clínico: hizo posible un diálogo directo entre el cardiocirujano Miguel Bellizzi, desde Buenos Aires, y el doctor Jorge Kaplán, desde el estudio de la emisora. Gracias a este encuentro radial –del que participaron sus auditores entendidos como profanos- el cardiólogo chileno pudo conocer las técnicas quirúrgicas utilizadas por su colega argentino en un reciente trasplante. Parte de las consultas de ambos cirujanos las contamos en revista Ercilla (1.727, 24-7-1968): Bellizzi: ¿Por dónde sacaron las canulaciones del corazón? Kaplán: ¿Qué técnicas de histocompatibilidad usaron ustedes para la elección del dador? Bellizzi: ¿Qué drogas inmunosupresoras y en qué dosis usaron ustedes? Kaplán: ¿Cómo se manifiesta el rechazo en el estudio electroforético de las proteínas? Bellizzi: ¿Cuál es su opinión frente a la idea del doctor Barnard, de realizar trasplantes de recién nacidos, sobre todo en el caso de cardiopatías congénitas? Kaplán: Respecto de los linfocitos, ¿cómo identificaron ustedes las células pc1 y pc2? Bellizzi: ¿Por qué dicen en Chile que el costo del trasplante es bajo? Kaplán: ¿Ustedes perfundieron con hipotermia el corazón? Habría que esperar aún 12 años, en 1980, para que llegara recién a Chile la ciclosporina, droga inmunosupresora que mejoró sustantivamente la sobrevida de los pacientes trasplantados.

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La primera quincena de julio (1968) se realizó en Sudáfrica, convocado por el doctor Barnard, un coloquio internacional sobre cardiotrasplantes. Asistió Kaplán y sus colegas de equipo, los doctores Jorge Peirano, Raúl Eberhardt, Nicolás Adriazola y Sergio Fischer, y dialogaron con sus pares más destacados en el plano mundial. Al analizar el trabajo realizado en Valparaíso, el doctor Barnard tuvo palabras de afecto y estímulo para sus colegas: “Pienso que el doctor Kaplán eligió debidamente al paciente, el donante preciso, y realizó una operación técnicamente excelente. Con el tipo de tratamiento postoperatorio que usa, no puede marchar equivocado y tendrá pleno éxito”. La medicina chilena abrió una página especial para inscribir el nombre de estos especialistas que dieron un gran paso para prolongar la vida de sus enfermos desahuciados, aunque por carencias de insumos no lograron su cometido. El periodismo, en tanto, comenzó a sumar esfuerzos para interesar a la población a donar sus órganos. El ruego de los médicos pasó a ser el lema de una campaña que fue tomando cuerpo: “Sin donantes no hay trasplantes”. De allí a plasmar esa decisión voluntaria en la cédula de identidad pasarían cuatro décadas, sin que con ello el problema de la falta de donantes, o la sobrepoblación de candidatos al trasplante, haya podido llegar a una estabilización. En el año 2005, los alumnos egresados de la Escuela de Periodismo de la PUC, Guillermina Altomonte, Rodrigo Cea, Catalina Navarro y Hernán Tello, publicaron el libro “Trasplantando vidas. La realidad del sistema de trasplante de órganos en Chile”, (Grijalbo, 185 páginas), producto de su trabajo académico de egreso el año anterior. Fue una interesante iniciativa de investigación que permitió desdramatizar y humanizar un tema que aún no ha sido internalizado en la tan mentada solidaridad de los chilenos.

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Irrumpe el tema ambiental En la segunda mitad de los años sesenta el subdirector del diario El Sur de Concepción, Víctor Solar Manzano, ocupó las páginas del matutino para realizar una campaña tendiente a recuperar el Parque “Pedro del Río Zañartu” de Hualpén, ubicado a mitad de camino entre Concepción y Talcahuano. La iniciativa de Solar permitió que el departamento de Botánica de la Universidad de Concepción sumara sus conocimientos y experiencia a la causa, lo que logró al fin éxito en el cometido. El propósito de conservación del patrimonio natural permitió reunir una importante documentación sobre la biota (flora + fauna) de Hualpén y su entorno, favorecida por un clima marítimo y húmedo en un espacio de singular belleza. La campaña probó, asimismo, que el periodismo puede ser factor determinante en la conservación de los ecosistemas y en la adhesión objetiva e informada del público a tales causas. La llegada de la televisión permitió a Canal 13 de la Pontificia Universidad Católica de Chile, realizar el primer programa de divulgación ecológica, bajo la dirección del periodista Vicente Pérez Zurita. Lo llamó “Equilibrio” y estuvo dedicado a dar una mirada a la naturaleza y al medio ambiente a través de un prisma de una ecología entonces naciente en los medios informativos. Vicente sacó las cámaras del estudio y las llevó, tal vez por primera vez, a los lagos, ríos, bosques y al océano, lugares que por lo demás constituían su hobby. Fue allí donde bajo su dirección, hizo sus primeras colaboraciones Hernán Olguín, cuando apenas cursaba el segundo año de Periodismo en la Pontificia Universidad Católica de Chile. En conocimiento de que existían planes para anexar la isla de Algarrobo a la costa para construir allí una marina, el médico alergólogo Juan José Grau Vilarrubias, dirigente de cruzadas ambientalistas y autor de artículos sobre el tema, invitó a Achipec para que se sumara

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a la defensa de “los pingüinos de Algarrobo”, los que en su opinión estarían en peligro si se concretaba el proyecto del club de yates local de invadirle su hábitat. Los periodistas no tardaron en dar su apoyo al llamado de Grau y cada uno puso a disposición de la causa los espacios en radio, prensa y televisión disponibles. Los vaticinios de Grau eran sombríos pero estaban dichos con un convencimiento que llamaba a matricularse con su proclama. La construcción de la marina no se detuvo, el islote quedó pronto unido a tierra, comenzó a ordenarse el sitio de atraque abrigado de los yates y ningún pingüino sufrió daño. La lección que sacaron los socios de Achipec fue muy clara: hay que incorporar mucha prudencia al quehacer periodístico antes de embarcarse en campañas incendiarias de corte ambientalista. El método científico resulta más útil que nunca. Importante tarea cumplió también el abogado de origen austriaco Godofredo Stutzin Lipinski, dedicado en Chile a actividades hoteleras y diplomáticas. Stutzin asumió una suerte de apostolado mediático en defensa del bosque y de denuncia por situaciones que consideraba afectaban el equilibrio natural. A diferencia de Grau, Stutzin veía en el crecimiento demográfico desmedido un peligro contra los recursos naturales renovables del país. Fueron Grau y Stutzin –y no los periodistas- los animadores del diálogo con sus artículos y cartas al director en diarios y revistas, sobre los principales problemas ambientales en los años setenta y siguientes. En Suecia, nuestro coterráneo Víctor Aquiles Jiménez, sociólogo, preparó sus “Cuentos Ecológicos” (Editorial Yalde S.L., Zaragoza, 1987), interesante aporte que hace pedagogía, periodismo y ciencia ficción para ganar prosélitos a la causa. En agosto de 1986 tuvo lugar en Santiago y Talca el Curso Internacional de Periodismo del Ambiente, organizado por el Centro de In-

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vestigación y Planificación del Medio Ambiente, CIPMA, y que me cupo coordinar -en representación de Achipec- junto a Diana Page, periodista estadounidense experta en temas ambientales, Master en Política Pública Internacional de la Universidad John Hopkins. En la oportunidad impartió el curso el profesor canadiense Mack Laing, especialista en temas científicos y ambientales en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Western Ontario, y autor de un interesante texto de periodismo científico. Gracias al aporte de CIPMA, comenzaba a ordenarse la comunicación medioambiental en Chile.

¿Qué hacen realmente los científicos? El Decreto Nº 13.123, de 10 de diciembre de 1966, que creó y puso en marcha la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, CONICYT, bajo la presidencia de Eduardo Frei Montalva, le confirió como tarea –entre otras- la divulgación de la ciencia. Aunque la referencia resultaba un agregado a una de las tantas misiones de la entidad, pusimos en marcha en la institución (1969) “La Semana Científica y Tecnológica”, dedicada a informar a los medios de comunicación y a otros organismos el trabajo de los investigadores chilenos en distintas especialidades. La acogida que tuvo el boletín (12 páginas, semanal, a mimeógrafo), hizo necesaria la creación de la “La Semana Científica y Tecnológica para la Enseñanza Media”, distribuida con igual periodicidad de marzo a diciembre, vía correo, a 800 colegios del país. La primera iniciativa, que luego tomó el nombre de “Panorama Científico”, perduró durante 12 años. En la factura técnica de ambos medios colaboró el periodista Telmo Meléndez y luego Jeannette Charney Lerner junto a Cecilia Ottesen Calvanese. En el boletín para estudiantes y profesores se privilegió un enfoque pedagógico, explicando las noticias e invitando a los alumnos a transformarlas en instancias de aprendizaje. Las publicaciones se hicieron por más de cinco años y uno de sus dividendos

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prácticos fue el incremento de los participantes nacionales en las ferias científicas juveniles, con muchos de los temas que habían sido propuestos por el boletín (Nunca nos gustó llamarlas “ferias” sino más bien festivales). Desde entonces la tarea divulgadora del conocimiento realizada por Conciyt varió sustancialmente. Se establecieron programas especiales de indicadores en ciencia y tecnología, y de revistas científicas chilenas (SciELO-Chile, Programa Scientific Electronic Library Online), y el Programa Explora, creado en 1995 para la divulgación y valoración de la ciencia y la tecnología, dedicado especialmente para promover la generación de actividades participativas e innovadoras en escolares junto a sus maestros. Explora ha cumplido una labor promocional como motivacional importante a través de sus distintos programas (“Ciencia y Sociedad”, “Mujer, Hombre y Ciencia”, Congreso Nacional Científico Escolar, exposiciones interactivas, etc.), pero Conicyt ha olvidado contarle al país lo que hacen con sus recursos -día tras día- los investigadores calificados de excelencia que trabajan en Chile. La visita que hacen “mil científicos a mil aulas” un día al año, convocados por Explora, no cubre este propósito. El hombre y la mujer que pagan impuestos no están en las aulas y hay que encontrarse con ellos a través de los medios de comunicación social. Esa validación social de la ciencia, la tecnología y la innovación que se hace en Chile con el dinero de todos, y ese esfuerzo para la apropiación del conocimiento de génesis local por el público, es una tarea en equipo que Conicyt adeuda al país. El que muchos de estos resultados puedan estar consignados en las páginas web de la institución no es respuesta suficiente, porque corresponden a sumarios técnicos ajenos a la esencia misma del proceso de la comunicación. La ciencia definitivamente, como parte sustancial de la cultura, debe estar en las calles, en los hogares, en los colegios y talleres, en la dirigencia nacional, sobre todo aquella

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que tiene raíz desde el norte a sur del país. Pero volvamos un poco atrás. Hacia 1969 se editaba en Santiago la revista de ciencia y tecnología “Órbita” (93 páginas, Editorial Universitaria), cuyo jefe de redacción era Eugenio Viejo García y supervisora científica la profesora Rosa Jiménez V., de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. La revista tenía un comité internacional de auspicio y un correspondiente comité nacional presidido por los rectores de la Universidad de Chile y de la Universidad Técnica del Estado. Era un correo directo entre académicos, alumnos y público interesado que intentó romper el dilema de las dos culturas denunciado por C.P. Snow. El balance de la creación en ciencias básicas y tecnologías tenía allí el complemento necesario con similares avances en humanidades, educación y ciencias sociales. En su página titulada “La Ciencia al día en el Mundo” (Ano II, Nª 4), la revista destacó, por ejemplo, lo que en ese momento era la gran noticia: “Un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, encabezados por el genetista Dr. Jonathan Beckwith, anunciaron que habían logrado aislar por primera vez la unidad química básica de la herencia de un organismo: un gene”. (Hoy no decimos gene sino gen). Resulta interesante dedicarle un estudio especial a Órbita e indagar el impacto que alcanzó durante el tiempo de su publicación, toda vez que representa la primera revista dedicada a explicar la ciencia a un amplio público, sin olvidar la estructura del documento académico o el texto que reproduce una clase en el aula universitaria. Lo cierto es que los tiempos que corrían traían anuncios excepcionales, y había que estar muy despierto para tratar de entenderlos. Hacia fines de 1966, por ejemplo, se había logrado la decodificación completa del ADN. Desde esos momentos la biología molecular

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enfrentaba una constatación impresionante: el código genético era unitario, es decir era el mismo en todos los organismos. Se trataba de un código universal cuyas claves eran idénticas, así se tratara del ser humano, de un animal o de un microbio. Era el momento para afirmar entonces el origen único de la vida: que ella proviene de un mismo código funcional dado en un misterioso comienzo. Los seres vivos aparecían hermanados en la pertenencia a una raíz común. La física, por su parte, hacía anuncios que exigían mayor atención al reunir, como toda obra creadora, la libertad de la imaginación y la exploración rigurosa y exigente del mundo. Su poder de invención se expresaba en la creación de lenguajes nuevos entre partículas, modelos, teorías, singularidades, big-bang, caos, orden, desorden, etc. La línea divisoria entre cosmología y filosofía comenzaba a esfumarse. Algunos, incluso, se atrevían a renunciar a la idea de un creador del universo. La especialización traía consigo un cambio en el lenguaje científico. Conceptos cotidianos como “campo”, “elemental”, “plasma”, y “familia”, solo para citar algunos, aparecían ahora impregnados de un sentido diferente. La especialización se encargó de ir cavando abismos entre los lenguajes. Las palabras entre comillas no significaban ya lo mismo en química. física o biología, y lo más importante es que con el aumento del grado de abstracción de la ciencia, esas mismas palabras no podían describir, de manera completa y sin ambigüedad, el concepto matemático que estaban nombrando. Cuanto más desarrollada estaba una ciencia, como acontecía a todas luces con la física, tanto mayor sería el grado de abstracción y la carga teórica del lenguaje (Sánchez Mora, 2003). La ciencia y la tecnología, al introducir cambios drásticos en las condiciones de vida, despertaron el interés general. La física, en lugar de resolver los últimos problemas en un universo mecánico, abría una caja de sorpresas al contener nuevas visiones del mundo. “El Tesoro de la Juventud”, la colección que se recomendaba no estuviera

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ausente en todos los hogares, y los textos de divulgación contenidos en las Selecciones del Reader’s Digest, ayudaron a crear un ambiente de interés por el nuevo rumbo de la ciencia y la tecnología. La divulgación en el plano internacional era hecha por científicos más que por periodistas, y de ello dan cuenta las obras de divulgación de Schrödinger (“¿Qué es la vida?, Mente y materia y mi visión del mundo”); de Heisenberg (“La concepción física de la naturaleza” y “Más allá de la física”); de Born (“El universo inalcanzable”) o de George Gamow (“Mister Tompkins en el país de las maravillas). Luego vendrían Asimov, Stephen Jay Gould, Richard Dawkins (“El gen egoísta”), Carl Sagan (“Cosmos”) y tantos otros en el campo de la literatura En todas estas obras hay una prosa flexible carente de una sintaxis impenetrable, llamada a despertar placer e imaginación en los lectores. En torno a este clima de grandes cambios fue que decidimos juntarnos tras propósitos comunes: sacar la ciencia a las calles, llevar a las mayorías el producto del quehacer intelectual de las minorías. Nos propusimos comenzar a democratizar el conocimiento acumulado, un término (como también el de “socializar”) que por esos días era mirado con sospecha desde los estamentos oficiales. Los intereses eran algo más que formar una organización nueva de periodistas. Éramos muchos los que no teníamos clara una respuesta colectiva para una interrogante de fondo: ¿Puede pretender la vulgarización otra cosa que una operación de socialización de la ciencia, que conduzca -entre otras cosas- a la creación de una jerarquía social del saber, al refuerzo del orden social existente, al elitismo tecnocrático y a una diferenciación o abismo cada vez mayor entre los que saben y los que no saben?

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El esperado nacimiento de ACHIPEC En agosto de 1976, año de masivas exoneraciones académicas y de funcionarios en las universidades del país, se organizó en Santiago, bajo el alero del Colegio de Periodistas de Chile, la Asociación Chilena de Periodistas Científicos, ACHIPEC, presidida por Eduardo Latorre Gaete. La convocatoria fue realizada personalmente por la periodista Carmen Schmit Yoma, funcionaria del Ministerio de Salud (era imposible resistirse a su invitación), y al acto fundacional concurrieron más de cincuenta profesionales. En la lista de los primeros socios figuraban Hernán Olguín M. (Canal 13 TV), Luz Marta Rivera Toro (Ministerio de Salud), Guillermo Trejo M. (El Mercurio), Willy Wolf Cubillos (profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile); Jorge Laplace Pellicier (Las Últimas Noticias), Jeannette Charney L. (Conicyt), Arnoldo Carreras García (Universidad Técnica del Estado), Carmen Mena M. (Universidad de Chile), Carmen Mera (Las Últimas Noticias), María Teresa Del Villar Delpiano (con meritoria tarea como editora de “La Pequeña Biblioteca” de Las Últimas Noticias), Ana María Egert Ruiz, Ximena Denegri (La Segunda), Mario Jiménez (secretario de actas de Achipec y editor de publicaciones del sector agropecuario), Carmen Ortúzar (Ercilla, Hoy), Genoveva Castro Sauritan (editora de la revista del Colegio de Ingenieros), Sonia Cano y Soledad Amenábar (primeras redactoras de temas informáticos). Eduardo Latorre dirigió ese mismo año, junto a Myriam Solar Soto, la primera memoria sobre comunicación de la ciencia en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Un grupo de alumnos, entre los que estaban Francisco Cataldo Araya, Lucy Correa Zamora, Vania Escobar Herrera, Abel Manríquez Machuca, Paulina Marín Mancilla y Patricio Muñoz Madariaga, abordaron el tema “El lenguaje en la difusión científica, imágenes y significado”. Willy Wolf

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dirigió luego, en 1978, la memoria de título dedicada específicamente a clarificar el ámbito de la especialidad. La prepararon las egresadas de la misma Escuela Myriam Orellana Sanzana y María Suau Camus (“Hacia una definición del periodismo científico” ). En 1983, Wolf asesoró la tesis de la alumna Inés Gilles Vial sobre “Algunas herramientas conceptuales de apoyo al periodismo científico”. La lista de socios de Achipec continuó creciendo (s.e.u.o.) con: Ivonne Muñoz Madariaga, Fulvio Hurtado Rojas (impresor), Ingrid Törnwall, Elizabeth Perl Espeche (La Segunda), Agustín Oyarzún Lemonier (tesorero de Achipec y propietario de revistas), Olga Kliwadenko Gellona, Lucía Zamora Oliva (Crónica de La Tercera), María de la Luz Urquieta Lathrop ( Revista De Mujer a Mujer, La Tercera), Vicente Pérez Zurita (editor de prensa de Canal 13), Sergio Celedón (Oficina de Prensa, Ministerio de Salud), Patricia Souper (diario La Segunda), María Cristina Jurado (Las Ultimas Noticias) quien recibió la felicitación de un destacado y parco físico “por el enfoque ágil, novedoso y veraz que dio a su reportaje sobre los cien años de Einstein”, algo muy poco usado como reacción de los científicos; María Elena Revuelta (Oficina de Comunicaciones Universidad de Chile), Magda Faludi (redactora experta en temas médicos), Eliana Velásquez Gallardo, Richard Vera Alvarado (Radio UTE/ USACH), Mabel Correa Melossi (Ercilla), Tatiana Velez Bonifaz, Rosita Garrido Labbé, Abel Manríquez Machuca (UTE, Copiapó), María Ortiz Parra (Chillán), Marcos Levy Testa (Ministerio de Salud), Darío Oses Moya (Dirección de Comunicaciones, Universidad de Chile), Leticia Soto González (La Nación) y Ximena Navasal. Luego vinieron nuevas incorporaciones: Nicolás Luco Rojas (Revista Siglo XXI de El Mercurio), Claudia Eggers Köster (Revista Proyecto XXI), Maria Cecilia Ottesen C. (Conicyt), María Elina Barrera (Ministerio de Salud), Cecilia Becker (Osorno-La Serena), Rodrigo Cerda Quintana (Radio Chilena), Rodrigo Cerda Iturriaga

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(Radio Nuevo Mundo), Luis Andrés Chávez Martínez (Revista del Domingo), Hilda Larenas Cuevas (revista Panorama Bits), Sergio Pizarro Greibe (La Tercera), Patricia Mondría Jiménez (revista Creces), Verónica Fierro Oporto (Temuco), Hugo Godoy (Escuela de Periodismo USACH y editor de revista Naturaleza), Margarita Velasco (Comunicaciones U. de Chile), Juan Carlos Cordero (revista Triunfo, La Nación), Paulina Respaldiza Chicharro (Conicyt y dinámica secretaria de Achipec); Macarena González Ureta (Licenciada en Historia y periodista), Marcelo Araya Escotorin (TVN), María del Pilar Fuenzalida Momberg (TV), Nancy Despouy Mira (Municipalidad de San Miguel), Marcela Torres Cerda, Nancy Ortiz Avilés y Sandra Arrese Jiménez (LUN). Sandra participó en el seminario de periodismo científico dado en Bogotá, y luego preparamos juntos la “Crónica de la Ciencia y Tecnología en Chile” (cinco tomos, 630 págs., ediciones Ercilla). Más tarde dictó con mucho acierto un curso de periodismo científico en una universidad privada de la capital. De los socios señalados, María Luz Urquieta L. preparó junto al médico urólogo Eduardo Pino A., el libro “El arte del equilibrio erótico” (Planeta, 195 páginas, 1992), con prólogo del doctor Humberto Maturana. En Temuco, Manuel Ortiz Veas junto a Carlos del Valle Rojas, editó el texto “Periodismo Científico: Nuevas perspectivas para una profesión”, con el apoyo del Proyecto Apoyo Docente de la Universidad de La Frontera (1999, 85 páginas), en tanto Marcela Torres C. y su padre, Hernán Torres Santibáñez, escribieron el texto “Los Parques Nacionales. Una guía para el visitante”, que publicó Editorial Universitaria. En Valparaíso, entretanto, se creó la primera filial de Achipec, la que emprendió interesantes tareas bajo la presidencia de Eduardo Reyes Frías. Organizó seminarios nacionales y puso su interés en la formación universitaria de los futuros periodistas científicos. Con tal fin, preparó concursos de memorias de grado sobre la especialidad

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e invitó a los egresados a exponer sus temas. Reyes, considerado el mejor egresado de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile de Valparaíso entre los años 1974-1977, fomentó la divulgación de la ciencia desde su cargo de profesor investigador en el departamento de Oceanología de la Universidad de Chile en Valparaíso (Reñaca), luego Instituto de Oceanología de la Universidad de Valparaíso, y a través de sus programas en Radio Valentín Letelier y de su actual cátedra en la Universidad de Viña del Mar. Conocedor en directo del océano (fue capitán del buque oceanográfico “Explorador”), así como del desarrollo tecnológico necesario en Chile (fue jefe de prensa en la Universidad Técnica Federico Santa María), traspasa a colegas y alumnos de periodismo el interés por examinar, entre otros, temas prioritarios vinculados a dichas áreas del conocimiento como al cuidado del medio ambiente. Desde 2006 preside la directiva nacional de Achipec. La filial porteña la integraron, en un primer momento junto a Reyes, Rodolfo Garcés Guzmán (vicepresidente), Hilda Arévalo Villalobos (secretaria y entusiasta animadora cultural); Alma Cáceres Cortés (premio Sesquicentenario del diario El Mercurio de Valparaíso, Radio Valentín Letelier y becada a un curso de periodismo científico en CIESPAL); María A. Salazar, Marta Ureta Leiva (Instituto de Seguridad del Trabajo), María Inés Herrera Torrealba (relacionadora pública de la Compañía Sudamericana de Vapores, de destacada participación en sus programas de divulgación científica en UCV Televisión y presidenta de la filial); Marcela Ibaceta Torrealba, Hernán Santis Téllez, Claudia Musatadi (UCV Televisión), Bernardo Soria Ibacache (Universidad de Playa Ancha), Manuel Antonio González Araya (diario La Estrella), María A. Salazar, Clara Munita, Juan Rojas González, Arturo Riquelme, Hernán Gatica, Edgardo Tulleres, Roberto Silva Bijit y Aquiles Martínez. Garcés fue secretario de la redacción de El Mercurio y La Estrella de Valparaíso, y jefe de prensa de la Universidad Católica de Valparaíso. Tuvo residencia

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en Europa como corresponsal en viaje de ambos rotativos y de El Mercurio de Santiago, oportunidad en la que entrevistó a importantes personajes, entre ellos el médico español de más prestigio en su tiempo, doctor Gregorio Marañón y Posadillo (1887-1960), autor –entre otras obras- de “Los estados intersexuales en la especie humana”. Su relato de ese encuentro con el famoso académico y escritor dejó impronta entre los colegas de Achipec. Contó Garcés lo que fue esa entrevista: -Al enfrentarlo en su consulta, en vísperas de la Navidad de 1952, fiel conocedor de su “Amiel” y el estudio sobre la timidez, muy suelto de cuerpo tuve la entereza de mirarlo a los ojos. - Quítese el saco –ordenó- Maestro… expresé con voz menos segura de lo que esperaba. No soy un paciente, sino un periodista que desea entrevistarlo. He venido de América y … - ¿De qué país? –interrumpió. - De Chile. Oprimió un timbre. Vino una secretaria. Me encogí en la silla. Seguramente iban a enviarme afuera. -Señorita –dijo con una sonrisa-: cancele la consulta. Voy a tomar té con un amigo. La filial porteña organizó junto a la Sociedad Científica de Valparaíso un ciclo de conferencias en homenaje al Abate Juan Ignacio Molina (Biblioteca Santiago Severín, septiembre 1979), y un segundo ciclo sobre “El paso de Darwin por Chile” junto al Instituto Chileno

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Británico de Cultura de Viña del Mar, oportunidad en la que Eduardo Reyes abordó el tema “Perfil periodístico de Darwin”. Entretanto, midieron la cobertura que la prensa del puerto daba a la información científica (abril de 1978), comprobando una vez más que mientras a la hípica se le brindaban 102.312 centímetros cuadrados por mes, a medicina y salud 38.780, a ecología 21.000 y a biología solo 128, teniendo enfrente al océano como laboratorio y despensa. Los colegas visitan distintas reparticiones de las universidades porteñas, se ocupan de dialogar con los científicos sobre la contaminación marina; la probable instalación de un reactor de potencia en la región (Quintay), la situación de los recursos pesqueros nacionales, los avances de la genética y los valores éticos, etc. Hay entusiasmo y camaradería. A fines de octubre de 1977 realizan el primer seminario regional de ciencia y periodismo. Antofagasta tomó también con mucho interés la creación de otra filial en noviembre de 1978, en memorable sesión realizada en el auditorio de Radio La Portada bajo la presidencia de Julio Carvajal Rivera. Luego asumió Waldo Dante Carvajal con la participación de los colegas Isidro Morales Castillo (El Mercurio de Antofagasta), María Eugenia Vargas, Eileen Stockins (Universidad de Antofagasta), Alberto Ibáñez Herrera (Radio UTE), Luis Lino Torrico, Luis Cerpa Hidalgo, Diana Alvarez Muñoz, Ricardo Henríquez y más tarde Daniel Torrales Aguirre (Escuela de Periodismo, UCN). Las actividades de esta filial comenzaron a declinar en los años siguientes. Los socios Carvajal, Torrales y luego Montivero habían sido alumnos del primer curso de periodismo científico que me cupo dictar en la Universidad del Norte (luego Universidad Católica del Norte) en 1975. En Iquique se unieron a Achipec los colegas Sergio Montivero Bruna y Luis Hernán Piñones Molina, ambos del matutino La Estrella.

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Durante un tiempo trabajó también en esa ciudad Daniel Torrales (Intendencia Región de Tarapacá y corresponsalía de Creces), e intentó poner en marcha una revista dedicada a la divulgación de temas relacionados con el desierto y el mar. Solo circularon dos números. Luego viajó a Brasil donde cursó un programa de Magíster y luego otro de Doctorado en Comunicación con énfasis en ciencias, en la Universidad Sao Joao Baptista do Campo, cercana a Sao Paulo. A su regreso y fruto de su tesis doctoral, preparó y editó el interesante texto “Periodismo Científico y Nueva Educación”, subrayando el énfasis en la formulación de cambios en el ámbito educativo mediante una actividad sumativa entre profesores y periodistas. Desde su cargo en la UCN, junto a sus alumnos ha sido animador permanente de ocho seminarios de periodismo científico (desde 1998 a la fecha) y coloquios sobre asuntos de gran interés regional, como astronomía, arqueología, ciencias del mar y minería. No hay registros que otra escuela de periodismo en el país haya tenido tal perseverancia en el desarrollo de instancias formativas para alumnos y profesionales de las comunicaciones, por lo que no se entiende que los cuerpos directivos de esta unidad académica hayan recomendado en 2007 sacar la asignatura de la malla de pregrado, justificándola solo como un tema de postgrado. Concepción creó su filial el 28 de septiembre de 1978, encabezada por Oscar González Clarke (UC Talcahuano), Hernán Alvez Catalán (El Sur), Josefina Garbarino (El Sur), Pedro Soto Godoy (Radio Universidad de Concepción), Juan Agustín Costa Tramón, editor nacional del diario El Sur; Raúl Viveros, del mismo rotativo (más tarde en La Tercera), y Mónica Verde (Talcahuano), entre otros. En enero del año siguiente realizaron un seminario sobre Periodismo y Recursos Tecnológicos en la industria regional del Biobío, con especial énfasis en maderas y pesquerías. Razones de traslado de algunos miembros y falta de tiempo determinaron que la participación en la filial fuera decayendo hasta su extinción. Costa, periodista y

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profesor de historia y geografía, dictó luego la asignatura de periodismo científico en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción. No cabe duda que Achipec atrajo la atención e interés de los periodistas. Sus reuniones mensuales, realizadas en la capital en la sala del consejo de Conicyt (Canadá 308), eran citas obligadas con algunos investigadores, académicos y profesionales destacados del momento. Nadie partía de allí “con las manos vacías” a sus respectivos medios sino con bastante material a cuestas, tal como ocurrió con el seminario sobre “Cáncer en Chile”, cuando siete médicos entre cirujanos, radioterapeutas, quimioterapeutas y académicos, dieron a conocer durante una mañana los aspectos más significativos del problema en Chile, estableciendo de paso importantes nexos de colaboración con los medios informativos a través de los periodistas presentes. O cuando geólogos y vulcanólogos explicaron la sismicidad del territorio, la génesis de temblores y terremotos y la “riqueza” andina de volcanes, algunos de los cuales dan testimonio permanente de que la madre Tierra vive. Dos hechos anecdóticos marcaron ambos encuentros. El primero tuvo que ver con los oncólogos que subrayaron las culpas que le cabían al hábito de fumar como causa del cáncer de pulmón. Uno de ellos, destacado cirujano, y otro radioterapeuta, fallecieron poco tiempo después… a causa del cigarrillo. El segundo corrió por cuenta de los sismólogos. Ante la insistencia de los periodistas de aclarar la factibilidad de predecir la ocurrencia de los sismos, negaron que tal cosa fuera posible pero señalaron que en la naturaleza habían ciclos, aproximadamente cada 80 a 90 años, en donde volvían a producirse terremotos en “zonas mudas”, es decir aquellas que habían permanecido sin sobresaltos por largo tiempo. Una de ellas era Arica y sus alrededores.

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La información fue entregada en diarios y radios por los periodistas asistentes al seminario, con tan mala suerte que al día siguiente un sismo grado 5,5 afectó la zona de Arica causando daños materiales y alarma en la población. ¿Los culpables?: los periodistas, “causantes de propalar malas noticias”. Pero hay más. En la misma cita con los oncólogos, la doctora y académica Ivonne Pabst se refirió al tema de la prevención del cáncer mamario. Fue tan didáctica su exposición y su llamado a las mujeres para que se realizaran exámenes preventivos, que el relato fue transcrito en diarios, radios y revistas sin ahorrar espacio. Al día siguiente del seminario, cuando llegó a atender en su servicio del Hospital San Juan de Dios, se encontró con una fila de mujeres que desbordaba la cuadra. Todas exigían ser examinadas sin demora, tarea imposible de atender de una sola vez. La doctora Pabst se molestó con esta afluencia inusitada de mujeres y culpó a los periodistas de haber excedido su interés por informar sobre el tema. El viejo adagio hablaba una vez más por sí solo: “Palos porque bogas y palos por que no bogas”. Al año siguiente de la fundación de Achipec (1977), asumimos la presidencia y vicepresidencia, respectivamente, con Hernán Olguín Maibé, dando inicio a una interesante actividad de formación o reciclaje extra mural de postítulo para los periodistas, y de acercamiento a la especialidad para los alumnos de los últimos cursos de las escasas carreras de periodismo existentes. Con el auspicio de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Conicyt, realizamos el primer seminario sobre “Ciencia, científicos y periodistas”, lo que nos permitió hacer nuestra “presentación en sociedad”. Estábamos conscientes que sobre nuestra especialidad pesaba una carga dura de excesos, errores y ligerezas cometidos al momento de informar. Por ejemplo, desde hacía algunos años, un médico de

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la capital, el doctor Eduardo Taibo, había pasado a ser clínicamente vedette informativa solo por la candidez de algunos reporteros. Primero montó como “novedad del año” un centro especial para atender a niños superdotados. Luego, no faltaron los apologistas que le dieron tribuna cuando anunció curar el cáncer con “tratamientos de extrema privacidad”. En una entrevista que le realizó un periodista del diario La Tercera (marzo de 1979), dio a conocer sus opiniones y clarividencias sobre la influenza invernal. Afirmó allí que “para estos fines no basta con la vacuna sino que es necesario también mucho sexo”. Hay más: La Revista del Domingo que circulaba junto al diario El Mercurio, por intermedio de la periodista Deborah Cohn, entrevistó (25 de marzo de 1979) a un señor Kristian Nersnars, ex masajista del Club de la Unión, que afirmaba diagnosticar el cáncer por la forma como las personas pisaban. Anotaba la reportera que este señor “ha curado cáncer lingual, ha sanado infartos y aniquila hasta el más rebelde de los cánceres”. Así es, sin más ni menos. Al día siguiente de haber aparecido la entrevista, recibimos en Achipec la llamada del doctor Livio Paolinelli Montti, académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y destacado fisiatra. Nos preguntó qué tenía que ver esa información con el periodismo científico. Contó que en el seno de su especialidad y de otras vinculadas había “honda pena y desazón, y no precisamente contra el ex masajista sino contra la periodista y el medio informativo” que se prestaron para difundir tales errores. Para nosotros no bastaba con expresar que los periodistas que firmaban esas crónicas no eran socios de Achipec. El problema era de mayor calado: era un llamado de atención para modificar de raíz la formación y la responsabilidad ética de quienes, como lo había señalado Jorge Millas en su valioso libro “El desafío espiritual de la sociedad de masas” (1962), suelen ser “usufructuarios de dones culturales sin (tener) calidad espiritual, y por lo mismo, ser socialmente irresponsables”:

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- Los periodistas invocan como deber y derecho sagrado de su oficio el informar. Obviamente, en una sociedad moderna, cultora de los valores del conocimiento,la misión de informar fiel y oportunamente posee importancia suma. Pero es fácil convertir esta inofensiva perogrullada en un sofisma peligroso. Porque, en efecto, la información por la información no constituye un bien en sí, y no puede, por tanto, ser ni deber ni derecho del periodista. La información es un bien de esos que los filósofos llaman instrumentales o relativos, y cuya positividad depende de sus fines y efectos. Solo la mala fe, que utiliza el sofisma a sabiendas, o la buena fe candorosa, que no lo ha descubierto todavía, puede empeñarse en sostener que la información de banalidades y perversidades cumple una función socialmente respetable. De a poco fuimos tratando de borrar esta imagen colectiva. Invitados por la embajada de los EE.UU., nos tocó inaugurar las consultas vía satélite a bancos de datos en ese país, abriendo un campo fecundo a un nuevo periodismo. Nuestro programa de actividades, en forma paralela, incluyó visitas a las universidades de Concepción y Austral de Chile, logrando que no menos de 20 periodistas participaran en cada una de ellas y que sus frutos fueran de tanto beneficio para esos planteles como para los socios de Achipec. Luego fuimos recibidos en el mineral de El Teniente, en la Fundición de Ventanas y en la Refinería Enap de Concón; asistimos a los colegas del Consejo Curicó-Maule del Colegio de Periodistas con charlas sobre nuestra especialidad; discutimos con expertos los riesgos de establecer centrales de potencia en Chile, y en Valparaíso celebramos la primera reunión regional sobre ciencia y periodismo. Luego vinieron cuatro seminarios nacionales realizados en Viña del Mar, Baños El Corazón, La Leonera y Santiago, y un Congreso Iberoamericano en la capital, oportunidad en la que Chile asumió la presidencia de la Asociación Iberoamericana de Periodistas Científi-

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cos, AIPC. La asistencia a estos eventos siempre excedió el tamaño oficial de nuestra lista de socios: hubo muchos “acompañantes” que pasaban con nosotros un feliz week-end y luego desaparecían hasta el próximo seminario. Fueron tiempos en que se leían y fotocopiaban los libros y conferencias de Manuel Calvo Hernando, quien desde Madrid editaba un boletín por cuenta de la Asociación Iberonamericana de Periodistas Científicos (AIPC) para unir a los colegas lejanos bajo el mismo idioma e interés común. Vino varias veces a Chile, llenó auditorios en Valparaíso, Temuco, Valdivia y Santiago, y en Antofagasta tuvo a su cargo parte del curso para periodistas latinoamericanos del Convenio Andrés Bello y la Fundación Adenauer. Las comunidades hispanas residentes lo agasajaban en cada ciudad, pero Manolo declinó siempre comidas y festines. Es el prototipo del maestro humilde, asequible y generoso que prefiere charlar con los alumnos. Anota sus direcciones y tiene –hasta hoy- el rarísimo mérito de responder todas las consultas que se le envían solicitándole ayudas bibliográficas, contactos, etc. Por estas y otras razones fue que en el último congreso de la AIPC (Universidad de Morón, Argentina), se lo declaró oficialmente “Maestro del Periodismo Científico de Iberoamérica”. El tema central al momento de realizar en Santiago el Congreso Iberoamericano de la especialidad, era cómo incorporar el computador y la conexión a Internet en el nuevo trabajo periodístico. Nos acompañó como expositor invitado el periodista Jim Fuller, de los servicios informativos del departamento de Estado de los Estados Unidos. En esa época, las nuevas tecnologías de la comunicación eran manejadas solo por un reducido número de periodistas. Ante la curiosa mirada de sus colegas, Nicolás Luco (El Mercurio) y Mario Boada (Canal 13), demostraban entonces las ventajas de contar con la ayuda de estos nuevos artilugios tecnológicos, mientras muchos

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no podían desprenderse definitivamente de la vieja pero muy útil máquina de escribir. El congreso permitió que términos como sociedad de la información y del conocimiento, o las nuevas tecnologías de la información fueran analizadas y entraran al léxico cotidiano de los periodistas. Incorporada como miembro de la AIPC, Achipec comenzó a participar de sus congresos. El primero se realizó en Caracas en 1974; el segundo tuvo lugar en Madrid en 1977 y asistió solo Carmen Mena Muñoz. En el tercero la sede fue Ciudad de México (1979) hasta donde concurrieron los colegas Luz Marta Rivera, Carmen Mera, Eduardo Reyes, Guillermo Trejo, Agustín Oyarzún L., además de Juan Morales Malva. Los directivos de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, co-organizadora del evento, le negaron la invitación oficial al presidente de Achipec, “por representar a un organismo de facto de la dictadura” (sic). La decisión motivó una enérgica protesta de nuestra Asociación. En el cuarto congreso, celebrado en Sao Paulo, el presidente de la Asociación Mexicana de Periodistas Científicos, ingeniero José Javier Vega Cisneros, presentó las excusas oficiales al titular de Achipec “por el error cometido y el agravio hecho a la entidad hermana de Chile, al impedir que su presidente asistiera al congreso en Ciudad de México”. En el evento mexicano se presentaron dos trabajos chilenos. Morales Malva expuso sobre “El papel del periodismo científico en el conocimiento contemporáneo”, y Eduardo Reyes se refirió a “Lobos marinos: ¿Plaga, recurso o reliquia ecológica?”, abogando por la conservación de la especie para humanizar la preocupación ecológica, esto es armonizar la preservación de las especies de la biota con el desarrollo socioeconómico.

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En el congreso realizado en Sao Paulo participaron representando a Achipec Luz Marta Rivera, que dio a conocer su visión sobre “Las comunicaciones: un recurso en Salud”; Daniel Torrales Aguirre, quien expuso su investigación sobre “Pesquería en Iquique, un problema de ecodesarrollo”, y el suscrito, con los trabajos que se incluyen en la bibliografía final. El quinto congreso tuvo lugar en Valencia, España, (presidido por la figura legendaria de Jacques Cousteau), y la delegación chilena luego fue recibida en audiencia por el Príncipe Felipe de Borbón. El sexto evento correspondió organizarlo a Achipec en Santiago. El séptimo y último se hizo en la Universidad de Morón, Buenos Aires, y contó con la participación de periodistas de Achipec (profesores Manuel Ortiz Veas, Eduardo Reyes Frías, Daniel Torrales Aguirre y Sergio Prenafeta J.) y, por primera vez, estudiantes de las carreras de periodismo de la Universidad Católica del Norte y de la Universidad Andrés Bello. Los alumnos del primero de los planteles recibieron el premio del congreso al mejor trabajo periodístico presentado en el evento.

Los ecos de un trabajo acertado La evaluación de los primeros veinte años del trabajo realizado por Achipec dejó saldo a favor en muchas de sus actividades, lo que puede sintetizarse así: 1. Se intentó promover el cambio en los valores noticiosos, tratando de romper el círculo de ratificación mutua que hace perseguir las noticias a partir de su fuerza conflictiva y su potencialidad mercantil. La tarea impuesta fue enseñar al público a servirse de los medios sin quedar o sentirse aprisionado por ellos.

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2. Se logró establecer un trabajo conjunto entre periodistas y académicos e investigadores, en una sinergia que fue lentamente ganando adeptos y disipando resistencias por la acuciosidad del trabajo emprendido. 3. Se puso especial énfasis en dar a conocer la creación científica realizada en Chile, tarea en la que no siempre se contó con la colaboración de las unidades de comunicación de las universidades. A éstas le criticamos su dedicación mayor a hacer las relaciones públicas de sus autoridades –algunas de dudosa estirpe académica- que a contar la creación responsable de sus profesores. 4. Hicimos un ejercicio cotidiano para apoyar, desde los distintos medios, la educación permanente, haciendo que diarios, revistas, radios y canales de televisión asumieran también su papel como escuelas paralelas. 5. Hicimos investigación para evaluar los contenidos de los medios, para examinar la calidad de sus mensajes y evitar así apreciaciones subjetivas de éstos. En 1977 examinamos durante 30 días el comportamiento de 12 rubros de noticias en tres diarios y dos revistas de circulación nacional, resultados que luego publicó la revista “Estudios Sociales” Nº 19 de la Corporación de Promoción Universitaria, CPU. Constatamos que El Mercurio y La Tercera promediaban el 7% del material de lectura dedicado a temas vinculados con ciencia y salud. En 1984 repetimos la evaluación y apreciamos que el 28% del espacio informativo era para los deportes, el 8.8% para la hípica, en tanto que el 2.8% para ciencias básicas y afines. Las cifras nos movieron a un comentario público: ¿Qué sucede a aquellas sociedades donde las alternativas de las carreras de caballos son más importantes que todo cuanto pueda acontecer o prevenirse en el área de la salud, las ciencias básicas

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o la creación tecnológica? Pero no nos quedamos solo con la pregunta. Sostuvimos luego: “Estas son sociedades que no tienen capacidad de respuesta cuando sus científicos deciden o son empujados a emigrar del país; cuando sus hospitales entregan una mala atención y no hay voces que lo expresen cuantas veces sea necesario para que se escuche y rectifiquen las políticas de salud. Estas son sociedades donde nadie levanta su voz para averiguar si hay tecnologías nuevas que saquen al cobre del atolladero donde se encuentra, o que abran debate público de por qué no pudimos explotar solos como país los yacimientos de litio en el Salar de Atacama, y debimos una vez más buscar la asesoría onerosa del capital y la tecnología foráneos”. Hasta allí las evaluaciones a la prensa fueron más bien cuantitativas. En 1984 determinamos el interés que ponían 24 medios del país en el tema de la sexualidad humana, constatando que los problemas de la adolescencia apenas ocupaban el 4.6% de la cobertura general. Nos llamó la atención el sesgo de clase que tenía la información dada a la mujer. Los modelos, más bien los estereotipos usados, estaban siempre rodeados de un ambiente de alto confort, con viviendas amplias y cómodas y con un status socioeconómico de nivel medio hacia arriba y solo capitalino. En contraste, la mujer de vida marginal o de poblaciones, usuaria de la radio, sin capacidad para comprar revistas y con dificultad para leer diarios, aparecía frente a un mundo ajeno que no le pertenecía. Chile aparecía para ellas como otro país. Los resultados de estas investigaciones tuvimos la oportunidad de comentarlas con estudiantes universitarios en seminarios realizados en Iquique, Antofagasta, La Serena, Concepción y Punta Arenas, con el propósito de rectificar rumbos en los medios y hacer de la comunicación –y en este caso concreto de la comunicación de la ciencia y tecnología- un instrumento de democratización de las aspiraciones

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de las mayorías. De todos los temas analizados, el que más llamó la atención fue la orfandad de mensajes hacia los adolescentes, en momentos en que crecían los índices de embarazo temprano y el abuso en el consumo de drogas. En 1985 Achipec se reunió en Viña del Mar en un seminario nacional que contó con el auspicio de la Asociación Chilena para la Protección de la Familia, Aprofa. Examinamos desde distintos ángulos el tema “¿Más Cantidad o calidad de vida en Chile?”, y durante tres días escuchamos y dialogamos con los expositores siguientes: Benjamín Viel Vicuña (Crecimiento de la población y dignidad humana); Leslie Yates Chain (Ecología y explosión demográfica); Igor Saavedra G. (La ciencia y tecnología que Chile necesita); Wilson da Costa Bueno, Brasil (Las tareas irrenunciables del periodismo científico); Alejandro Foxley R. (Alternativas económicas del desarrollo); Hernán Alves Catalán (Información y calidad de vida); Hernán Vera Lamperein (La educación como catalizadora de los cambios); Sergio Melnick I. (¿Qué nos falta para entrar a la sociedad post industrial?); Miguel Angel Aguilar O., OPS-OMS (Las acciones de salud para todos en el año 2000); Patricio Silva R. (Embarazo en adolescentes, responsabilidad compartida); Daniel Villalobos T. (Enfermedades de transmisión sexual en el mundo y en Chile) y Waldo Romo P. (Crisis de la familia en la década de los 80). Ese mismo año quisimos acercarnos un poco más al tema y medimos la presencia de valores morales en 400 mensajes escritos destinados preferentemente a niños, adolescentes y madres. Nos interesaba saber cuántas de las 24 “virtudes morales” o valores que la Psicología propone como deseables de estar presentes en la formación de la persona, aparecían nítidos o encubiertos en los mensajes. Los valores más frecuentes fueron los de laboriosidad, paciencia, justicia, amistad y sobre todo patriotismo. Los de menos o casi ninguna relevancia fueron la fortaleza, la sobriedad y la humildad.

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Nos dimos cuenta que el periodismo de entonces estaba haciendo menos de lo que podía realizar y de lo que la capacidad profesional de sus integrantes le permitía, para fortalecer la corriente formativa implícita en su quehacer. El diario estaba ausente de las tareas del colegio y, en muchos casos, era visto como un mal ejemplo. La Universidad Diego Portales, tiempo después, inició una importante tarea para rescatar el valor del diario dentro de las aulas, programa que subsiste con éxito hasta nuestros días y cuenta con el apoyo del diario El Mercurio.

La tarea asumida por Hernán Olguín La actividad periodística realizada en particular por Hernán Olguín desde 1973 atrajo la atención de la teleaudiencia capitalina y de las ciudades hasta donde extendía su señal canal 13 TVUC. Eran tiempos en que todos los medios informativos estaban sometidos a censura oficial o autocensura, y totalmente suspendidos aquellos asuntos vinculados a temas como política, vida gremial, sociología, tribunales o policía. Quedó entonces un espacio amplio para llevar el interés del público hacia otros caminos, lo que Canal 13 aprovechó para fortalecer la franja cultural donde ubicó las creaciones de Olguín. Niños y jóvenes participaban a la distancia con él, por ejemplo, en la aventura espacial de los Estados Unidos, en tanto los adultos recibían en cada semana del ciclo programático, notas de gran actualidad sobre avances en la cura de enfermedades y otros progresos de la tecnología. En su calidad de anfitrión en el programa “Almorzando en el Trece”, amplió aún más la cobertura de los temas científicos, especialmente los vinculados a la salud. Los médicos invitados sacaban bastante provecho de sus intervenciones porque siempre conseguían atraer nuevos pacientes a sus consultas privadas. Aparecer en televisión era sinónimo de ser considerado “autoridad” en

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determinadas dolencias. El éxito de sus series determinó la propuesta de algunas editoriales para llevar al soporte papel sus mensajes. Con tal fin formó un equipo de redactores con los que editó la revista “Mundo”, de impecable presentación y contenido. Tenía el mismo nombre de otra revista con diferente auspicio y en la que colaboramos, precisamente, hasta 1973. En 1985 publicó el libro “Notas del Mundo de Hoy” que en número de diez mil ejemplares se repartió en colegios. Sus colegas lo recuerdan, desde el punto de vista profesional, en extremo exigente consigo mismo y con sus colaboradores (as), al punto que buscaba la perfección en los textos solicitados rechazando una y otra vez lo que le parecía incompleto. Su colega Manuel Salgado, periodista del sector economía, resumió así su trayectoria: “Hizo en 37 años más de lo que muchos hombres hacen en 60”. Olguín se dedicó como ninguno en ese momento a planificar su trabajo en el plano internacional, a lo que Canal 13 y la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) le dieron su total apoyo. Viajó por los cinco continentes contando con la asesoría de profesionales chilenos, entre ellos el cardiólogo Pablo Casanegra Prnjat. “En una época en que la presencia de los médicos en la prensa era escasa, relató su colega José A. Rodríguez (mayo de 2005), el doctor Casanegra se mostró abierto y creativo, sin temor a la sobreexposición, teniendo muy claro que esta forma de extensión debía ceñirse a estrictos criterios éticos y orientarse a dos metas fundamentales: mejorar el conocimiento de la población sobre los temas médicos y dar a conocer los aportes que la PUC y su departamento de enfermedades cardiovasculares hacían al país. Creo que todos reconocen hoy el inmenso aporte que el doctor Casanegra ha significado al periodismo científico en nuestra patria”. En declaraciones posteriores a la prensa, Casanegra cayó en el error de señalar que el periodismo científico en Chile nació con Olguín y con el apoyo que él le brin-

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dara, lo que motivó la correspondiente rectificación por parte de la directiva de Achipec. Hernán buscó dentro y sobre todo fuera del país el material para preparar sus temporadas anuales. La calidad de esos trabajos y la claridad de su mensaje le ganaron la gran audiencia que alcanzó. Un colegio y una calle llevan hoy su nombre. El día de su sepelio se produjo un hecho inédito en la capital: miles de personas –una apoteosis- lo acompañaron hasta el Parque del Recuerdo. Al despedir sus restos en nombre de Achipec, propuse a Canal 13 que creara una fundación con el nombre de Hernán, destinada a incrementar la divulgación científica y tecnológica y la educación permanente en Chile. La solicitud no encontró el mínimo eco y el nuevo programa que presentó el Canal con el mismo nombre con que lo bautizó Olguín (“Mundo”), no tardó en ser sacado de la programación. Sus colaboradores -Luz Marquez de la Plata, Andrea Vial, Mario Boada, Claudia Adriazola, Verónica Mundaca, Eliseo Pedraza y Andrés Bascuñán-, fueron asumiendo otras responsabilidades y solo Rossana Bontempi, fiel colaboradora hasta las últimas horas de Hernán, pasó a ser la portavoz del canal en esta línea de acercamiento a la ciencia. Para rescatar su herencia y legado, Laboratorios Chile S.A. estableció en su nombre, previa anuencia de su familia, un premio anual destinado a incentivar el quehacer dentro del periodismo científico en Chile. El jurado lo integraba un comité de académicos y científicos más representantes del laboratorio. Luego de ser adjudicado durante seis años consecutivos, la empresa lo descontinuó. Sobre la obra de Olguín se han escrito varias memorias y reportajes en escuelas de Periodismo. La primera la realizó en la Universidad de Chile (1990) Daniela Araneda R. et al, bajo la dirección del pro-

ACHIPEC, en uno de sus seminarios (1986).

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fesor Raúl Muñoz Chaut. Título: “Hernán Olguín y su influencia en el periodismo científico chileno”. En la Escuela de Periodismo de la Universidad Austral de Chile, Annelore Hoffens W., bajo la dirección del profesor Pablo Villarroel Venturini, preparó el año 2000 la tesis “Caracterización del periodismo científico realizado por Hernán Olguín en su serie de programas Mundo entre 1983 y 1986”. En la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, entretanto, Carolina Díaz et al, bajo la dirección del profesor Sebastiano Bertolone, produjeron una nueva tesis en 2004 sobre “Evolución del periodismo científico a partir del periodista Hernán Olguín y su programa Mundo, en diarios y en televisión”. Los trabajos de titulación suman y siguen sobre este tema.

Visitas ilustres y un premio propio Nos pareció importante destacar desde Achipec la producción de los científicos jóvenes del país, para lo cual creamos el “Premio Abate Molina” que pudimos entregar por espacio de tres años. Las finanzas de la Asociación no estaban para hacer grandes gastos (ni cortos tampoco), de manera que tras el humilde galvano entregado en ceremonia especial, venían las referencias destacadas a la labor del científico distinguido en los distintos medios. Sin duda aquello era una compensación más atractiva para el agraciado. Una de las distinciones recayó en el director de la Oficina de Ciencias de la UNESCO para América Latina, doctor Gustavo Malek, durante su estada en Viña del Mar. Se trataba de un científico argentino que luchó desde su cargo por fortalecer las actividades del periodismo científico en la región. En Chile las visitas ilustres en el plano de la ciencia suelen pasar inadvertidas y en la única parte donde siempre quedan registradas es en policía internacional, al ingreso al aeropuerto. Por eso que quisimos darle el realce que se merecían los investigadores de reconocimiento

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mundial que pasaban por nuestro país. En 1977 Achipec recibió al Premio Nobel doctor Severo Ochoa, en una sesión especial realizada en uno de los salones del Hotel Crillón. Era el portavoz más autorizado para señalar los logros del momento y las proyecciones de la ingeniería genética, luego que con su equipo y el de Marshall Nirenberg habían logrado descifrar los 64 tripletes que codifican los 20 aminoácidos. Más tarde y ante sus colegas de la Sociedad de Biología de Chile, confesó su satisfacción por la reunión sostenida con los periodistas, destacando “el excelente nivel de formación e información que tienen estos profesionales en Chile”. Lo que no supo el investigador español fue que con la debida antelación, todos los colegas recibieron un detallado informe, elaborado por la directiva, sobre la obra de Ochoa y sus aportes al campo de la genética. En julio de 1978 participamos en la visita del Premio Nobel argentino doctor Luis Felipe Leloir, y nuevamente los periodistas de Achipec se mostraron interesados por el impacto de sus investigaciones en el cambio de la bioquímica, gracias a la síntesis informativa que la directiva proporcionó. Pero el diálogo con Leloir resultó interesante también para analizar el tema de la fuga de cerebros desde su país y el nuestro hacia los grandes centros de investigación de Norteamérica y Europa. Le preguntamos qué podían hacer nuestros países para provocar una fuerza centrípeta de atracción de los científicos, esto es para que comenzaran a “volver a casa”. - Recuperar esa gente es bastante difícil. Tienen buenas posiciones, han educado a sus hijos fuera, les quedan pocos motivos para volver. Sin embargo, creo que hay que hacer esfuerzos, y lo primero y más urgente es evitar que sigan con la diáspora y no se vayan. Ellos parten porque no hay buenas oportunidades en nuestros países y porque sus sueldos son muy bajos. Si hubiese habido una buena conducción en nuestras comisiones nacionales de ciencia y tecnología, de tal forma de brindarles protección, el problema habría sido

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mucho menor, subrayó Leloir. Tiempo después los colegas tomaron parte en una reunión almuerzo en el Instituto Chileno Norteamericano con los premios Nobel estadounidenses James Watson y Arthur Körnberg, y tuvieron la oportunidad de conocer y luego comentar aspectos inéditos de su trayectoria en el campo de la genética. Watson (1962) y otros dos colegas fueron premiados por el descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN, en tanto Kornberg (1959), junto con Ochoa, por descubrir las enzimas para la producción artificial de los ácidos nucleicos. El diálogo con Watson alcanzó ribetes ásperos cuando le consultamos las razones por las cuales fue excluida del premio y de toda mención la cristalógrafa británica Rosalind Franklin, quien utilizando la difracción de rayos X reveló la incuestionable estructura helicoidal de la molécula de ADN. - El Premio Nobel nuestro fue concedido en 1962 y Rosalind falleció en 1958, dijo con tono cortante. - Pero el artículo original de Nature tenía cuatro autores: Usted, Crick, Wilkins y Rosalind Franklin, sin embargo parece que por su condición de mujer ella fue excluida de todo reconocimiento, aclaramos. - Se ha especulado mucho con esto y las feministas no se cansan de repetirlo. El hecho es que ella hizo su parte, entregó sus datos, y nosotros seguimos por nuestra cuenta. Nada más y causa finita, concluyó. Producto de los seminarios realizados por Achipec, se publicaron dos libros de distribución gratuita: “¿Cuántos debemos de ser los chilenos y por qué?” y “¿Mas calidad o cantidad de vida en Chile?”,

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los que pasaron a ser de lectura recomendada en las aulas de las escuelas de periodismo. Como parte del acercamiento con periodistas del área andina, invitamos a un grupo de siete colegas ecuatorianos con los que se realizó un seminario en la sede de la Universidad Técnica Santa María.

Científicos y periodistas, ¿Una dupla funcional? Este fue uno de los temas que abordamos en nuestro congreso de Viña del Mar, en octubre de 1986. Uno de los investigadores invitados, el ecólogo doctor Ernst Hajek, de la P. Universidad Católica de Chile, manifestó: -Hemos sido partícipes, beneficiarios y agradecidos miembros de la comunidad los que hemos podido percibir estos mensajes del periodismo científico. Han significado una puesta en lenguaje público de aquellas cosas que generalmente son vedadas a esa opinión, dado que normalmente el científico habla y transmite su conocimiento en forma codificada solo para sus pares. Reconoció que “sin duda alguna, ha existido un avance notable en el progreso de esta dupla, pero resta mucho por desarrollar, de manera sistemática, organizada, planificada, respetuosa, cooperadora, con iniciativas, recompensada, para que este binomio funcione en forma expedita y fructífera”. Su interesante análisis finalizó con cinco propuestas destinadas a hacer funcional la dupla en cuestión: 1) Debe existir algún mecanismo a través del cual el periodista pueda ser informado en forma permanente sobre quién es quién en los diferentes campos disciplinarios, y a quién se puede recurrir para dar una información documentada, ponderada y seria. El papel de

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Conicyt y Fondecyt aquí es irrenunciable; 2) Debe diseñarse un modelo de interacción permanente que puede operar a nivel de las instancias de organización más altas tanto en ciencias como de periodismo científico en el país; 3) El modelo de interacción debiera derivar a futuro en un plan de entrenamiento sistemático, que lleve a una persona a hacer correr en paralelo una carrera de ciencia como una carrera de periodismo, dentro del mismo lapso. Creo que la incorporación de una cátedra de periodismo científico en las carreras de periodismo en el país no es suficiente, pero puede ser un buen punto de partida; 4) Debe pensarse a futuro en un profesional “traductor de ciencia” básica, con una fuerte competencia y habilidad en ciencia y comunicación y con la tarea de traducir, y por lo tanto hacer asequible la información para que sea comprendida y por lo mismo útil en los niveles de manejo de políticas; 5) Abogo por más espacios reservados en los medios para que el periodismo científico tenga cabida permanente. Hemos visto con alegría y algo de esperanza, la difusión de una página o al menos columnas de ciencia en forma temporal en algunos diarios o revistas, y con mucha frustración la desaparición por completo de éstas en las semanas siguientes

Exportar experiencias Dentro del país me cupo la responsabilidad de dictar seminarios sobre comunicación de la ciencia para periodistas, escritores, profesores y locutores en Arica, Antofagasta, La Serena (junto a Eduardo Reyes), Chillán y Punta Arenas, con el respaldo de las universidades locales. Más tarde ofrecí la metodología evaluada en esa experien-

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cia a la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello y a la Fundación Konrad Adenauer, con el propósito de extender la experiencia chilena a países de la región. Aprobada la iniciativa, impartimos cursos con Manuel Calvo Hernando en San José de Costa Rica, Caracas, Bogotá, Cali, Quito y Antofagasta, a los que agregué luego Lima y Brasilia con nuevos auspicios. La información entregada en esos seminarios por ambos docentes, más el bioquímico argentino Enrique Belocopitow, fue recogida en el libro “El Periodista Científico toca la puerta del Siglo XXI” que editó la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello y la Fundación Konrad Adenauer (334 páginas, Bogotá, 1998). En lo que respecta a la experiencia personal, la traduje luego en el texto “Teoría y Práctica del Periodismo Científico”, que Editorial Andrés Bello editó en 2003. La obra fue dedicada a tres divulgadores de la ciencia, ya desaparecidos: el doctor Desiderio Papp, el venezolano Arístides Bastidas (Premio Kalinga de la UNESCO a la divulgación científica), y el colega Hernán Olguín Maibé.

Los contenidos en el sector salud La información sobre temas de la salud fue y sigue siendo la que más espacio alcanza en el rubro ciencia y tecnología en los distintos medios. A poco de iniciar Achipec sus actividades, un grupo de colegas privilegió este frente y formó la Agrupación de Periodistas de la Salud. Otros hicieron tienda aparte con la información ambiental, el bosque nativo y una parcela que irrumpía con mucha fuerza: el periodismo informático, sede oficial de los “computines”. ¿Qué apreciamos en la comunicación del llamado “periodismo de salud” hacia mediados de los años ochenta?

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- Se privilegiaba siempre lo curativo a lo preventivo. Se trabajaba “al día”. - El material foráneo incorporado como noticia no se lo sometía a la consulta u opinión de los especialistas nacionales. A veces se infló la casuística nacional extrapolando realidades y experiencias de otros países, sin someterla a tamices de ningún tipo. - Se tendió a confundir la información de salud con el conflicto gremial de los médicos, perdiendo independencia para hablar de lo uno y de lo otro. - Se prefirió muchas veces dar cabida a la nota internacional que presentaba técnicas onerosas como exóticas, inalcanzables para las pretensiones del país. - Se insistió en hacer noticia del hecho científico. Y a veces hasta escándalo. Recordamos, por ejemplo, lo sucedido con la fecundación extracorpórea en Santiago (1984), en donde el alboroto informado corrió, más que nada, de parte de los propios periodistas. - No se recurrió siempre a especialistas como informantes, apareciesen o no éstos citados en las informaciones. A veces el “eminente pediatra” no era sino el médico de turno que le bajó la fiebre al bebé de una periodista. - Se aceptó la creciente presión de los equipos privados de salud, que buscaban a los periodistas para publicitar sus méritos y abrirse campo en una economía de mercado. - Se olvidó sistemáticamente la importancia de la investigación básica y/o aplicada en las ciencias de la salud, en que estaban

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empeñadas algunas universidades y clínicas privadas. - Hubo complacencia ante la oferta informativa y lamentablemente interesada de muchos laboratorios farmacéuticos, llamando así a que el público se formara expectativas no siempre ciertas de los productos que se anunciaban.

La denuncia por daño al entorno La información sobre asuntos vinculados al medio ambiente tuvo en los años 70 y 80 importante cobertura, con un desplazamiento manifiesto de los temas desde el daño a la flora y fauna, a aquellos de compromiso humano. Las denuncias en el primer ítem disminuyeron de 85 a 14% en el lapso de diez años, al mismo tiempo que se comenzaba a incrementar la consulta a los científicos como informantes, de 20 a 54%. . La realidad de entonces nos llevó a distinguir en Chile dos estamentos distintos como distantes en la información medioambiental: por un lado aquellos que llamamos “denunciadores” (catastrofistas, apocalípticos), que con frecuencia no aportaban soluciones concretas y viables a sus acusaciones, y por otro lado los “investigadores”, que (se suponía) estudiaban las soluciones a los conflictos ambientales pero se comunicaban solo entre ellos. Los primeros tenían una militancia variopinta en cuanto a su formación ecológica y generalmente ignoraban la existencia de laboratorios y especialistas trabajando en los temas de su interés. Los segundos manifestaban aversión por escuchar a los denunciadores, tanto como para evitarlos e ignorarlos. En ese plan era imposible seguir y así lo hicimos ver, sobre todo porque nuestros contactos estaban en uno y otro bando. La inquietud por divulgar temas relacionados con temas ecológicos, sin embargo, nunca estuvo ausente en los medios informativos. Por

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ejemplo, en Concepción (1986), un organismo privado del ámbito medio ambiental (CIPMA) distinguió a un grupo de colegas penquistas por la campaña realizada en el diario “El Sur” titulada “Inquietud por remate de aguas”, en la que participaron Hernán Alvez Catalán, director del matutino; Ricardo Hepp Kuschel, Antonio Kuzmanic, Luis Oviedo, Daniel Padilla y Roberto Rozas. La iniciativa, según CIPMA, fue “exitosa en sus resultados y valiente en su realización, lo que enaltece la divulgación ecológica así como el rol fiscalizador de la prensa, y dignifica el trabajo de los diarios regionales de nuestro país”. Una investigación realizada por un grupo de periodistas de Achipec con ocasión del primer congreso de CIPMA realizado en La Serena (1983), concluyó con que más del 80% del material publicado en torno al medio ambiente en el país era de procedencia nacional, preferentemente crónicas y reportajes, con el planteamiento de tesis originales y soluciones viables. En julio de ese año se llevó a efecto el primer Taller de Periodismo Ambiental en Santiago, organizado por CIPMA con el auspicio de Achipec. La iniciativa permitió advertir la necesidad de poner frente a frente a periodistas y científicos con el fin de discutir la orientación del mensaje, al mismo tiempo que pormenorizarse de las formas mutuas de trabajo. Uno de los aspectos más destacados de esta maduración a que condujo el debate ambiental entre los periodistas, fue sin duda rescatar la presencia de lo humano en el centro de las comunicaciones. Con el tráfago agotador de todos los días, aunque resulte paradójico, el periodista muchas veces termina por olvidarse del ser humano: se convierte en banal precisamente aquello que requiere la máxima conciencia y vigilancia, la condición misma de hombres y mujeres. En este sentido, muchas veces nos vimos rasgando vestiduras por la contaminación industrial en el río Bío Bío, o por estar en peligro la supervivencia del loro tricahue. Sin embargo, parecía que no nos decía nada la miseria

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en que vivían miles de personas, o el alcoholismo, la prostitución infantil, la drogadicción y la capacidad para relacionarse con otros integrantes de la propia especie humana. Esa variable de humanidad no fue fácil incorporarla en el relato de los periodistas. Muchos estaban más entusiasmados con el devenir de los integrantes de la biota, pero exceptuando nuestra propia especie. De los 53 programas de periodismo (diurno y vespertino) que funcionan en 2007 en 36 universidades del país, es la escuela de periodismo de la Universidad Austral de Chile la que ha privilegiado con más fuerza el tema medioambiental en sus trabajos de investigación y titulación. Bajo la conducción del ingeniero civil, periodista y magister en asentamientos humanos Pablo Villarroel V., desde 1998 a la fecha se han producido interesantes trabajos en esta línea. El primero fue realizado por Paola Milosevic M. sobre “Contribución a la divulgación social del conocimiento científico-ambiental sobre áreas silvestres protegidas. El caso del Parque Nacional Torres del Paine, XII Región, Chile”. Un tema similar fue el preparado por Pablo González S. y Loreto Salamanca M. en 2001, en la Escuela de Periodismo de la Universidad Andrés Bello, titulado “Parque Nacional Torres del Paine: ¿Turismo sustentable o lenta depredación”” y que me cupo dirigir. En 1995, en cambio, el profesor Jorge Broker, en la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, recomendó otro enfoque y dirigió la primera tesis de titulación sobre “Evaluación comunicacional del discurso ecológico en los medios masivos. Hacia una lectura sociosemiótica de la prensa y televisión”, de los alumnos Juan Pablo Figueroa et al.

Combate al hábito de fumar En 1982 iniciamos en Achipec una intensa campaña de difusión sobre los peligros del hábito de fumar en la salud de las personas. No fue fácil generar consenso entre los colegas para desarrollar los te-

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mas en prensa, revistas televisión y diarios. La publicidad sobre cigarrillos en los distintos medios genera importantes ingresos que los editores cuidan no interferir con textos que denuncien sus peligros para la vida humana. En 1983 fuimos invitados por la Asociación Nacional contra el Cáncer de Canadá, para participar en el Congreso Mundial sobre Tabaco y Salud celebrado en Winnipeg. Allí informamos la acción hasta ese momento incontrarrestable de las tabacaleras en Chile y el papel pasivo y hasta permisivo del Gobierno que vía Ministerio de Salud se lamentaba de la alta prevalencia del hábito de fumar en la población, y por medio del Ministerio de Hacienda celebraba la alta tributación de esas empresas por cada cigarrillo consumido. Volvimos a Chile con el convencimiento de que había muchas tareas que emprender. La primera fue la entrega de los acuerdos del congreso a los decanos de las carreras de medicina, sin que ninguno de ellos acusara recibo de nuestro envío. En algunas revistas, en cambio, se nos brindaron páginas para acercar el contexto de los informes al público. En noviembre de 1985 la Organización Panamericana de la Salud se interesó por nuestra causa y nos invitó a participar en un seminario regional en Buenos Aires, confiriéndonos la responsabilidad de ser relatores del encuentro internacional y luego redactores del informe respectivo que publicó la OPS. Ello determinó que el Ministerio de Salud solicitara la colaboración de Achipec para que integrase la comisión asesora del ministro, constituida oficialmente en enero de 1986. Algunas de las medidas resolutivas comenzaron a sentirse entre los fumadores y en la población en general, como fue el cambio a una lectura preventiva más específica en las cajetillas, o la ordenanza del Ministerio de Transporte prohibiendo fumar en los vehículos de transporte de pasajeros interurbanos. Hasta entonces, viajar en buses por el país era una tortura para quienes no fumaban dada la nula

ACHIPEC: Buscando la sinergía con los científicos (1986).

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ventilación interna de los vehículos y la validación tácita del derecho de los fumadores a contaminar. Los años siguientes Achipec continuó participando en las jornadas ministeriales sobre el tema junto a médicos, matronas, enfermeras, profesores y otros profesionales. Fruto de esta acción conjunta produjimos un tríptico dedicado a las mujeres embarazadas instándolas a cuidar su salud y la del hijo por nacer, material que pusimos a disposición del Ministerio para su edición y reparto.

Periodismo científico en revistas En las décadas de los años 70 y 80 comenzaron a proliferar revistas institucionales e independientes, entre ellas: Chile Pesquero, Informática, Chile Forestal, Minería Chilena, Mundo, Naturaleza, Panorama Médico, Alimentación Salud, Próxima Década, Teknos, Revista Universitaria, a los que habría que agregar el Informativo del Agro (La Tercera) y la Revista del Campo (El Mercurio). Otras asumieron el proselitismo político, como es el caso de Ramona. Con ello se incrementó la cantidad de información semanal y mensual vinculada a temas de la ciencia y tecnología. Una de las revistas que buscó hacer un periodismo independiente fue “Mundo”, publicada mensualmente con el respaldo de la Congregación del Verbo Divino y el indicador del año junto a su logotipo. Algunas semanas antes del golpe de estado, en el Nº 62 de agosto, entrevisté para “Mundo 73” al nuevo Premio Nacional de Ciencias, doctor Alfonso Asenjo Gómez, destacado neurocirujano, académico y formador de especialistas en América Latina. Destaqué en el título de la entrevista algo en lo que me insistió una y otra vez: “Estamos quedando solos”. Le pregunté si estimaba que la prensa tenía gran responsabilidad en las comunicaciones de esa hora, tan llenas de temores e incerti-

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dumbres. Su respuesta, pasadas más de tres décadas, sigue teniendo plena validez: -Hoy me da lo mismo leer uno que otro diario, porque es un periodismo que no eleva, que no construye, que no apoya un cambio de valores consustanciales a lo que el país pide hoy de cada uno. Hay aquí otro factor de nuestro aislamiento interno. Echo de menos una prensa científica, donde gente preparada dé a conocer el inquietante panorama de la ciencia y lo que ésta puede hacer por el hombre. Gente que sea capaz de crear rumbos nuevos sin recurrir a la tijera de lo que nos viene de afuera. Sin embargo, se nos trata de llevar a admirar modelos, proyectos, realizaciones e inquietudes de otros y no de nosotros mismos. Nos quieren llevar a ser otros antes de permitirnos encontrarnos con nuestra propia realidad. Por entre la prensa actual corre la crisis de identidad de los adultos, que los jóvenes están heredando gratuitamente. Parece ser más importante saber lo que ocurre en Estados Unidos o Moscú antes de conocer el quehacer que preocupa al Museo de Historia Natural. Para los primeros hay respeto y reverencia. Para el último, un menosprecio que irrita. No existe periodismo científico en Chile y es urgente iniciarlo. No emprender esta tarea significa tenerle miedo a la realidad y no querer aceptar la verdad desnuda de nuestra debilidad científico tecnológica. Un mes después de la circulación de la revista, el gobierno militar ordenó cerrarla. Semanas más tarde el domicilio del doctor Asenjo fue violentado y saqueado, lo que determinó su exilio voluntario en Panamá. En 1979 el presidente de la Corporación para la Nutrición Infantil, CONIN, doctor Fernando Mönckeberg Barros, concibió la idea de crear una revista de divulgación científica cuyo producto fuera en beneficio de la importante obra de recuperación de los niños

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desnutridos que presidía. Se trataba así de “devolver con creces” el apoyo de los particulares a la obra. Así nació la revista “Creces”, donde tuve la responsabilidad de ser editor y director durante los primeros ocho años. Contó con un consejo editor de académicos e investigadores chilenos de primer nivel y logró generar un diálogo epistolar entre los científicos y los lectores, exponiendo con absoluta independencia sus puntos de vista. Con posterioridad y por espacio de otros ocho años, asumí como editor científico de revista “Muy Interesante”, publicación internacional cuyo énfasis distaba bastante del mantenido por Creces. “Creces” fue tribuna para todas las disciplinas de la ciencia y tecnología, pero dio también cabida al análisis de los problemas y oportunidades del periodismo científico en Chile. Fueron permanentes las colaboraciones de algunos socios de Achipec, como Eduardo Reyes F. (Valparaíso), Arnoldo Carreras, Daniel Torrales (Iquique), Raúl Viveros, Carlos Araya y José Campos B. Allí dio también sus primeros pasos en la comunicación de la ciencia la futura redactora de la página de Ciencias de El Mercurio, Lilian Duery A. A través de Creces fueron muchos los investigadores que se atrevieron a exponer los resultados de sus trabajos, o referirse a temas de su especialidad con el propósito de clarificar puntos de vistas técnicos ante los lectores. Correspondía al editor de la revista decodificar aquellos mensajes, muchas veces con tintes abtrusos, para hacerlos digeribles por el público. Por entonces ya tenía larga data en el mercado la revista “Mecánica Popular”, excelente correo internacional destinado a dar cuenta de los avances y promesas de las nuevas tecnologías. Luego del ingreso de “Muy Interesante” al área de las revistas dedicadas a divulgar ciencia y tecnología, inició su circulación “Conozca Más”, con similares características pero con mayor interés por incorporar temas de factura nacional en cada número. Durante algunos años fue dirigida

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por la periodista y editora Consuelo Cheyre Espinoza, con un probado quehacer dentro del periodismo científico en revistas Ercilla y Hoy, y más tarde directora internacional de revista Vanidades. Importante ha sido la labor desarrollada por dos revistas/suplementos dedicados al mundo infantil: “Icarito”, que acompaña semanalmente al diario La Tercera, y “La Pequeña Biblioteca” de Las Últimas Noticias, que apareció por primera vez en 1968 y dejó de circular luego del fallecimiento de su editora y socia de Achipec, María. T. del Villar. El aporte de ambas revistas a la comunicación de las ciencias y a incentivar vocaciones ha sido de gran valor, sobre todo como complemento a la tarea escolar en tiempos en que la “biblioteca de papel” era el documento oficial. La aparición de la Internet hizo cambiar a Icarito su esquema de abordaje de las distintas materias. En junio de 1973 di a conocer la importancia de ambas publicaciones en el seminario internacional sobre comunicación de la ciencia en los países árabes, convocado por UNESCO en El Cairo. La recepción de estos trabajos causó grata impresión entre los periodistas presentes. No puedo dejar de citar aquí la tarea cumplida por “Ercilla” en la divulgación de temas científicos. En 1967, su nuevo director, Emilio Filippi M., realizó el cambio de formato de la revista, pasando de la edición tabloide en sepia al modelo “Time”. Se abrieron secciones fijas y una de ellas fue para temas de ciencia y tecnología. La gran colaboración que recibimos de universidades e institutos nos llevó luego a preparar la edición de diez suplementos dedicados al tema “Mar de Chile”, material que pasó a ser de colección. El tema siguiente fue el abordaje de una serie similar dedicada a la salud de los chilenos. Siendo colaborador de Ercilla me sorprendió la noticia del desastre ecológico en el estrecho de Magallanes, al varar en la Primera

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Angostura el buque tanque “Metula”, de bandera liberiana. Aquello ocasionó el derrame de 52.000 toneladas de petróleo más ocho mil toneladas de crudo de máquina. Con base en los informes de los expertos estadounidenses que concurrieron de inmediato a estudiar la magnitud de la catástrofe acaecida, como de los investigadores de la Universidad de Magallanes que la monitorearon de cerca, preparé un reportaje que la revista publicó bajo el título “La muerte viajó en el Metula”. El texto señalaba las razones del desastre, provocado por la mala conducción del mayor buque tanque que había llegado a nuestras costas, en manos (como la autoridad lo exige) de un práctico vinculado a la Armada. Los informes destacaban que había sido “como introducir velozmente un camión acoplado de 40 toneladas en un callejón a oscuras”. El alto mando de la Armada exigió que el autor del reportaje –entonces funcionario de Conicyt- fuera de inmediato retirado de su cargo de director de comunicaciones. El presidente de la institución –un ingeniero militar con grado de general ®- se negó a acceder porque consideró que no había justificación alguna para exonerar al periodista ya que lo aparecido en Ercilla era la relación textual de lo que figuraba en los informes de los científicos, y además su colaboración profesional con la revista no comprometía a Conicyt. La actitud de censura a la información científica se repitió tiempo después cuando ejercía docencia en periodismo científico en la Universidad Católica del Norte, y al mismo tiempo era corresponsal de Ercilla y ocupaba una columna en el diario El Mercurio de Antofagasta. En el matutino escribí un artículo contando la extraña característica de un molusco de las costas nortinas, el “locate” (Thais chocolata), caracol que acumula grandes cantidades de arsénico en su musculatura, y sin embargo es comestible. Para hacer más atractivo el tema, titule el texto señalando “Un enemigo en la costa local”.

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Tan pronto circuló la edición fui llamado por el vicerrector de la Universidad, quien había recibido una reprimenda desde la Intendencia “por tener dando clases a un periodista sedicioso”. Razones: Hablar de arsénico en Antofagasta era como hablar de soga en casa de un ahorcado, y mi artículo recordaba los altos índices del elemento contenido en las aguas residuales –hasta entonces no tratadas- y que caían al mar. La (re)aparición de revista “Hoy”, la circulación de revista “Qué Pasa” y la creación de revista “Análisis”, abrieron luego más espacios para el periodismo científico. En este último caso, con un justificado acento crítico de denuncia por el deterioro de los recursos humanos y materiales de la ciencia y tecnología en el país. La comunicación de los temas científicos no son de la exclusividad de los periodistas, y habría que señalar que algunas veces tampoco de los científicos. Es el caso de aquellas personas que logran expertizaje en áreas muy específicas, como la astronomía. Jorge Ianiszewski Rojas es uno de ellos. Escritor, fotógrafo y divulgador científico en astronomía y ecología, edita la página web “Círculo Astronómico”, capacita a niños y adultos en astronomía básica y ocupa parte de su tiempo en el área de turismo astronómico, aprovechando la excelente infraestructura con que se cuenta en Chile gracias a las instalaciones internacionales sitas en el territorio. Suyas son las publicaciones “Guía a los cielos australes” (1992, 1998) y el documental (50’) “Astronomía para todos 2006”. Chile vivió durante muchos años pendiente de las predicciones que hacía de temblores, terremotos y otras desgracias, el suboficial de la Armada Carlos Muñoz Ferrada. Su currículo señalaba que era “astrónomo con estudios en astronomía y meteorología en Los Ángeles, California”. Se cuenta que en diciembre de 1938, en un teatro de Concepción, dio una conferencia donde anunció el terremoto que

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tendría lugar el 24 de enero de 1939, a las 11.25 de la noche en esa ciudad. Nadie le creyó. Se basaba en una teoría propia, la geodinámica, que se refería a la fuerza de la radiación de los astros cuando estos se ubican en “cuadratura”. Y el sismo ocurrió la noche anunciada del 24 y causó 30 mil muertes. “Lo anunció Muñoz Ferrada” decía la gente como certificación oficial de que las desgracias ocurrirían. Anticipos de choques planetarios o simples sismos que se sentían en Valparaíso, de inmediato eran vaticinados o confirmados desde su casa-observatorio en Villa Alemana. Los temblores tenían determinada intensidad y epicentro “en los volcanes submarinos Oroya y Layod a 20 kilómetros de Papudo”. El Servicio Hidrográfico de la Armada (luego SHOA) aclaraba que no existían tales volcanes en la batimetría oficial de la costa, pero los medios informativos reproducían como absolutamente ciertas las palabras del “astrónomo”. Cualquier sismo ocurrido durante la noche, cuando las oficinas del Servicio Sismológico de la Universidad de Chile estaban cerradas, tenía su explicación instantánea a través del teléfono de Muñoz Ferrada, situación que confundía y enojaba a sismólogos y meteorólogos. Las Ultimas Noticias solía presentarlo como “el célebre predictor de fenómenos naturales”, en tanto el Canal 4 de televisión de San Juan, Puerto Rico, se refería a él como “el astrónomo, sismólogo y científico chileno”. Radio Minería, que tenía como característica dar las primeras informaciones una vez ocurridos los sismos para tranquilidad de la población, especialmente cuando ocurrían durante las noches, se comunicaba de inmediato con Muñoz Ferrada quien salía al aire a través de la red nacional de la emisora. Los primeros sorprendidos en sus hogares eran los propios sismólogos, vulcanólogos y meteorólogos criollos. La información oficial, al día siguiente, ya no era noticia. Varias revistas dedicadas a temas específicos de la ciencia, la tecnología y los negocios, han tenido éxito en ámbitos más especializa-

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dos a partir de los años ochenta del siglo pasado, e incluso el éxito publicitario les permite circulación gratuita. “InduAmbiente”, de la editora Tiempo Nuevo, ha privilegiado desde 1993 el análisis de las tecnologías para la descontaminación, recursos energéticos y ecología. Se trata de una iniciativa dirigida e impulsada por periodistas (Carlos Araya Cortés y su esposa Norma Berroeta), con amplio respaldo de empresas públicas y privadas La revista “Minería Chilena”, fundada en 1980 por los periodistas Ricardo Cortés D. y Roly Solís S., representa un esfuerzo exitoso de trabajo en un nicho específico de la mayor importancia para el país. En un cuarto de siglo de actividad pasó a ser la revista más importante de minería de Chile y una de las mejores evaluadas del mundo por la propia industria. Editada por la empresa Editec Ltda., también produce “Telemedia Internacional”, creada en 1997 para atender el desarrollo de áreas como telefonía, redes, televisión e informática. En su consejo editor aparece otro periodista de dilata trayectoria en el campo de la comunicación de la ciencia: Mario Boada. En 1999 inició sus publicaciones la revista “Bioplanet” y el portal www.bioplanet.net, dedicados a la información de la interfase biotecnología y sector productivo. La dirige un ingeniero civil y está dedicada, al mundo empresarial, técnico, académico y de investigación en genética, biotecnología y disciplinas afines de Chile y América Latina. La revista “InduAlimentos” circula desde 1995 como publicación independiente, con información científica y tecnológica necesaria para estar a la vanguardia en el acontecer mundial. Su comité editor lo integran destacados académicos e investigadores de la Universidad de Chile, USACH y Universidad de Talca. La revista se distribuye también en Brasil, Argentina y México.

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Clínica Las Condes, desde su fundación y puesta en marcha (1982), ha mantenido un flujo constante de información al público sobre temas que le preocupan en el campo de la salud. En su revista se interesa por humanizar la medicina a partir de la propia casuística recogida por sus más de 220 médicos de planta, en su actividad clínica, de docencia e investigación en el último cuarto de siglo.

Docencia en Periodismo Científico Los cursos que se imparten en algunas escuelas de periodismo del país tienen hoy, en su mayoría carácter optativo. En 1996, por ejemplo, se dictaban las siguientes opciones: Universidad de Chile: Periodismo científico, obligatorio, un semestre en quinto año. Pontificia Universidad Católica de Chile: Evolución científica, obligatorio, un semestre. Universidad Diego Portales: Seminario de ciencia y tecnología, obligatorio, un semestre Universidad de Las Condes: Ciencia y tecnología contemporánea y comunicación, obligatorio, un semestre. (Este plantel se extinguió como tal). Universidad Bolivariana: Periodismo científico, electivo, dos semestres. Universidad Santo Tomás: Ciencia ambiental, obligatorio, un semestre. Universidad La República: Periodismo científico, obligatorio, un semestre. Universidad Bernardo O’Higgins: Periodismo científico I y II, obligatorio, 2 semestres. Universidad Uniacc: Periodismo científico y tecnológico, un semestre, obligatorio. Universidad Arcis: Problemática de la ciencia contemporánea,

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obligatorio, un semestre. Universidad Sek: Periodismo especializado, obligatorio, un semestre. Universidad Academia de Humanismo Cristiano: Periodismo científico, obligatorio, un semestre. Universidad Andrés Bello: Ciencia y Comunicación, optativo, dos semestres. Universidad de Concepción: Periodismo científico, optativo, un semestre. En el mismo año de 1996, los profesores de las asignaturas eran seis periodistas, dos doctores en ciencias, un ingeniero químico, un magister en ciencias y dos profesores de matemáticas y física. Entre los periodistas, dos de ellos tenían postgrados. Desde entonces hasta el año 2007, han dictado o dictan –entre otros- la asignatura las siguientes personas: ingeniero químico Rafael Gana, periodista Luz Márquez de la Plata y doctor Edgardo Cruz Mena (PUC); Julio Pozo y Noemí Miranda (UDP); Daniel Torrales A. (UCH, UCN), Sergio Prenafeta J. (UCN, UACH, U. Sek, UCH y UNAB); Caupolicán Catrileo (U. Las Condes), Willy Wolf Cubillos (U. de Chile, U. La República); Hugo Godoy León (USACH); Pablo Villarroel (UACH); Juan Costa Tramón (U. de Concepción); Sergio Letelier (U. Academia de Humanismo Cristiano); Eduardo Reyes Frías (Universidad de Viña del Mar); Manuel Ortiz Veas (UFRO); Sandra Arrese Jiménez (Uniacc); Maria Eliana Chong (Universidad Santo Tomás) y Bernardo Soria Ibacache (Universidad de Playa Ancha). En 1997, dos egresados de la escuela de periodismo de la Universidad de Santiago de Chile, Claudio Cancino Vicente y Roberto Cárcamo Catalán, bajo la guía del profesor Hugo Godoy León, prepararon su tesis final de la carrera preguntándose si la orientación académica de los cursos de periodismo científico que entonces se impartían en las universidades respondían a los hábitos y opciones de la población del gran Santiago. El propósito era interesante pero

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las conclusiones académicas resultaron débiles y subjetivas. No basta con solicitar a la dirección de cada escuela una copia del programa de la asignatura vigente, o entrevistar al académico, para luego deducir si la entrega de los contenidos es más teórica que práctica, o más vinculada al quehacer de la ciencia que del periodismo. Casi siempre el desarrollo de un curso excede con creces lo que indica el programa, está enriquecido con el diálogo que los alumnos logran establecer con los científicos (algo que es difícil calendarizar a priori) dentro o fuera de las aulas, con las visitas a centros de interés y con las propuestas que ellos mismos formulan, además de los temas nuevos que la dinámica misma de la ciencia y del país imponen cada día. Por otra parte, si no se ha asistido a algunas de las clases de los profesores analizados en calidad de observador, poca consistencia van a tener los cometarios que sobre su desarrollo se formulen. La tesis en comento, sin embargo, tiene una segunda parte donde encuesta a un universo variable de personas (386) sobre su interés o indiferencia por las informaciones científicas que entregan los medios de comunicación. Destaco el hecho porque representa el único trabajo que se ha ocupado hasta ahora por conocer a fondo el interés de la gente por el tema. En promedio, el 69.8% dijo haber escuchado o leído noticias o programas relacionados con los avances científicos o tecnológicos durante el último mes (mujeres 75.5%, hombres 63.1%); seis de cada diez encuestados expresó haberlos visto o escuchado en la televisión abierta (mujeres 68.8%, hombres 54.1%), cifras que contrastaron con la importancia relativa de diarios (5.5%), revistas (4.8%) y radios (1.8%). A aquellos que señalaron no leer y/o escuchar noticias vinculados con ciencia y tecnología, se les preguntó las razones. La respuesta fue: no le interesa (68.2%); son muy complicadas (15%); son muy aburridas (5.3%); son mediocres (?) (0.9%, solo hombres) y no tiene tiempo (10.6%).

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En 2007, un equipo del área de las comunicaciones de la Universidad Austral de Chile, dirigido por el profesor Pablo Villarroel, se adjudicó un proyecto Fondecyt destinado a examinar, en el curso de tres años, la percepción del público por la ciencia y la investigación científica en tres regiones del sur del país. El proyecto integra a profesionales de la sociología, estadística y periodismo, y está llamado a entregar antecedentes valiosos para –entre otras cosas- fundamentar políticas de acercamiento y aprovechamiento del conocimiento de la ciencia y la tecnología por el gran público. En el caso del trabajo realizado por los egresados de la USACH, las motivaciones que cada persona tenía para ver, escuchar o leer estos reportajes eran: por cultura general (43.6%), por entretención (29.8%), por razones de trabajo (1.5%) y por otros motivos (25.1%). Las áreas de mayor interés requeridas por el público eran medicina y salud (63.2% las mujeres, 27.7% los hombres), seguida a gran distancia por computación, ecología y medio ambiente y nuevas tecnologías. Las preferencias de los consultados estuvieron siempre más cerca de las ciencias naturales que de las ciencias exactas. Otras respuestas señalaron que el lenguaje utilizado en los reportajes era el adecuado (79.6%) y, algo importante, tres de cada cuatro personas señaló que ese material era producido por periodistas. Hasta el año 2007 se sostuvo que la investigación científica era “importante para Chile”, asumiendo que ese era el punto de vista generalizado del público, pero teniendo como base supuestos, presunciones lógicas y una buena dosis de lugares comunes. Una cosa es que la investigación científica y tecnológica aquí y en cualquier parte del mundo es un asunto de gran importancia, pero otra son las interrogantes que se nos plantean a diario, como por ejemplo: ¿Tiene alguna importancia “vital” para el minero, el campesino, el pescador o a la mujer temporera, que en Chile se disponga del 0.7% del PGB para hacer ciencia y tecnología?; ¿Puede cualquier em-

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pleado del sector público o privado identificar con facilidad a cinco científicos meritorios del país en áreas como genómica, algas, glaciares, física o matemática?; ¿Pueden los estudiantes de enseñanza media justificar qué beneficios le significa al país el hecho de que existan astrónomos chilenos observando cada noche el firmamento? Las preguntas pueden multiplicarse y las respuestas van a mostrar, en el fondo, una sola cosa: no hemos sido capaces de establecer un diálogo entre ciencia y sociedad, ni de reducir el desfase entre la sociedad y la comunidad científica. El analfabetismo científico yace latente e intocado.

La divulgación académica La preocupación del mundo académico por romper esta carencia de información sobre el quehacer local de la ciencia y la tecnología resulta más bien escasa. Durante los años ochenta, el economista Sergio Melnick realizó comentarios semanales en Televisión Nacional de Chile sobre algunos avances científicos realizados en el exterior y su relación con su especialidad, el tema de la Prospectiva. Publicó luego, junto a Jaime Ihoda y Jorge Melnick el libro “En Chile también hay Ciencia”, con el respaldo de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile. La obra (296 páginas, 1986) era una puesta al día sobre problemas contemporáneos en ciencias básicas con la colaboración de 18 autores nacionales, en especial sobre física, astronomía, matemática, estadística y computación. Destacada ha sido la labor asumida en el campo de la diseminación de la ciencia por el doctor Fernando Lolas Stepke, profesor de psiquiatría de la Universidad de Chile. Lolas escribió en El Mercurio, en La Época y otros medios, sobre temas de su especialidad y lo sigue haciendo sobre el sentido de la comunicación, el valor de nuestra lengua materna y el oficio del periodista. Algunos de esos

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trabajos se reunieron luego en más de una docena de libros, como “Ensayos sobre Ciencia y Sociedad” (1995), “Mas Allá del Cuerpo” (1997), “Oficio de Anotar” (2000), “Bioética y Antropología Médica” (2000), llamados a informar y orientar, sobre todo con la visión de un especialista con altas responsabilidades en el Programa Regional de Bioética de la Organización Panamericana de la Salud. En el primero de los libros señalados, examinó el tema “Dato y noticia. Observaciones sobre el periodismo científico”. En la página 123 precisó parte de su análisis: “En las instancias en que los periodistas se juntan con los profesionales de la ciencia o de otras disciplinas, se destaca el apremio con que los primeros deben trabajar. Sus editores esperan, lápiz en mano, las noticias para ajustarlas al impacto, al medio, a la audiencia. No tienen tiempo de profundizar, por muy interesante que parezca el problema. Necesitan llenar algunas líneas, decirlo todo en forma impactante y luego pasar a otro asunto. “Como ser todo esto verdadero –y ha de serlo, si se cree a quienes lo viven- se olvida que una noticia es, tanto como un dato, una creación. Es, con la misma información, un producto por completo diferente. Lo es no solo por la retórica que le anima, que es convencer y motivar a un lector indiferenciado y posiblemente limitado (que es como los periodistas imaginan a sus lectores). No solo por las palabras que debe emplear, o los procedimientos gráficos para comunicar. También, y especialmente, por los intereses que animan a quien fabrica noticias”. El doctor Fernando Mönckeberg Barros es otro académico que se ha preocupado por la divulgación de la ciencia. Antes de iniciar su tarea en revista “Creces” (que con el correr de los años dejó el soporte papel para constituir un interesante portal en la Internet), escribió

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un esclarecedor documento de anticipación para su tiempo: “Jaque al Subdesarrollo”, dirigido para todo lector y por cierto para todo periodista interesado en tomarle el pulso a los signos de los tiempos. Luego, en 1988, reunió a un grupo de investigadores del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos, INTA (al que dirigía), y publicó “La revolución de la Bioingeniería” (Mediterráneo, 185 páginas), y al año siguiente junto a otros catorce académicos e investigadores editó “Ciencia y Tecnología” (Editorial Universitaria, 225 páginas), con un espectro más amplio donde aparecen temas de educación, arte, tecnología, arquitectura, ética y ciencia, recursos del mar y un atisbo a los desafíos del futuro. Aparte de algunas colaboraciones esporádicas en la sección “Artes y Letras” de El Mercurio (Igor Saavedra, Jorge Allende, Alberto Costoya, Francisco Aboitiz, Manuel Krauskopf, Manuel Santos y no muchos más), y aportes igual de escasos en los medios regionales, los científicos chilenos no tienen el buen oficio de escribir para el gran público. Por lo general saben mucho de muy poco –por algo son expertos- pero no lo comparten o tienen dificultades para hacerlo. Rescato de este comentario la dedicación de la doctora en psicología Neva Milicic que tiene contrato con la revista de un matutino para referirse regularmente a temas de vida en familia. Pero en general, los ausentes son aquellos expertos que padecen de una suerte de endogamia intelectual que los lleva a vincularse solo con sus pares. Hay más: salvo excepciones, los Premios Nacionales de Ciencias resultan totalmente desconocidos para la gente. A muchos de ellos no se les conoce la voz. Un hecho lamentable. Una carta nuestra al director de El Mercurio (21/7/1990) reaccionó frente al mal aprovechamiento de los espacios dedicados a la ciencia, en pro de divulgar el conocimiento. En su parte medular la nota señaló:

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“En su edición del cuerpo E dominical, El Mercurio publicó un artículo a 12 columnas sobre la aspirina, cuyo nivel de lectura está destinado a expertos en bioquímica y fisiología. Recortado y colocado en algún diario mural de escuelas de pregrado en biología, puede motivar el interés por su lectura; sin embargo, las dos valiosas páginas que el diario concede al autor del texto generan el disgusto del neófito cuando se lo somete, sin explicación previa, a discernir –por ejemplo- sobre “el sitio activo de las ciclo oxigenasas y de los receptores de elcosanoides”, temas abordados latamente en el artículo”. …….. “No se trata de que la comunicación de la ciencia la hagan solo periodistas especializados. El diario tiene una larga experiencia en la que científicos y periodistas han sacado la ciencia a las calles para consumo del gran público que, en fin de cuentas, es el que financia la investigación por la vía de los impuestos. Lo que interesa es que el mensaje sea presentado de forma atractiva, sin fastidiar desde el segundo párrafo, sin abrumar con datos innecesarios, sin forzar la paciencia del interlocutor con demostraciones abstrusas que a la postre satisfacen el ego del que escribe, pero ahuyentan de la ciencia al lector común y corriente”. “Al final de cuentas, en este esfuerzo común por democratizar la creación científica hay espacio para todos, siempre que exista una inteligente gradación de los contenidos y no se confunda el escenario que ofrece un diario con el que exige una revista especializada”. A la semana siguiente el académico, autor del texto en comento, intentó modificar la lectura de un nuevo mensaje agregándole un glosario, el que debía ser consultado cada vez que aparecían términos nuevos y desconocidos por los lectores. Nos pareció que nuestro

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comentario no surtió efecto. Ese no es el camino para llegar al gran público a fin que participe en la aventura del conocimiento humano. Se suele criticar a los periodistas porque “son inexactos, superficiales e ignorantes y acostumbran a distorsionar la información ya que desconocen la ciencia”. Los más inflexibles defienden la postura que son los propios investigadores quienes deben divulgar la ciencia porque son los que producen la información y en sus manos yace el conocimiento. Sin embargo, escasean los científicos que puedan y se interesen en asumir directamente tales tareas. Llama la atención y preocupa no encontrar con facilidad a un escritor que combine conocimiento científico con sensibilidad e imaginación; que dedique tiempo y creatividad para escribir en forma no especializada sin que lo considere como una pérdida de tiempo, o que pueda, como Carl Sagan en su libro “La conexión cósmica”, recurrir a imágenes populares para expresar la accidentada evolución de las formas de vida en nuestro planeta. Otro tanto habría que reconocerle al físico británico Stephen Hawking. En el curso de los últimos años realizamos desde Achipec una experiencia valiosa. Acostumbrados a ser citados a conferencias de prensa y seminarios para transmitir los conocimientos de los expertos, propusimos invertir el proceso y pedirles un tiempo largo para que nos escucharan. Para que supieran en qué consiste la noticia para los periodistas; cuáles son sus atributos y exigencias; por qué muchas de las reuniones de los investigadores no constituyen noticia y porqué una larga entrevista aparecerá reducida a una imagen o siete segundos una vez editada. Primero en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y semanas más tarde en su similar de la Universidad de Santiago de Chile, no menos de 70 médicos, bioquímicos, farmacólogos y otros especialistas siguieron con interés nuestras exposiciones.

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Fueron jornadas donde a veces se escucharon adjetivos y epítetos duros aunque dichos en forma respetuosa, producto de malogradas experiencias vividas entre científicos y periodistas. ¿Por qué (algunos) periodistas son tan frívolos y sensacionalistas y solo persiguen el escándalo?, comentaban unos. La respuesta volvía en calidad de pregunta por parte de los periodistas: ¿Por qué algunos doctores se esfuerzan tanto para aparecer más bien como “dios-tores” frente al público? Esta experiencia resultó, a la postre, saludable para ambas partes y debiera tener un seguimiento permanente. Después de 31 años de realizar desde Achipec una sinergia casi semanal entre periodistas e investigadores y académicos, la medida adoptada nos ha resultado benéfica. Cada vez hay menos descalificaciones y portazos y las confianzas afloran desde ambos bandos.

La televisión para los médicos Lo que sigue desde entonces es materia más bien fresca para el testimonio y evaluación de sus actores. A la actividad propia de contar la ciencia por parte de los periodistas, comenzó a sumarse en la televisión el informe de médicos que muestran sus destrezas profesionales. La llegada de la conexión al cable, por su parte, rompió el esquema de trabajo del periodismo especializado local en materia de comunicación científica. El estilo, hasta cierto punto inmaculado y pulcro que tenía Hernán Olguín para transmitir desde dentro de un quirófano, dando a conocer una intervención quirúrgica “en directo”, se manchó abruptamente con chorros de sangre y con imágenes duras en los videos que se filman en las salas de emergencia, especialmente de los Estados Unidos, y que se transmiten en Chile como un producto comercial mas. Ya en 2004 el tema fue analizado en la Revista Médica de Chile (132: 881-885) por los académicos Juan Pablo Beca y Sofía P. Salas, en el artículo de la sección ética médica: “Medicina en Televisión:

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¿Un problema ético?”. Sostienen que “la presentación de algunos programas de televisión, en los que se muestran actos médicos con progresivo realismo, genera dificultades y problemas que son necesarios conocer y analizar”. Expresan luego que “a los médicos se les plantea el problema de un excesivo protagonismo al convertirse en ‘personajes públicos’, sujetos al escrutinio de los televidentes, tanto en sus aspectos profesionales y técnicos, como en otros de su vida privada. Se exponen también a la crítica de sus propios pares, que los pueden descalificar por el excesivo protagonismo que han logrado algunos de los médicos a cargo de estos programas”. Reconocen los autores que “el público puede en su hogar formarse expectativas irreales con respecto a la solución de sus problemas de salud, lo cual puede generar una dolorosa sensación de frustración y de inequidad en la distribución de los recursos de salud”. Luego enfatizan que “los intereses de la comunidad a la cual se desea educar o entretener no pueden estar por sobre el interés del paciente que participa en estas situaciones como ‘actor’ de estos programas. Por esta razón, es prudente que para cautelar los principios bioéticos universales, no todo lo que suceda en el ámbito del quehacer médico o en la intimidad de la relación médico-paciente sea mostrado por las pantallas de televisión”. Para Beca y Salas “la intimidad de los enfermos, sus historias personales, sus sentimientos y los de su familia, así como su propio cuerpo, merecen el máximo respeto”. Examinan luego el principio bioético básico de respeto a la dignidad del paciente y al consentimiento informado tanto de éste como de la familia para que su historia aparezca en la pantalla. Por eso, subrayan, “se limita mucho la libertad para otorgar un consentimiento cuando se ofrecen ventajas para el paciente, tales como rebajas en la cuenta, controles médicos sin costo u otras condicionadas a su aceptación para ser exhibidos en un programa de televisión”.

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En los últimos años los programas de televisión protagonizados por médicos se han multiplicado y, para muchos, se han “farandulizado”. El doctor Dante González, cirujano plástico, dijo a El Mercurio (29 de julio de 2007) que “los programas deben mostrar cirugías plásticas reparadoras y estéticas en una proporción que sirva para mostrar cómo es la especialidad. No se puede caer en mostrar sólo a la ‘modelito’, porque corremos el riesgo de frivolizar el tema”. Los propios médicos se muestran molestos con los programas de líos amorosos que presenta la serie “Grey`s Anatomy”, la omnipotencia del “Dr. House” y la soberbia de los personajes de “Nip/Tuck”. El doctor González dice que los protagonistas de esa serie de cirugía plástica son patológicos y actúan casi como delincuentes. Para el doctor Beca, se trata de programas que deforman la profesión médica. “Riesgo Vital”, “Cirugía de cuerpos y almas”, “Doctor Vidal, cirugías que curan” y “Hospital Clínico” conforman parte de los realities médicos de alto rating de la televisión chilena. Resulta curioso ver la brevísima participación de un (a) periodista-anunciador (a) entre una y otra sección de cada uno de esos programas. Rescatamos el trabajo de comunicación científica con énfasis en temas de la salud realizado por Patricia Espejo Freitas en Televisión Nacional de Chile, luego de una interesante y dilatada experiencia recogida en diarios y revistas. Dirige un equipo de colaboradores que produce una serie anual donde da tanta importancia a la producción foránea como a la que se genera en universidades y clínicas privadas de la capital. Con Patricia participamos en un seminario en Quito para dar a conocer nuestra experiencia en la comunicación de la ciencia y su contraste frente a actividades similares en la región. La especialidad como tal tiene también nuevos cultores en todos los canales, dentro o fuera de los programas de los departamentos

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de prensa. Destacamos entre ellos “Chile Extremo”, de Chilevisión, y “Frutos del País”, de TVN. Hasta la fecha la compra de material producido en el exterior resulta de más conveniencia que prepararlo en los propios canales. Se sigue utilizando material donado por las embajadas o adquirido a la BBC u otras agencias, las que se presentan con una breve introducción de un(a) periodista en off. La producción local sigue siendo escasa. “Tierra Adentro” es un programa que sale de ese marco. Recoge lo mejor de la sabiduría popular, las costumbres, la historia, el paisaje, el medio ambiente y la riqueza testimonial de la gente que está más distante de las luces de la pantalla. Su realizador y conductor en los 16 años que lleva en TVN y TVUC es el periodista UC Paul Landon, magíster en desarrollo rural de la Universidad Austral de Chile y consultor (1991) del Banco Mundial en el programa de comunicación multimedial para el desarrollo rural. Otros dos programas de difusión cultural con énfasis en las ciencias, más que de periodismo científico, son los que han realizado con gran éxito durante dos décadas en televisión Sergio Nuño (La Tierra en que vivimos) y los hermanos Francisco, Juan Carlos y Manuel Gedda (Al Sur del Mundo), en Televisión Nacional de Chile y la Corporación de Televisión de la P. Universidad Católica de Chile, respectivamente. Nuño es un realizador formado en la televisión inglesa (ThomsonBBC) y desde 1991 produce con su equipo interesantes documentales. Un periodista de Las Ultimas Noticias no trepidó en calificarlo como “el almirante de ese buque insignia de la biocultura”. Su trabajo ha integrado una visión del país real de uno al otro extremo, con énfasis en la historia, ecología, geografía, economía, diversidad de la biota, etnología, etc.. El tratamiento de la imagen, la narrativa, la descripción paisajística, el uso de los recursos materiales, etc. gana-

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ron pronto la credibilidad de la audiencia. Junto a Juvenal Niño, editaron (2003) tres tomos de su serie “grandes exploradores”: Darwin, Philippi y Almagro, con gran acogida de parte del público. Los hermanos Gedda Ortíz, encabezados por Francisco (1946), propietario de “Sur Imagen”, iniciaron en 1982 la producción de la serie sobre valoración y conservación del patrimonio natural, la que desde 1986 se distribuye también en México, Canadá, Francia, Alemania, Bélgica y Holanda. Francisco estudió ingeniería eléctrica, informática y fotografía y actualmente dirige la escuela de Cine en el Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. De los más de 160 documentales producidos, retenemos algunos de gran impacto: La última caravana del Desierto; Los cazadores del fin del mundo; Tradiciones y hierbas medicinales; Medicina tradicional araucana; Aguas termoandinas; El bosque chileno y sus habitantes; Antártica, última frontera de la humanidad y Magia vegetal en México y Chimbarongo.

SIDA: crónica de un tema festinado Las primeras informaciones sobre el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, Sida, las publicó revista Creces en noviembre de 1983, en un artículo que tituló “Sida: implacable con los homosexuales”. Al finalizar el texto anotaba: “A mediados de octubre (1983) trascendió que ya habían dos casos confirmados en Chile”. Lo que en un comienzo fue calificado como “tema de homosexuales”, comenzó a ganar espacio en todos los medios, sobre todo cuando precisamente un homosexual chileno de buena situación económica y su pareja decidieron hacer un “viaje de placer” a Nueva York, importando de vuelta el virus al país (Carmona y del Valle, 2000). Por su parte, en la Revista Médica de Chile (1985: 113:772-779) se describió, tiempo después, el primer caso de Sida en el país.

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Instalada la enfermedad en Chile en 1984, con seis casos distribuidos en las regiones V, VIII y Metropolitana, surgió interés para dar cobertura a las implicancias científicas, sociales y humanas del problema. En tal propósito, los periodistas que cubrían el sector salud con base en el Ministerio, la Subsecretaría o las secretarías regionales ministeriales respectivas, acudían diariamente a informarse de nuevos casos de personas portadoras del VIH, llegando en algunos momentos a polarizarse en aspectos sensacionalistas, banales y hasta morbosos de la vida y costumbres de los pacientes. Se perdió, entonces, un tiempo valioso para motivar a la comunidad sobre aspectos preventivos en torno al mal. En la primera conferencia internacional de ministros de salud, convocada con urgencia por la OMS en Ginebra para estudiar el impacto de lo que amenazaba con llegar a ser una pandemia causada por el VIH Sida, el único país que no reportó caso alguno de la enfermedad fue Chile, representado por el titular de la cartera de Salud. Su discurso llamó profundamente la atención ya que, cifras más o cifras menos, todos los países contaban con muertos, con enfermos o portadores en su población. Chile los ocultó de manera oficial. Achipec reaccionó frente a esta situación y sus miembros, en sus respectivos medios, comenzaron a tratar de poner las cosas en su lugar. En el plano técnico, se revisaron 2.198 informaciones contenidas sobre el tema Sida entre 1986-1989, universo correspondiente al 96% de todo cuanto se había publicado hasta el momento en la “gran prensa” (diarios y revistas) con circulación nacional. La revisión de ese material entregó interesantes conclusiones que justificaron la hipótesis de trabajo inicial: gastamos tiempo, espacio, creatividad y por que no buena dosis de talento al informar sobre cuestiones secundarias, triviales y adjetivas del problema, dilapidando así una oportunidad valiosa para actuar preventivamente, sobre todo con las poblaciones de alto riesgo.

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Del universo analizado, el 27.7% se refería a la aparición de casos nuevos; el 25.2% a prevención (sobre todo en otros países, no en Chile); el 9% a temor y rechazo a los enfermos y el 7.2% a avances en investigación científica. El 30% restante era un reguero de asuntos controvertidos y desorientadores sobre aspectos clínicos, niños infectados, política, economía, posición de la iglesia católica, vacunas y drogas (sin efectividad alguna), legislación, inmunología, hemofilia, testimonios personales, etc. En el lapso estudiado, la información se canalizó preferentemente a través de los diarios La Tercera (21%), Las Ultimas Noticias (18%), La Cuarta (14%) y El Mercurio de Santiago (14%). Los tres primeros editaron durante los cuatro años en estudio una serie de suplementos informativos y folletos sobre el Sida, utilizando tanto material foráneo como producciones propias en colaboración con especialistas del país. La buena calidad de este material, su alto contenido didáctico, su apego a la verdad científica pero también al nivel del entendimiento del lector, no encontró el eco deseado en las autoridades de salud y en las empresas potencialmente auspiciadoras. El hallazgo del tema por parte de los periodistas se hizo de manera paulatina. El primer problema que se presentó fue tratar de explicarle al público la naturaleza biológica y, más preciso aún, inmunológica del problema. Se utilizaron amplios espacios con fotografías y dibujos a color sobre la naturaleza del virus causante del mal, su estructura molecular (¿podría ser de interés para el público lego?); los distintos tipos de linfocitos y sus características –ya de por sí difíciles de imaginar- y a los que se denominan solo con letras. El grado de abstracción de los relatos confundía antes que clarificaba el panorama del lector promedio. Este afán de tratar de explicar todo lo que ocurría dentro de la célula infectada por el VIH, se hizo aún más complejo en algunos progra-

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mas de televisión realizados en la misma época de este análisis. Uno de los primeros fue preparado enviando a un equipo periodístico a Alemania, donde se entrevistó a un científico sobre la naturaleza del virus y lo que ocurre una vez que se replica dentro de la célula. Todo ese contexto de suyo farragoso entre bioquímica, unmunología, genética, histología y fisiología fue traducido al español y entregado al público en un publicitado programa nocturno. La primera impresión que produjo entre los periodistas de Achipec fue que el nivel de captación entre la teleaudiencia fue escaso, y para comprobarlo, se hizo una prueba con estudiantes de la carrera de bioquímica de una Universidad, a los que se les mostró el mismo programa en hora de clases. Más de la mitad de los jóvenes no distinguió con claridad el contenido del mensaje y, por el contrario, consideró que con ello se contribuía a oscurecer antes que a clarificar lo que realmente era necesario: conocer lo esencial de la enfermedad, sus riesgos y sobre todo su prevención. El camino de la teleclase, de la información inmunológica a distancia, no tardó en ser abandonado. Los propios científicos informantes quedaban inquietos porque sus explicaciones –a veces entregadas por escrito para facilitarle la tarea al redactor- no quedaban lo suficientemente claras. A los periodistas, en cambio, les asistía muchas veces la duda sobre el grado de información que tenían los expertos sobre el tema, ya que en los seminarios y coloquios que fueron cada vez más frecuentes, se advertían diferencias de opinión profesional frente al abordaje del tema. El público no tardó en tomar distancia frente al cúmulo de informaciones, por considerar que era un tema difícil, cuando no imposible de comprender. Lentivirus, retrovirus, linfocitos T, células helper, cápside, ARN mensajero, ADN retroviral, respuesta inmune, transcriptasa reversa, core, membrana lipídica, sarcoma de Kaposi, test de Elisa, etc., fueron conceptos lanzados como una catarata de ideas

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y abstracciones, sin que mediara decodificación alguna del mensaje. Total, era la opinión recibida de los pocos expertos que se atrevían a hablar. La abulia, que ya estaba latente por tanta información científica inasequible de internalizar, pasó a constituir fastidio y pánico. Del periodismo científico, involuntariamente, de buena fe, se pasó al terrorismo científico. Estos y otros problemas estuvieron presentes en el seminario que realizó Achipec en La Leonera, oportunidad en la que hubo consenso no ya sobre la necesidad sino la urgencia de poner en marcha campañas oficiales de prevención del síndrome. En uno de los interesantes debates que allí se produjeron, una periodista de Las Últimas Noticias dio a conocer el rechazo que encontró en su editor cuando le cupo entrevistar al doctor Ronald Saint John, encargado del Programa Sida de la Organización Panamericana de la Salud, de visita en Santiago. Respecto de la prevención, Saint John subrayó la importancia del uso del condón para evitar el contagio, lo que la reportera destacó en su crónica. El editor rechazó el uso de la palabra condón por considerarla “inapropiada”. Su reemplazo por profiláctico o preservativo tampoco fue aceptado. Hasta entonces ninguno de esos términos había sido utilizado en las informaciones de los tres diarios capitalinos de la empresa El Mercurio. No obstante, poco tiempo después apareció un aviso pagado a página y color en la revista dominical del matutino, destacando la calidad de los condones en venta en las farmacias. El término hizo entonces su ingreso al léxico mercurial previo pago del peaje de un aviso de alto costo. La comunicación sobre el tema Sida fue un blanco gratuito para que muchos medios hicieran sensacionalismo. Convengamos que los tres grandes temas del sensacionalismo son el sexo, el dinero y la muerte, y no en sus formas estadísticamente frecuentes sino en ver-

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siones transgresoras que “van más allá”, al menos cuantitativamente, por lo que significa la ruptura de las normas. En algunos casos la información sobre el tema en comento llegó a extremos. La Tercera (15 de febrero de 1989) afirmó que un enfermo de 23 años con VIH Sida, estudiante de medicina en la capital y desahuciado por los médicos, “sanó con remedio naturista” recetado por un iriólogo. El mismo diario había recogido (14 de septiembre de 1987) las afirmaciones del “genetista y naturólogo Miguel Dencil” respecto a que el Sida era una inmunodeficiencia heredada y no adquirida. El diario calificó el hecho como “una revolucionaria tesis sostenida por un chileno en torno al Sida”. Semanas después de tal anuncio el paciente falleció. El estilo, el uso del idioma y la forma de titular las crónicas fueron motivo de análisis y discusión en las reuniones de Achipec. El diario La Cuarta, entre noviembre y diciembre de 1987 publicó varias notas sobre el avance de la enfermedad. El 6 de noviembre tituló: “Enfermos aparecen por todos los lados. ¡Otro colibrí con SIDA apareció en Concepción!”. Dos días después anunció: “Terminaron potentes seminarios sobre el mal. Mejor barrera contra el Sida es menos zapateo en la nuca”. En esa misma línea denunció el 18 de diciembre: “Le piden por favor que chante la moto. ‘Prosti’ cargada al Sida deja la escoba en el sur”. Sin embargo, la “guinda de la torta” estaba por llegar. El 3 de abril de 1988 se dio a conocer una entrevista realizada al doctor Alan Percival, profesor de bacteriología y jefe del Departamento de Microbiología de la Universidad de Manchester, quien participaba como invitado especial del trigésimo segundo congreso de cirugía que se realizaba en Santiago. La Cuarta tituló la entrevista señalando: “Científico contó toda la papa. No hay vacuna contra temible SIDA porque ataca por atrás”.

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La droga del sensacionalismo embota la sensibilidad y pide aumento de dosis, y la ciencia provee con frecuencia nuevos medios a la transgresión. El titular: “Arrienda su útero por un millón de pesos”, sin duda que reúne los tres ingredientes antes señalados, pero una cosa es tener una dosis de gracia para interesar al público, y otra es hacer del periodismo un ejercicio burdo y cotidiano de ramplonería. El tema motivó en 1998 un análisis en profundidad de parte del periodista Juan Ugalde Ramos en su tesis “Titulares humorísticos de portada del diario La Cuarta que banalizan y distorsionan la información”, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago de Chile. El capítulo Sida ha interesado también a los alumnos que realizan sus trabajos de egreso en las carreras de periodismo. Por ejemplo, en 1995, Carmen Bórquez (Facultad de Comunicaciones PUC) produjo dos tesis sobre “Análisis estructural de los spots televisivos de las campañas de prevención del Sida”, y en 1997, “Sida en Chile: a trece años de su aparición”. Ese mismo año, Jessica Henríquez de la Fuente realizó el “Análisis de las campañas chilenas en televisión en torno al Sida a partir del concepto psicoanalítico de arquetipo” (Escuela de Periodismo USACH). En 2002, la egresada D. Messina, de la Universidad Diego Portales, preparó la tesis “Mujeres viviendo con Sida: la voz femenina del Sida”, en tanto Luciana Lechuga Valencia (Escuela de Periodismo, Universidad de Chile), concluyó su carrera en 2002 con la tesis “Las esposas del Sida. Chile en alerta. La epidemia se feminiza”. No son todos los trabajos registrados en relación al tema ya que la veta motivacional sigue abierta. En 2007, el informe de ONUSIDA sobre la pandemia señala que 33,2 millones de personas viven con la enfermedad en el mundo y que 2,1 millones morirán el presente año por esta causa.

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Décadas de grandes cambios La edad que tiene Achipec coincide con una etapa de tremendos cambios tecnológicos, los que hemos vivido con menor o mayor intensidad. Muchos de nosotros preparaba aún sus artículos en máquinas de escribir, cuando comenzó a aparecer el fax, el correo electrónico, el ahora obsoleto walkman, el CD, la tarjeta de crédito, los teléfonos celulares, la biotecnología, los animales patentados, los organismos transgénicos, los cajeros automáticos, el horno microondas, el código de barras, el convertidor catalítico. Pero también irrumpían la resonancia magnética nuclear, los superconductores, la litotricia (romper cálculos con ondas de choque), la medicina con láser, la infografía, la piel artificial, la fotografía sin rollo, la fotocopia a color, las videocámaras, el programa Genoma Humano y el uso del ADN para resolver problemas de paternidad. Y atención: todo estos fueron solo aportes de los años ochenta, surgidos mientras aprendían a dar sus primeros pasos los profesionales que en 2007 se titularon en las universidades. La década siguiente supo del DVD, la clonación de la oveja Dolly, el hallazgo del sexto y último quark constitutivo de la materia; la realidad virtual, el centenar de planetas extraterrestres, la física de la materia condensada, las endoscopías remotas, el observatorio astronómico de cerro Paranal y el anuncio del proyecto ALMA (Atacama Long Milimeter Array), la nanotecnología, las teorías del caos y de las cuerdas y, más concretamente, la extracción de la vesícula biliar a través del ombligo (colecistectomía laparoscópica). Los teléfonos celulares se achicaban y revolucionaban las comunicaciones y las privacidades, las pantallas de los televisores se aplanaban y las guerras y conflictos comenzaron a transmitirse en vivo y en directo hasta nuestros hogares.

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La oveja Dolly –para muchos aún una curiosidad- fue la protagonista de una tremenda revolución pacífica. La gran noticia fue justamente el descubrimiento de que una célula somática diferenciada podía ser reprogramada al estado inicial para volver a ser totipotente. Si aquello ocurría en un ovino (mamífero), el próximo paso podría ser la clonación humana. La bioética comenzó entonces a inquietarse y a levantar su voz. ¿Cómo internalizamos todos estos y otros cambios y ayudamos al público para que los entendiera? ¿Qué es lo que realmente estaba cambiando: los materiales, las técnicas o los paradigmas mismos de la sociedad de fines del siglo XX? ¿Nos dimos cuenta de ello, pudimos comentarlo en nuestros medios y lo asumimos? Pero comunicar la ciencia al público no es solo tarea de los periodistas. Otro de los caminos para divulgarla conduce a los nuevos museos. La apertura del Museo de la Ciencia y la Tecnología, en el recinto de la Quinta Normal, atrajo la atención de los visitantes porque erradicó el nada simpático aviso de “prohibido tocar”, cambiándolo por la didáctica invitación de “toque (interactúe) todo lo que quiera”. El Museo Interactivo Mirador (MIM), tiempo después, desarrolló esta idea con más fuerza y presupuesto oficial, constituyendo hoy un importante foco de diseminación amigable del conocimiento, sobre todo para los estudiantes y las familias de la zona central del país. El cine y las obras de teatro pueden ser también un excelente medio donde canalizar información científica. Por ejemplo, el Teatro de la Universidad Católica de Chile presentó en Santiago, en octubre de 2004, la obra “Copenhague” del escritor, columnista, periodista y dramaturgo inglés Michael Frayn. Tres destacados actores nacionales: Francisco Reyes como Heisenberg, Arnaldo Berríos como Niels Bohr y Delfina Guzmán en el papel de Margrethe, tuvieron la res-

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ponsabilidad de comunicar una disciplina –la física- a la cual personalmente confesaron haber tenido aversión. La coordinación general de la obra estuvo a cargo del doctor Ricardo Ramírez, decano de la Facultad de Física de la PUC, y de Iván K. Schuller, profesor de física de la Universidad de California, en San Diego. Esta obra, como todas las de Frayn, tiene fuerte carácter político y busca extraer un conocimiento más profundo de la condición humana. Casi al finalizar el primer acto de Heisenberg, por ejemplo, el diálogo había interesado al público con el tenor siguiente: Heisenberg: Otto Hahn quiere matarse, porque él fue quien descubrió la fisión y sangre en sus manos. Gerlach, nuestro viejo coordinador nazi, también quiere morir porque sus manos están vergonzosamente limpias. Ustedes lo hicieron, construyeron la bomba. Bohr: Si. Heisenberg: Y la han usado en un blanco vivo. Bohr: En un blanco vivo. Margrethe: ¿Estás sugiriendo que Niels hizo algo malo al trabajar en Los Alamos? El programa que suele repartirse a los asistentes de la obras de teatro no excede las cuatro páginas. El de Heisenberg, en cambio, fue un libro de 126 páginas: incluyó el texto completo del diálogo y agregó información sobre mecánica cuántica y un glosario de términos para continuar la lectura en la casa. Todo un gran esfuerzo de preparación con un resultado exitoso, que contó con el apoyo del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes del gobierno de Chile (Fondart) y auspiciadores del sector público y privado. Demos un salto del teatro a la sala de clases. En 2003 y por iniciativa conjunta de la Academia de Ciencias, la Universidad de Chile y el Ministerio de Educación, se puso en marcha un interesante programa sobre “Educación en Ciencias Basado en la Indagación” (ECBI), a

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cargo de los académicos, doctores Jorge Allende R. y Rosa Devés A. Hoy se extiende experimentalmente a algunos colegios de la Región Metropolitana, IV, V y VIII regiones, donde se busca generar en niños y niñas de educación básica “la capacidad de explicarse el mundo que los rodea, utilizando procedimientos propios de las ciencias”, empleando para ello un enfoque sistémico y con una intervención a nivel de currículo, desarrollo profesional, materiales educativos, evaluación y participación de la comunidad. La idea central es que trabajen en conjunto científicos y comunicadores. Tan importante iniciativa ha recibido el apoyo de las academias de ciencias de los Estados Unidos a través del National Sciences Resources Center, como de la Academia de Ciencias de Francia, y luego de cinco años el modelo de intervención comienza a ser replicado también en comunidades de Perú, Argentina, Venezuela y Bolivia. En enero de 2008 visitó Chile un grupo de destacados científicos estadounidenses, entre ellos el Dr. Bruce Alberts, presidente de la National Academy of Sciences quien dialogó con los periodistas sobre el impacto de la educación en la comunicación de la ciencia. En la oportunidad ponderó las virtudes del programa ECBI cuyos resultados conoció en terreno y lamentó que tan valiosa iniciativa que pone en Chile en una situación de liderato continental en el campo de la indagación, sea tan poco conocida en el propio país. “Se habla más de él fuera que dentro de Chile”, sostuvo Alberts.

Nuestra deuda con la tecnología El análisis de las tareas realizadas por Achipec nos llevó también a estudiar (1986) qué habíamos hecho dentro de la divulgación de las tecnologías. El resultado nos dejó un saldo en contra que hasta la fecha muy pocos han podido revertir. ¿Qué fue lo que dejamos de hacer?.

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Faltó una información que planteara y cuestionara la falta de autonomía de las decisiones referentes a la tecnología; la desinformación en que se encontraban muchos empresarios, especialmente pequeños (Pymes), que al carecer de conocimientos técnicos estaban en una actitud de dependencia de los proveedores extranjeros de tecnología, asesoría técnica, metodologías de trabajo, equipos, bienes intermedios e incluso de las materias primas esenciales. Faltó una información que indagara –con la opinión de expertos- el contenido tecnológico de los proyectos de inversión que se producen a través de la asistencia técnica extranjera, los que suelen ser determinados por asesorías foráneas. Esto mismo nos debió conducir a preguntar hasta dónde las compras de bienes y servicios a determinados proveedores o países no estaban sujetas a créditos atados que comprometían todavía más la dependencia como país. Faltó una información clarificadora respecto a lo que hacía el país para fortalecer la capacidad tecnológica dentro y fuera del sistema productivo; el funcionamiento y la calidad de los servicios prestados por los sistemas nacionales de información y difusión tecnológica. Que explicara de qué forma funcionaban -sincronizadamente o noun sistema nacional de información tecnológica; las universidades; el organismo que registra, evalúa y aprueba las inversiones extranjeras y el crédito externo, los organismos que administran la asistencia técnica internacional y los que aprueban la instalación y expansión de las industrias. Faltó una información que abriese un debate informado y de fácil entendimiento sobre la capacidad del sistema productivo para seleccionar las tecnologías más adecuadas –es decir la capacidad científico tecnológica interna-, así como la capacidad de los organismos del Estado para asesorar al sector productivo para buscar, evaluar y asimilar la tecnología foránea. Que indagara y tradujera en cifras de

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alcance general aquellos ejemplos de transferencia costosa y poco efectiva de tecnología que Chile conoce, así como los ejemplos en contrario en los que el país pudiese haber salido ganancioso. Faltó una información que mostrara ejemplos de creación de tecnología nueva para aprovechar los recursos naturales con que cuenta el país, destacando su valor social, económico y laboral. Que expusiera los aspectos positivos y negativos de lo que se ha dado en llamar tecnologías intermedias, y orientase a la comunidad interesada sobre si realmente por ese camino no se tendía más bien a perpetuar que a superar el atraso. Faltó una información que indagara si realmente las universidades se interesaban por auscultar los problemas tecnológicos que frenan nuestro desarrollo, con el fin de ofrecer las soluciones viables. Del mismo modo, si el sector productivo creía en las soluciones que pudiese haberle entregado el talento que se supone reside en los claustros, o más bien le dio vuelta la espalda, desconfió y buscó las soluciones probadas, rápidas pero siempre onerosas (llave en mano) que proceden del exterior. Faltó también una información que examinara objetivamente cuántas de las soluciones tecnológicas gestadas en las universidades o fuera de este ámbito, llegaron finalmente transferidas a usuarios terminales como pueden ser los pescadores, pequeños industriales, artesanos, agricultores, mineros, campesinos u otros sectores productivos. En forma paralela, cuántas de esas soluciones terminaron siendo patentes. Y en fin, informaciones que hicieran conciencia crítica en aspectos que jamás se tocan, tal vez porque salen del círculo material de la tecnología: decir con toda objetividad que el tema amerita, que lejos de ser un instrumento de liberación humana y social, de autonomía

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individual y de autorrealización, la tecnología, tal como se expresa en diversas prácticas profesionales, representa también una poderosa arma de control político y económico sobre las personas en la sociedad actual, asumiendo tantas veces la función de legitimar la dominación política y la explotación económica. Si bien el rubro “tecnologías” carecía de notas relevantes y era el pariente pobre de la divulgación científica, en los últimos años fue colonizado “a saco” por la publicidad y el comercio, especialmente en el rubro de las telecomunicaciones. Hoy los comentaristas hablan una jerga especial que carece de traducción y hasta abusa de las siglas: CDs, BB Connect, Wi Fi, MP3, MP4, LCD, DVD/RW, memorias expandibles, cuatribandas, Web TV, etc., a tal punto que el afán mercantil terminó por encubrir el tema al presentar comentarios solo sobre las últimas novedades y marcas del mercado, sin adentrarse en abrir el diálogo público que nos falta sobre el significado de esta nueva forma de colonización, que es también una forma de imposición cultural. Sobre todo ante un país como el nuestro que ha generado el cambio mayor en apertura al exterior de América Latina, sobre la base de tratados de libre comercio, y por lo tanto es el que tiene sus puertas más abiertas para la entrada de lo que algunos califican como “la modernidad”. Los inicios del siglo XXI están marcados por el auge del blog (cada segundo en el mundo nace uno nuevo), lo que ha llevado a acuñar el término “periodismo ciudadano” o “periodismo 3.0”, lo que significa que millones de usuarios ofician como periodistas y de alguna manera hay que buscar los caminos para entenderse con ellos. A fines de septiembre de 2007, por otra parte, se anunció el salto a la pantalla de “Chile Tecnológico” (www.emol.com/tecnologia/ tv), que había iniciado sus actividades en 2004 como parte de las publicaciones especiales del diario El Mercurio de Santiago. ¿Qué comenzaba a pasar en los medios y entre los periodistas?

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Irrumpe el Periodismo Digital A fines del siglo XX apareció la Internet y la dinámica de los medios de información masiva sufrió un remezón de proporciones: en un solo formato se juntaron televisión, radio y prensa en lo que se dio en llamar periodismo digital (PD). A la secuencia histórica del periodismo ideológico (aproximadamente hasta los años 20 del siglo pasado), luego del periodismo informativo (post II Guerra Mundial) y a posteriori del periodismo de explicación, se sumó ahora un periodismo global. Hoy ya existen grupos de reporteros que se autocalifican de “digitales” y programas de postítulo en algunas universidades que ofrecen y certifican la especialización. No pretende esta monografía analizar en detalle cómo funcionan el periodismo electrónico o PD, y el periodismo en línea o en Red cuyo concepto clave es el hipertexto. Lo sustantivo es que el llamado PD no es una nueva forma de hacer periodismo sino, más bien, constituye el retorno a la esencia del oficio, a la del periodismo clásico. Lo que hace la Red es obligar a los periodistas a volver los ojos hacia las bases históricas de la profesión: la investigación, la claridad y la brevedad, la contextualización y el manejo de múltiples fuentes para presentar todas las caras de la moneda (Sánchez, 2007). El PD obliga a los reporteros a recordar que su trabajo no puede quedar en el simple registro y, en cambio, debe avanzar en la búsqueda constante de la verdad, o mejor, de las múltiples verdades que puede tener un hecho. Hay más: la inmediatez de la Red permite ir puliendo la versión final de un texto a través de múltiples versiones que dan cuenta del desarrollo mismo de los acontecimientos Esto tiene para el periodista científico una exigencia perentoria: distinguir entre hechos y opiniones, sobre todo en áreas como las ciencias sociales donde la postura ideológica del investigador fluye sin reservas, algo que carece de relevancia en el trabajo cotidiano del matemático, el

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astrónomo o el bacteriólogo. Hemos postulado como nuestra, en múltiples oportunidades, la tarea de sacar la ciencia a las calles. El conocimiento científico no tiene dueño (el tecnológico si), sino que es patrimonio común de la humanidad. Pero la ciencia no puede quedar “botada” en las calles al no existir quien se interese en aprovecharla, en internalizar su mensaje íntimo. Hay allí una responsabilidad -de los medios, de los periodistas, de la educación- para que los lectores, auditores, telespectadores e internautas reciban una información completa y estimulen su respuesta como un derecho de todos a manifestarse. La ciencia y la tecnología tienen a menudo razones para el disenso, y el periodista debe estar atento para acogerlo, elaborarlo, consensuar respuestas desde la comunidad científica y responderlo. En el PD se cumplen todas las reglas de la profesión como el rigor, la investigación o el respeto a las fuentes, aunque cambian algunos aspectos de forma. La Red simplemente modifica las fórmulas de expresión e incluso revoluciona el modelo más primitivo: la escritura. Nuevos mecanismos textuales se imponen con el propósito de alcanzar una lectura más clara, cómoda y casi intuitiva (Echaluce, 2007).

Epílogo Achipec tuvo durante muchos años como domicilio el de Canadá 308, Providencia, la sede de Conicyt. Sus sucesivos presidentes -en dictadura y en democracia- dieron toda clase de facilidades para que los periodistas se sintieran allí como en su propia casa. Pero hubo una excepción. Cuando asumió la Presidencia de la República Ricardo Lagos Escobar, designó al ingeniero matemático doctor Eric Goles Chacc como titular de Conicyt. En la Asociación acordamos ir a saludarlo y a ofrecerle nuestra desinteresada colaboración insti-

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tucional para el trabajo que estaba por asumir. Pedimos la entrevista, la reiteramos varias veces y con creciente insistencia, pero durante los seis años que siguieron de su desempeño jamás se nos recibió. Resultado: los periodistas nos alejamos de la institución cuyo presidente nos cerró las puertas de un organismo del Estado en cuyo estatuto se lee, como una de sus tareas, la divulgación de la ciencia y la tecnología. Nadie entendió las razones de este distanciamiento con los periodistas que cubrían el área de las ciencias, toda vez que él asumió durante el sexenio la conducción de un programa de divulgación de la ciencia y la tecnología en Televisión Nacional de Chile. El gesto nada amable del titular de Conicyt dista del que ha tenido otro organismo del estado, la Iniciativa Científica Milenio, ICM, que en los últimos cuatro años ha organizado ciclos de conferencias públicas de sus investigadores y ha financiado la organización de cuatro encuentros nacionales de Periodismo y Ciencia, para alumnos de carreras de periodismo, periodistas en ejercicio y científicos jóvenes en Santiago, Temuco, Bosques del Mauco (Curacaví), y Valle Dorado en Villa Alemana (2007), con el respaldo de Achipec. Ha destacado en todos ellos la participación del investigador de la Universidad de La Frontera Eugenio Vogel. Físico y divulgador en el Diario Austral de Temuco, Vogel dedica parte de su tiempo a labores didácticas en colegios de la zona para “llevar la ciencia al escenario” y generar amistades hacia el conocimiento, tanto entre profesores, alumnos como entre el público. Hay más: ICM recomienda que en los centros de excelencia (institutos y núcleos científicos) que financia, existan unidades dedicadas a informar y divulgar lo que se logra con el conocimiento nuevo que en ellos se gesta. En tales unidades trabajan hoy periodistas que se especializan en la comunicación de las ciencias. Pero nos falta aún mucho camino por recorrer. Los congresos y encuentros realizados por Achipec han finalizado siempre con de-

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claraciones llamando a las universidades a fortalecer la formación de los periodistas para comunicar la ciencia, y a los gobiernos a incrementar el financiamiento para las investigaciones y programas de postgrado. En mayo de 1984, en la revista Creces escribimos un editorial pidiendo más espacio para la ciencia. Dijimos: “En cosa de algunos meses han desaparecido suplementos y secciones tradicionalmente dedicados al comentario y la divulgación de la ciencia, para dar más espacio a cuestiones ideológicas. La actividad científica y tecnológica siempre ha sido venida a menos en los medios de comunicación: se la ha festinado por ignorancia, se le ha exigido pagar el peaje del sensacionalismo. Ahora prácticamente no queda nada de nada, e incluso los periodistas que con su esfuerzo escogieron los senderos de la medicina, ecología, ciencias básicas u otras, yacen cesantes”. Más adelante precisamos: “Se dice –a nuestro entender con mucho de frivolidad- que ‘el gran público’ no quiere ni entiende la ciencia. Que está tan abrumado con sus problemas que no desea agregar nuevas interrogantes a su vida. Quienes así hablan a nombre de una comunidad que desconocen, reducen a una simple caricatura el quehacer y el horizonte de los creadores científicos. Y en esa miopía cultural, que a la postre aletarga el ascenso del hombre, se termina por aislar una vez más a la comunidad científica, sus laboratorios, clínicas, museos y a quienes con su nexo de comunicación –y muchas veces de justificación- la vinculan con la sociedad”. Ningún científico reaccionó abiertamente a nuestro editorial, a no ser los miembros del Consejo de la revista. Y eso ha sido una constante: pocos son los que muestran su adhesión pública y activa por estas causas; pocos son también los que asumen otro interés que el de su propia capilla. En estos más de treinta años de vida de Achipec, hemos defendido la actividad de los científicos sin que nadie nos lo

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solicitara y solo porque nos pareció una causa justa para el bien y desarrollo de Chile. En dicho lapso hemos quebrado lanzas pidiendo más presupuestos para sus investigaciones y hemos condenado la fuga de cerebros por las razones que fuere. Pero como en el verso de Pezoa Véliz, “tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada”. En diciembre de 1986, Creces publicó los resultados de un nuevo congreso de Achipec, al que invitamos a destacados investigadores como panelistas. Decía su título y bajada:

PREOCUPA A PERIODISTAS EL DETERIORO DE LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA EN EL PAÍS El consenso de los científicos convocados por Achipec es que la ciencia no va a ninguna parte en Chile, y que, por lo mismo, urge tomar medidas revitalizadoras de este quehacer, así como crear cátedras destinadas a formar a los reporteros en el periodismo científico. Nuevamente, salvo escasas excepciones, el eco de aliento nunca se dejó escuchar de parte de los científicos. El 18 de marzo de 1987 salió a circulación el esperado diario “La Epoca”, en medio de controversias para que se realizaran en Chile elecciones libres. Diario pluralista, profesional e independiente, abrió esperanzas porque aparecía para renovar el periodismo del país. Desde el primer número hubo un espacio para la nota científica. El día inaugural dijo: “Se tomarán estrictas medidas para evitar se propague la fiebre aftosa en el país. Cinco mil cabezas de ganado serán sacrificadas en la zona afectada”. Y eso no era todo: “Seis

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nuevos casos de Sida están bajo investigación. El doctor Daniel Villalobos aseguró que el Sida en Chile no es grave”. Pero en su página 22 daba una noticia de hondo pesar: “Un viejo catedrático ha muerto: Juan Gómez Millas”, el humanista que abrió a la ciencia los caminos de su desarrollo en la Universidad de Chile. La vida de La Epoca fue más bien efímera, pero cumplió con su propuesta. Mantuvo una tribuna permanente en defensa de muchas causas, entre ellas la del medio ambiente, y se interesó por la situación de la ciencia y la tecnología en las universidades y, más aún, por la vida y la suerte de quienes allí trabajaban. Pero por sobre todo, acompañó los esfuerzos para que Chile volviese por los cauces de la libertad y la democracia. El crecimiento en número de las escuelas de periodismo (53 programas en 36 universidades en 2007, algunas incluso con régimen vespertino), no ha tenido relación con la apertura de cátedras, talleres o seminarios relacionados con la comunicación de la ciencia. En 2003 había catorce escuelas de periodismo que contaban con alguna actividad de acercamiento de los alumnos al mundo de la ciencia, tecnología y educación. A la fecha no existen en Chile estudios de postgrado sobre el tema, en circunstancias que funcionan varios programas de magíster, con respaldo de universidades europeas, que apoyan la formación de los egresados en asuntos vinculados a comunicación, edición de revistas, etc. ¿Cómo romper el desinterés de las cúpulas universitarias formadoras de periodistas, para que abran su espectro formativo hacia esta parte fundamental de la cultura? Un colega que dictaba el curso en una universidad privada (2005) declinó seguir entregándolo cuando supo que allí se había abierto, con grandes ventajas para los estudiantes, la asignatura de “periodismo de tenis” (sic), al tiempo que se reducía el horario y el contenido del curso de periodismo científico. No cabe duda que en la actividad académica resulta imperioso desnudar las contradicciones, las aporías, las antinomias, las paradojas y las parcialidades con que se

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pretende construir la formación del comunicador que Chile necesita hoy. Fue Borges quien dijo que “ser latinoamericanos es verdaderamente un acto de fe”. Sus palabras creo que pueden homologarse con lo que nos ocurre. Lamentablemente, la membresía de Achipec está destinada a seguir siendo escasa y, sin eufemismos, quienes continúan en la brecha o se incorporan a ella, muestran una fe inmensa en su elección y un espíritu que imita al del Quijote. Algunos (as) de los socios son relacionadores públicos de instituciones vinculadas a las actividades de ciencia y tecnología, y su radio de influencia gira en torno al interés de sus empleadores. Solo dos diarios de circulación nacional –El Mercurio y La Tercera- han logrado mantener el entusiasmo de editar todos los días una o dos páginas con información original sobre ciencia y tecnología.El primero de ellos amplía tal cobertura con una revista que acompaña al matutino los días lunes (Revista del Campo), donde se hace también periodismo científico en temas de frontera, como es el de los desafíos de la biotecnología en el agro nacional. Nos complace sinceramente saludar tales empeños. Es tiempo de comenzar a investigar y escribir, con más método y rigor que la presente monografía, cuánto de la información científica entregada a través de los medios fue internalizada y dio los frutos que se esperaban en el público lector, auditor o en la teleaudiencia. Es tiempo, también, que quienes han acumulado experiencias en el campo de la comunicación de la ciencia, la ordenen, evalúen, escriban y publiquen. La bibliografía nacional sobre el tema es escasa y las presentaciones a congresos y seminarios en nuestra especialidad resultan más bien carenciales. Hasta ahora hemos puesto todos nuestros esfuerzos por comentar los hallazgos de la ciencia, pero no hemos incursionado en el paso siguiente: sortear los desafíos que nos impone la comunicación del riesgo. El riesgo cero no existe y no resulta fácil establecer cuál es

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el umbral del riesgo aceptable (si es que se lo puede determinar). Temas como la producción de alimentos transgénicos, la crisis de las vacas locas, la alarma por el uso de cierto tipo de dializadores, los efectos secundarios de los nuevos fármacos, la gripe aviar o el calentamiento global, están abiertos a la comunicación de riesgo. Los periodistas especializados son partidarios habituales del avance científicos, pero cada vez se sienten más cruzados por un debate de variables inéditas: la laguna sobre el impacto de las innovaciones, el rechazo del público a asumir sus riesgos y el disenso entre los expertos. Hoy el periodista debe escuchar a todas las partes y formarse una opinión ecuánime, con el riesgo que muchos de estos temas van tomando carices políticos. Nuestra tarea –lo hemos enseñado y escrito tantas veces- no es llegar a ser expertos en ciencias sino en científicos, en especialistas. La formación de los periodistas dentro y fuera de las universidades se inscribe, entonces, no en enseñarles directamente porciones de la ciencia en cursillos desagregados de disciplinas varias, sino en ayudarlos a visualizar qué pasa en un país como Chile cuando sus grandes problemas (salud, educación, explotación y transformación de los recursos naturales, protección del medio ambiente, innovación, pero también aquellos sociológicos, culturales, éticos y espirituales) tienen muchas veces que venir a resolverlos desde afuera, o aceptar sus recetas y valores, porque no hay capacidad, creatividad e inventiva propia para enfrentarlos. Pero también cuando se trastocan los valores y se eleva a la categoría de “i-do-lo” a cualquier ramplón y pedestre que recién aparece sobre un escenario, en tanto continúan en el anonimato (y continuarán allí) los que se han esforzado para ir sacando a Chile de la desnutrición y bajando a niveles históricos la mortalidad infantil; los que hicieron la vacuna para proteger el potencial salmonero; los que pusieron a trabajar a las bacterias para incrementar la producción de cobre; los que fueron capaces de transformar el krill antártico en detergente; la que patentó una nueva alternativa farmacológica para tratar la de-

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pendencia del alcohol, así como el aprovechamiento de dos escasas plantas del continente helado como protector efectivo contra las radiaciones, entre otros tantos aportes que continúan silenciados. Todos los días hay que inventarle un futuro a Chile. En la escuela, en la universidad, en el taller, en el laboratorio, en la clínica y, por cierto, en el desempeño del periodismo. Nuestra misión histórica es motivar una y otra vez para que ello se haga sin conocer fatigas, voceándolo a todos los cuadrantes y comprometiéndonos con su éxito. Porque nos alienta siempre la idea de que todo genuino maestro, como en el poema del Dante, debe llevar un fanal para iluminar la ruta de quienes lo siguen, y para hacerlos más prudentes en la audacia, más firmes en sus ansias renovadoras y más seguros en su lucha por ideales superiores. Santiago, enero de 2008.

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Para saber más: 1. Sandra Arrese J. y Sergio Prenafeta J. Crónica de la Ciencia y Tecnología en Chile. Encilopedia temática de Chile. Tomos 7, 8, 9, 10, 11. 630 págs. Edit. Ercilla, 1984. 2. Luis Velozo Figueroa. El periodismo durante la administración de O’Higgins. Memoria. Escuela de Periodismo Universidad de Chile, 1962. 3. Andrés Bello. Opúsculos científicos. Obras completas. Santiago, Universidad de Chile 1893. Tomo XIV, 503 págs. 4. Andrés Bello. Cosmografía y otros escritos de divulgación científica. Obras Completas, Caracas. La Casa de Bello 1981, tomo XXIV, LII, 737 págs. 5. Pedro Cunill Grau. Bello y la divulgación científica en Chile, en especial de los estudios geográficos. En: Bello y Chile. Tercer Congreso del Bicentenario. La Casa de Bello, 1981, tomo 11, p. 353. 6. Iván Yaksic A. Andrés Bello: la pasión por el orden. Editorial Universitaria, 2001, 322 págs. 7. Catherine Holz Burgos y Marcela Ognio Jordana. Análisis descriptivo-comparativo de la revista Creces y su proyección en el Periodismo Científico. Universidad de Viña del Mar. Escuela de Comunicaciones, carrera de Periodismo. Tesis para optar al título de Periodista y al Grado de Licenciado en Ciencias de la Comunicación, 1998. 8. Romy Natalie Bernal Díaz. ¿Deben los periodistas acercar la ciencia y la tecnología a la gente? El periodismo como instrumento de formación en ciencia y tecnología. Universidad de Concepción. Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Comunicación Social. Investigación de seminario para optar al título de Periodista, 2000. 9. Aguilera, M. y Cabrera, S. Análisis comparativo de la situación actual del Periodismo científico en Chile y propuestas para su desarrollo. Tesis de grado, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Comuni-

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cación Social, Universidad de Concepción, 2005. 10. G. Sarton. Apreciation of Ancient and Medieval Science During the Renaissance 1450-1600. Nueva York, 1958. 11.

D.S. Price. Science since Babilon. New Haven, 1975.

12. Sergio Prenafeta J. Teoría y Práctica del Periodismo Científico. Edit. Andrés Bello, 304 págs., 2002. 13 .............................. Exposición científica rusa: Botánico Chamizo estudió flora regional. El Sur, Concepción, 18/8/1964. 14 .............................. La visita de Edouard Poeppig y sus hallazgos en la flora. El Sur, Concepción. 30/8/1964. 15 .............................. Los primeros diez años de Achipec. Seminario Viña del Mar, 1986. 16 .............................. Comportamiento y actitudes de la prensa escrita de Santiago de Chile en torno al tema del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, SIDA, en el período 1986-1989. 17 .............................. La información científica en 11 revistas iberoamericanas. Un intento de generalización. Achipec, 1978. 18 .............................. Formación del periodista científico. IV Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, Sao Paulo, Brasil, 1982. 19 .............................. Sexualidad y Comunicaciones. Memoria, IV Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico. Sao Paulo, Brasil, 1982. 20 .............................. Cambios en la percepción informativa de los medios de comunicación social de Chile en torno al tema del medio ambiente. 1970-1990. Revista Presencia, Nª 15, Año X, Junio 1992, Facultad de Ingeniería USACH.

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21 .............................. Las ciencias naturales bajo el alero de la Universidad de Chile los últimos 150 años. Inédito. 1992. 22 .............................. Periodismo científico y problemas generacionales. Memoria, IV Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, Sao Paulo, Brasil, 1982. 23. Sergio Prenafeta, Myriam Orellana, Julio Frank. 1947-1987: 40 años de Ciencia y Tecnología en Chile. Edit. Laboratorio Profarma S.A., 1987. 24. Sergio Prenafeta J., Rosita Garrido L., Arturo Navarro C., Margarita Velasco P., Raúl Viveros H. La temática ambiental en los medios de comunicación de masas de Chile. Un estudio analítico. ACHIPEC y Comité de Comunicaciones de CIPMA. Julio de 1983. 25. Juan Pablo Beca y Sofía Salas. Medicina en televisión: ¿un problema ético? Rev Méd Chile 2004; 132: 881-885. 26. M. W. Bauer. La medicalización de la ciencia en la prensa. Social Information 37, 731-751, 1998. 27. Pamela Elgueda y Amalia Torres. Los dilemas que se enfrentan cuando se lleva el quirófano a la pantalla. Vida y Salud, El Mercurio, Santiago, 29/7/2007. 28. Cirugía al regreso de “riesgo vital”. Joint Venture de Mega y la UC. Diario La Segunda, 17/6/2005. 29. María Elina Barrera. Los desafíos del periodista científico. Revista Chilena de Infectología, Vol. 4, Nº 2, diciembre de 1987. 30. La vida de Hernán Olguín. Edición especial de revista Primer Plano, Nº 38, agosto 1987. Editorial Portada. 31. Alfonso Valdebenito. Historia del Periodismo chileno (18121955) Santiago, 1956.

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32. Raúl Silva Castro. Prensa y Periodismo en Chile (1812-1956). Ediciones Universidad de Chile, 1958. 33. Raúl Silva Castro y Carlos Stuardo Ortiz. Escritos de don Claudio Gay atribuidos a Bello. Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 105, julio-diciembre 1944. 34. Juan R. Couyoumdjian B., Eliana Rosas O. y María Josefina Tocornal C. Historia del diario La Hora 1935-1951. Ediciones U. Católica de Chile, 2002. 35. 1944).

Ernesto Greve. Historia de la Ingeniería en Chile. 4 tomos (1938-

36. 1938.

Carlos Silva Vildósola. Medio siglo de Periodismo. Zig Zag,

37. Luis Mizón. Claudio Gay y la formación de la identidad cultural chilena. Edit. Universitaria, 2001, 169 págs. 38. Arturo Fontecilla L. La acusación al Abate Molina. Revista Universitaria. 1945. 39 ................................ El Abate Molina, colaborador de la obra de don Claudio Gay. Anales de la Academia Chilena de Ciencias Naturales. Año 30(1), N 10, págs. 103-144, 1945. 40. Hugo Günckel. Don Juan Ignacio Molina. Su vida, sus obras y su importancia científica. Anales de la Academia Chilena de Ciencias Naturales, Año 14, Nª 2, págs 195-216. 41 ........................ Las exploraciones científicas hacia América y los estudios botánicos en España. Revista Universidad de Chile, 5/11/1978. 42. Mauricio Carmona B. y Cynthia del Valle L. Sida en Chile: La historia desconocida. Edit. Andrés Bello, 2000.

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43. Rafael Sagredo y José Ignacio González Leiva. La expedición Malaspina. En la frontera austral del imperio español. Editorial Universitaria, 2004. 44. Duncan M. Porter. Charles Darwin´s Chilean plant collection. Revista Chilena de Historia Natural 72: 181-200, 1999. Durante su estada en Chile (1832-1835), Darwin realizó 248 colecciones de plantas vasculares, sin embargo no todas ellas han sido encontradas entre el material conservado. Su colecta más importante la hizo en Tierra del Fuego (46.1% del total), seguido por Valparaíso (20.3%), Archipiélago de los Chonos (17%) y Cabo Tres Montes (7.8%). Los registros de Aisén, Chiloé, Valdivia y Concepción son menos significativos. 45. Sergio Vergara Quiroz. Rasgos del pensamiento científico en Chile durante el Siglo XIX. En: Cuadernos de la Universidad de Chile Nº 2, 1983. 46. Claudio Costa-Casaretto. Antedecentes de la prensa médica chilena: Desde la Imprenta de Heimhausen (1748) hasta El Criticón Médico (1839). Biblioteca de la Medicina. Tomo IX, 1961. El autor señala que entre la aparición de La Aurora de Chile y el cierre del Monitor Araucano (1812-1814), “se publicaron 341 números entre ambos, donde aparecieron 58 noticias médicas más o menos importantes”. Además, entre 1812 y 1830 se publicaron en total 153 periódicos, en la mayoría de los cuales hay noticias médicas (decretos oficiales, bandos municipales sobre higiene en las ciudades, gastos y mortalidad de los hospitales, nombramientos y algunas donaciones de médicos particulares). Lo anterior comprueba que siempre la información de medicina y salud ha sido tema prioritario dentro de la comunicación científica en Chile. 47. Nelson Vargas Catalán. Historia de la pediatría chilena: Crónica de una alegría. Editorial Universitaria, 2002. 48. Diego Alonso Sánchez S. El periodismo digital. Una nueva etapa del periodismo moderno. Revista Lasallista de Investigación, Vol. 4, Nº 1, Bogotá, 2007.

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SUMARIO 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) 8) 9) 10) 11) 12) 13) 14) 15) 16) 17) 18) 19) 20) 21) 22) 23) 24) 25) 26) 27) 28) 29) 30) 31) 32) 33) 34) 35) 36)

Presentación Una propuesta de acercamiento La silenciosa obra del Abate Llega la imprenta Chile atrae a nuevos naturalistas Claudio Gay hace el inventario de Chile Andrés Bello se ocupa de la ciencia Los relatos ignorados Las ciencias a las aulas Philippi incrementa el saber acumulado Los diarios: renuentes a la ciencia El interés de los jóvenes por la ciencia Los maestros alemanes Carlos Portes: misionero de la ciencia 1945: Dos grandes temas en el silencio Diseminación de la ciencia La visita de Richtie Calder Aventura espacial y trasplantes Irrumpe el tema ambiental ¿Qué hacen realmente los científicos? El esperado nacimiento de ACHIPEC Los ecos de un trabajo acertado La tarea asumida por Hernán Olguín Visitas ilustres y un premio propio Científicos y periodistas, ¿dupla funcional? Exportar experiencias Contenidos informativos en el sector salud La denuncia por daño al entorno Combate al hábito de fumar Periodismo científico en revistas Docencia en Periodismo Científico La divulgación académica La televisión para los médicos SIDA: crónica de un tema festinado Década de grandes cambios Nuestra deuda con la tecnología

Pag. 7 11 17 20 25 28 31 40 43 45 48 50 55 61 63 67 71 74 78 80 85 98 102 106 109 110 111 113 115 118 126 130 135 139 146 149

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Irrumpe el periodismo digital Epílogo Para saber más (Bibliografía)

Material gráfico: Archivo Universidad de Chile y ACHIPEC

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